Manuel del Cabral
La poética y la cuentística de Manuel del Cabral tienen la pureza de un
antillanista que supo retratar excelentemente y con absoluta seriedad
intelectual los dolores de los partos forzosos de los que nacieron desheredados
en las Antillas. Su poema “Trópico negro” es un centelleo socio-antropológico
de una raza que parece que vino a la vida arañada por un destino desalentador
que aun quinientos o más años después de aquel alumbramiento en una nao todavía
siente las coceaduras en su negro trasero.
Manuel del Cabral, junto a César Vallejo, con sus
“Heraldos negros”; Pablo Neruda, con su poema “Esclava mía”; el camagüeyano
Nicolás Guillén, con su “Negro bembón”; el también poeta dominicano Tomás
Hernández Franco, con su “Apuntes sobre poesía popular y poesía negra en las
Antillas”, desafían en los altos mares de la poesía a los negreros pálidos de
aquella nao esclavista haciendo que la poesía negroide iberoamericana y
antillana se alzara inexorablemente reprochadora y aguerrida.
En el poema“Compadre Mon”, Manuel del Cabral, de manera formidable, deja la
frescura del alma nacional sin que se pueda soslayar que en todo el entramado
del discurso poético pareciera decirles a los blancos de la nao donde vinieron
al mundo aquellos negros que ayer y hoy se trabaron con los capitanes formando
bellas y esculpidas mulatas: “Por una de tus venas me iré Cibao adentro/ y lo
sabrá el barbero/ aquel que los domingos te podaba las barbas/ como quien poda
un árbol de la patria”.
Y continúa del Cabral en su “Compadre Mon” escribiendo
verdades, como si quisiera estrujarle en la cara al blanco comparón señalándole
la marca de hollín detrás de sus orejas cuyo color negro acompañante se resiste
admitir. Manuel del Cabral se nos muestra en su poema “Aire negro”
identificador de una herencia nacional anudada con su mezcla cocola y su canto
sabor a miel, a sudor negroide que gotea y fertiliza los cocales. Veamos:
“Cantan los cocolos bajo los cocales/ya la piel del toro muge en el tambor/los
temibles lirios de sus carcajadas: sus furiosas lunas contra el nubarrón/.
Nicolás Guillén escribe poesía como si fuesen gotas
misteriosas que caen sobre aguas frescas por donde pasa el enigma de las rosas
negras cautivadoras, de la cual está repleta la literatura. En su poema
“Mulata” el literato cubano escribe en tono curios “Ya yo me enteré,
mulata/mulata, ya sé que dice/que tengo la narise/como nudo de corbata./Y
fíjate bien/ tú no ere tan adelantá/porque tu boca é bien grande/ y tu
pasa, colorá/”.
Guillén coloca a Camagüey sobre las narices paradas de
los blancos habaneros y toca a Cuba, pero más aún universaliza en todos los
planos la poesía negroide.
Desde mi escritorio vuelvo a Del Cabral, quien
continúa trayéndonos en sus poemas negroides los reproches de una sociedad que
se cree blanca europea sin ningunos de sus antepasados haber sido capitán ni
siquiera grumete de aquella nao que sedujo pueblos virginales y mares ajenos.
En el poema “Este negro” Manuel del Cabral reverbera como ningún otro prosista
el reproche ultrajante en boca de blanc “Negro simple/tú que tienes/a tu vida
y al mundo/dentro de un amuleto/. De ti/sólo asciende/el humo de tu cachimbo/.
La dimensión poética de Manuel del Cabral atraviesa
fronteras sin horizontes confinantes; nada contiene sus arrebatos, ni a su
sociología descriptiva ni a su privanza de antropólogo caribeño redentor de
razas, de colores, de sonrisas rebeldes de negro manso, color de lirio
valiente. Es que la voz de la tierra de Del Cabral grita un nacionalismo libre
de radicalismo circense. Todo lo que él escribe es lírica ortodoxa, porque sus
poemas contribuyen a la identidad cultural del pueblo dominicano.
Manuel del Cabral es él en cada composición y en cada
aliento lírico; no se dejó intimidar de las tempestades disonantes que en un
momento una parte de la mediocridad intelectual de los 80’s quiso alzarse
requirente de una titularidad que los poetas y ensayistas no tienen que
revelar, porque ellos son un aula abierta.
El bardo santiagués, en su hermoso poema “Carta a mi
padre”, escribe en su epistolario mientras le habla a su padre sobre el barro
que transforma el alfarero con arte su sueño con sus dedos de brujos; gotea la
decepción de no hacerse licenciado empero su padre le dio a la sociedad y al
mundo un ser con pluma de mensajero de Dios, “diáfano para el trino; para
negocio, bruto”.
La profundidad y el sentir social de Manuel del Cabral
llegaron tan diáfanos a la protesta que transparentó la maldita segregación de
una injusticia que solo le puso grilletes y prisión a la pobreza a través de su
magnífico poema “¿A quién viene a ver usted? Tan solo voy a consignar aquí unos
fragmentos de ese verso a manera de mostrarles a mis lectores la finura de su
escarpelo de cirujano social: “Hoy está el pueblo en mi cuerpo/ ¿A quién viene
a ver usted? Usted no ve que está herida/es como un ojo de juez/. Usted que se
trae los grillos/ ¿a quién viene a ver usted/que anda más con el instinto que
con los pies?”.
Y continúa Del Cabral en el poema con sus resabios de
colectivo enfadad “Usted que se trae la bala/ viene a saber por qué fue…/Si
hay un rico en este lío/ ¿a qué viene? ¿Para qué? Aquí sólo hay una boca/Un
trozo de grito sangra/ ¡Lo cortaron como res! Usted que se trae las llaves/ ¿a
quién viene a ver usted? Vea estas manos callosas/ropa rota y sin zapatos/unos
pies/.
Este es mi primer homenaje a un ser humano como Manuel
del Cabral, que nació acomodado y en una especie de deslumbramiento se escapó a
puros versos de aquel desahogo volviéndose antillano y argentino algún día
vivido sobre el cielo de las Pampas enseñó el arquero de la protesta para no
negarnos a ser reducidos a cero y a que se nos imponga el silencio, como escribiera
el crítico de arte, pintor y escritor inglés John Berger.