Lo que puede venir para Haití (OPINION)
Es cada día más probable que la crisis y el deterioro de la situación general en Haití provoquen una intervención militar con otro nombre, ante el fracaso de mecanismos menos traumáticos con los que la llamada comunidad internacional ha pretendido afrontar la cuestión.
El ensayo de los policías kenianos ha concluido en un fiasco que era previsible, pues el contingente del país africano tuvo un mandato tan limitado que no le permitió accionar de manera efectiva contra las bandas armadas que dominan en Haití.
Esta incapacidad de origen ha dado como resultado que las pandillas, en lugar de bajar su proliferación y poder destructivo, más bien se han fortalecido, mientras el débil—y casi inexistente Gobierno haitiano—se muestra imposibilitado de accionar con la fortaleza que se le supone a un Estado.

Lo expuesto anteriormente tiene su origen en unas recientes declaraciones de funcionarios importantes de los Estados Unidos, quienes han solicitado, de manera pública o cuasi formal, que el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidos apruebe el despliegue de 5,500 militares en el territorio haitiano.
El posible despliegue de este contingente—si bien se trataría de una fuerza modesta—sería una avanzada que abriría las puertas a un establecimiento de mayor capacidad letal y que eventualmente conduciría a una confrontación de gran calado entre los pandilleros y los ocupantes.
¿Es una intervención militar la solución para la crisis de seguridad y humanitaria por la que atraviesa la población haitiana? De ninguna manera, como no lo ha sido en ninguna otra nación.
Además, ya se tiene la experiencia de aquel desastre que significó la presencia de la tristemente recordada Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, la conocida Minustah, cuyos integrantes recibieron un mandato tan limitado que no podían ni siquiera intervenir en una pelea callejera.
Sus miembros se dedicaron a la fornicación con mujeres haitianas, dejando un reguero de muchachos y el cólera que provocó miles de fallecimientos.
He sostenido de manera pública que la única solución para acabar con las pandillas es dándole beligerancia a los líderes de los principales grupos en una negociación directa, pues al sentirse importantizados, ellos mismos se convertirían en elementos de disuasión frente a los demás grupos que quisieran resistirse. Todo lo demás sería repetir el mismo fracaso.

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