Lecciones de un fracaso histórico

Después de más de sesenta años de un pésimo
desenvolvimiento económico y social, han llegado a territorio haitiano algunos
vendedores de milagros. Tras las diversas conferencias internacionales para llevar
a cabo la reconstrucción de ese país luego de la catástrofe del 2010, se
implantaron en esa nación dos jefaturas:

1. El Gobierno de Martellly-Lamothe que
mantiene formalmente la representación de un Estado inexistente;

2. El Gobierno Clinton-Bellerive que tenía
a su cargo la reconstrucción de las infraestructuras: Palacio Nacional,
Ministerios, poblaciones arrasadas. Ninguno de los dos ha desplegado una
estrategia de recuperación. Las infraestructuras brillan por su ausencia. La
salud pública sigue en desorden, apenas cubre el 10% de la población; la
educación pública llega coberturas mínimas que rondan un 12%. Los empleos de la
reconstrucción; las grandes inversiones prometidas en las conferencias de
donantes que se calcularon en 10.000 millones de dólares se han desvanecido.

Una vez concluida la recaudación de la ayuda internacional, los responsables
del Gobierno no sabían por dónde empezar. Estaban perplejos. Se vivió en las contradicciones de la
boda del piojo y la pulga. Cuando no
falta el vino, falta el padrino… De poco sirve el pensamiento racional de las
eminencias grises como Paul Collier,
Jeffrey Sachs o Muhamed Yunus. Todos
presuponen que a los haitianos les interesa recuperar su país, que se levantarán
de las cenizas de la destrucción como se levantó Alemania, tras el paisaje de
tierra arrasada dejado por la Segunda
Guerra Mundial.

· El primer error garrafal es la creencia de que los
haitianos están comprometidos con la recuperación de su territorio
. Ni sus dirigentes económicos ni su clase
política se hallan dispuestos a pagar el
precio de semejante empresa. Ambos consideran que el esfuerzo es
demasiado grande. Para estos, la
solución de Haití se halla en colonizar a la República Dominicana. Una vez que la idea toma cuerpo, toda la
maquinaria diplomática haitiana, en conciliábulo con las ONG que viven de la
miseria de esta población , con los
organismos internacionales que no han hallado una salida
tras diez años de ocupación militar de la MINUSTAH, se
proponen, entonces, desmantelar el
proyecto nacional dominicano. En esa tarea han asociado a un grupo de
dominicanos traidores al ideario del fundador de la República, peones del
intervencionismo internacional.

·Hay, desde luego, otras
figuras relevantes que siguen creyendo en la solución haitiana. Pero no saben
por dónde empezar. ¿Cuál es la prioridad de esa nación se han preguntado los
más eminentes expertos del mundo?

1. Unos dicen que la recuperación económica. Convertir a ese país en una gran zona franca
internacional, aprovechando los beneficios de la Ley Hope II. Muy bien. Pero
hay obstáculos insalvables. No hay infraestructuras. No hay carreteras; el
costo de kilovatio/hora supera los 19 centavos del dólar; no existe un catastro
que proteja el derecho de propiedad de los inversionistas. La corrupción de los
funcionarios impone un papeleo gigantesco, demencial, capaz de exterminar la
paciencia de Job. Y, ¿cómo darle empleo al 70% de todas las personas en edad de trabajar? Porque
este país, además, de ser el Estado más pobre del continente; entre los Estados
fallidos se lleva las palmas en desempleo. (Foreing
Policy, )

Por otra parte, el
Gobierno Clinton-Bellerive ha tenido pocos resultados. No hay proyectos claros.
Las soluciones económicas no rebasan el asistencialismo. Al final, el país no puede andar con sus propias
fuerzas. El plan económico tropieza y se estanca. Desde luego, la solución no es meramente económica. Y, en lo que el
hacha va y viene, ¿qué hacer con la degradación del medio ambiente?

