Latinoamérica y el Caribe: mayor integración en un contexto de gran debilidad

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EL AUTOR es diplomático. Reside en Santo Domingo.

En materia de integración política y de mercado, hay que reconocer que en el continente americano, los Estados Unidos de América, liderado por  la gran visión del más paradigmático líder político americano, Abraham Lincoln, realizaron la tarea, para mantenerse unido, aunque ello implicó una sangrienta guerra civil entre el norte antiesclavista y el sur esclavista, con un costo de más de 650 mil caídos en batallas.

Constituyendo en principio con las trece colonias una región económica, que ampliaron con los posteriores estados, y por consiguiente, pasaron a conformar una gran nación, alcanzando el liderazgo de la primera economía mundial, con un apuntalado desarrollo cientifico tecnológico que llena los mercados con productos de primerísima calidad. Destacándose su sello “Made in usa”.

A propósito del sensible tema de la calidad,  uno de los aspectos relevantes en el proceso de integración de la región latinoamericana y caribeña, consiste en que la misma no debe basarse fundamentalmente en la exportación de materias primas,  productos de bajo nivel de elaboración y limitado valor agregado.

Debido a que precisamente, el modelo agro exportador está enfocado en captar ingresos del mercado internacional a través de la comercialización de productos primarios y la adquisición de los demás bienes industriales en los centros del capitalismo mundial, lo que fortalece la estructura dependiente norte–sur.

Situación que fue enfocada por el destacado economista Raúl Prebish, quien realizó aportes en este terreno, sobre la teoría de la dependencia y el desarrollismo.

“La teoría  de la dependencia utiliza la dualidad metrópoli-satélite” , para exponer que “la economía mundial posee un diseño desigual y perjudicial, para los países en vía de desarrollo, a los que se les ha asignado un rol de subordinación de producción de materias primas y bienes con bajo valor añadido.

En tanto que, las decisiones cardinales y los mayores beneficios se realizan en los países centrales, a los que se les ha asignado la producción industrial compleja de alto valor agregado”.

Es preciso ser autocritico, y reconocer que, los subsistemas regionales de integración en América Latina y el Caribe, cuya historia se sitúa en el primer cuarto del siglo XIX, no ha ganado el terreno deseado y necesario para garantizar logros tangibles que contribuyan a superar los gravísimos problemas económicos, políticos y sociales que padece la región.

Dentro de los cuales se destacan el difícil desempleo, bajos niveles de crecimiento sustentable, desequilibrios fiscales, onerosos endeudamientos externos, crecimiento de las desigualdades sociales, incremento vertiginoso de una pobreza secular que avergüenza a todos e inseguridad ciudadana; pasando a ser  la región más desigual y violenta del planeta.

Lo anterior tiene su explicación en el hecho de que, en el curso de las luchas independentistas, las oligarquías y elites locales asumieron el poder político subyugando a los pueblos durante el siglo XIX  y, más allá, en pleno siglo XXI, actuando como herederos de la autoridad colonial, y no como instrumentos de liberación y transformación de estructuras internas, que auspiciaran un sano proceso de integración y desarrollo.

Es así, como la independencia latinoamericana y caribeña de los antiguos imperios: España, Francia, Inglaterra, Portugal, Holanda, todas potencias europeas de la época, en esencia no resultó en una modificación de las relaciones de explotación interna, ni tampoco en una  forma de inserción independiente y no subordinada a  la economía mundial. Generándose así, un gran impacto en la naturaleza del subdesarrollo, acentuando la relación de dependencia centro-periferia.

La ruptura de esa línea de pensamiento, propia de la oligarquía conservadora, tuvo lugar con la aparición de idearios  libertadores y pensadores del subcontinente que defendían la necesidad de enfatizar los caracteres nacionales de la región, especialmente contra el imperialismo europeo y,  más tarde, contra el estadounidense.

A ellos, se sumarian más recientemente, los nuevos puntos de partida que caracterizan a los procesos integracionistas en los años actuales y los cuales  nos referimos en el texto. “El Gran Dilema de América Latina y el Caribe: Integrarse o Vivir Condenada al Subdesarrollo y Desigualdad.”

Dos siglos después del histórico Congreso Anfictiónico, los Estados Unidos, ante el fracaso del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), lanzada en “la cumbre de las América de  Miami en  1994” .  Y replanteada sin éxito en la cumbre de Mar del Plata del  2005, optaron por la opción del bilateralismo, en contraposición al multilateralismo, como mecanismo de defensa de sus intereses comerciales y políticos.

No obstante, los países de la región no cesan en su búsqueda de un mayor nivel de integración, lo que se revela en las nuevas iniciativas subregionales, como la Alianza Pacifico constituida por México, Chile, Perú y Colombia, que procura ser un ente de articulación política que garantice una mayor inserción en la economía mundial.

Misma que, marcando distancia con el modelo tradicional de integración comercial se ha planteado el desarrollo de un mecanismo que implique no solo la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas; sino, que está enfocada en superar su estadio de subdesarrollo de los países miembros, con miras a proporcionar  un mayor bienestar a sus poblaciones, superar la desigualdad socioeconómica, e impulsar la inclusión social de sus habitantes.
Sin embargo, hay estudiosos que plantean que la nueva iniciativa oficial denominada la Alianza del Pacífico, aunque  no es parte propia de los Estados Unidos, es una propuesta vinculada a los intereses de articular una especie de ALCA reducido, y conseguir segmentar o dividir a la región en dos proyectos.

Conclusión

En conclusión, lo que efectivamente ha tenido lugar post caída del ALCA, ha sido una proliferación de convenios bilaterales con países del área: México, Centroamérica, República Dominicana, Chile, Colombia, Perú y Panamá, que sin duda, son un referente de la debilidad estructurar del liderazgo regional, incapaz de comprender la trascendental importancia  de negociar en bloque con los EUA, lo que coadyuvaría a optimizar las relaciones con el principal mercado mundial, con la ventaja de la proximidad, lo que abarata los costos operativos de comercialización e inversión, permitiendo afianzar un modelo de integración profunda con el gigante del norte.

Actualmente, el proceso de integración latinoamericano y caribeño  como un todo, está transitando por un momento de debilidad, se ha producido un estancamiento ante el relevo del liderazgo progresista en la región, apuntalando un gran retroceso en materia de sostenibilidad  política y socioeconómica.

El nuevo liderazgo regional, salvo honrosas excepciones está asumiendo  posiciones que contrastan con el liderazgo progresista que avanzó pasos concretos a través de prometedoras iniciativas de asociación como UNASUR, (ahora en serias dificultades por la renuncia de cuatro de sus miembros);  y el Mercosur,  a raíz de la renovación de su composición luego de la entrada de Venezuela  y Bolivia. Tendencia liberal que ha encontrado resistencia en los abanderados de la corriente del “libre comercio”.

Es por ello, que ante la necesidad de impulsar un modelo de  integración de nuevo tipo, es imperativo propiciar la unidad regional, a fin de fortalecer los nuevos esfuerzos, fundamentalmente liderados desde la CELAC, ALADI, MERCOSUR, SICA, UNASUR, CARICOM y ALBA. Estos mecanismos subregionales de integración, están llamados a articular un mecanismo de convergencia que posibilite su fusión en un solo marco de integración regional.

JPM
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