Haití consume seis
millones de metros cúbicos de madera por año, para mantener el fuego de sus
cocinas. En 1949, el país tenía una
cobertura boscosa de un 15%; hoy, se ha reducido a menos del 1%, según la FAO. Sus necesidades se han
trasladado a los parques nacionales de la República Dominicana. Algunos optimistas, proclaman que hay que
buscar petróleo. Que en Haití hay minas gigantescas. Y ya hay una buena
cáfila de aventureros que se han adueñado de las concesiones. Pero todas
las esperanzas están centradas en las ilusiones del que tiene un billete de lotería
premiado. Por el momento, no hay
recursos naturales para financiar el despegue del país. Su mayor recurso son
sus muertos. Los aplastados por el terremoto, los muertos del cólera. Son ellos
los que pueden golpear la conciencia del mundo, y hacer llegar la ayuda
internacional. El empleo constante de la victimización sustituye la
responsabilidad de los dirigentes políticos. Sin embargo, la recuperación
económica de ese país ha fracasado radicalmente. Desde hace cuarenta años el Producto Bruto
Interno de ese país va en caída
libre. La riqueza disminuye; la
población va en crecimiento galopante; el 56%
de la población vive con menos de un dólar; la destrucción el medio
ambiente continúa; no hay progresos
apreciables. Todos los esfuerzos
económicos han sido insuficientes, ¡y no puede pensarse que la MINUSTAH se
mantendrá en ese territorio per secoula secolorum! (para toda la vida). En algún momento, habrá
que traspasarle esa responsabilidad internacional a los haitianos. ¿Cómo?,
¿cuándo? ·Shlomo Ben Amí, ex
canciller de Israel, ha planteado que la
prioridad es la construcción del Estado haitiano.
( “Haiti´s
State Building Challenge”, 3/6/10, P.S).
La creación de un Estado que saque a ese país de una mentalidad de
asistidos sociales, que lo rescate del aislamiento político, del infantilismo colectivo. Que cree las condiciones económicas para recaudar
impuestos, fomentar la riqueza y proveer a la población de los servicios de
educación, salud y seguridad. Que obre como un miembro activo de la comunidad
internacional. Que restablezca el polo de autoridad que antes encarnaba el
Ejército, y que ahora se halla en manos de la MINUSTAH.

¿Cómo
se construye un Estado? Tras la Segunda
Guerra Mundial , las Naciones Unidas apoyaron el proceso de descolonización de
África y de Asía e intervinieron en la creación de muchos Estados. Al momento
de fundarse el máximo representante de la Comunidad Internacional, había unos
70 Estados; hoy la organización incluye 198 Estados. Hay, pues, sobrada
experiencia para llevar a cabo una solución que no les traspase a los
dominicanos las fatales consecuencias de la desintegración del Estado haitiano.
En la conferencia de Montevideo del 26
de diciembre de 1933 se hallaban descritas las misiones del Estado. 1. Tener
control de un territorio deslindado y reconocido;2. Ocuparse de su población y
3. Tener un Gobierno propio, que mantenga relaciones formales con otros
Estados. Sobre esas bases debe conducirse la diplomacia dominicana.

Los haitianos han empleado a las
poblaciones que se han desplazado a República Dominicana como elemento
definitorio de su política exterior,
para justificar la aventura de deshacer la soberanía dominicana. Nuestro
país no puede transformarse en la tabla
de salvación de esa población extranjera, sin al mismo tiempo, correr el riesgo
de hundirse.

Poco les importa a los haitianos y a las
ONG que promueven su implantación en nuestro país, los males sociales de
nuestra población. En esos cálculos se olvida que los dominicanos de esta
generación tenemos el compromiso de
sacar a nuestros compatriotas del desempleo, de la insalubridad, de la miseria,
de la falta de instrucción, de las
desigualdades y de la falta de oportunidades.

Tres factores deben observarse para evitar
que el colapso del Estado haitiano, una
sociedad que no puede gobernarse por sí misma, nos lleve a un abismo de
situaciones que creíamos superadas.
1.Que la superficie boscosa de
nuestro país no siga siendo plataforma para satisfacer las necesidades
haitianas.2, no podemos permitir que la inmigración ilegal, desbordada,
destruya todos los progresos del pueblo dominicano. Ninguna nación está
obligada a comprometer todas sus conquistas sociales para salvar a otra. 3. Que tampoco puede aceptarse que el derecho al
gobierno propio, la soberanía nacional, sea regalada a otro pueblo, destruyendo,
de este modo, la cohesión nacional, la unidad esencial del pueblo dominicano. La desgracia ajena no puede ser pretexto para
destruir la felicidad nuestra. Estamos en un momento histórico de vida o
muerte. Y cuando eso ocurre, no hay que
omitir medios para mantener cueste lo
que cueste el principio sagrado de la legítima defensa.

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