La patria nacional: La ficcion o la realidad
En días pasados, a través de las redes sociales, me permití apostrofar la patria nacional de este ciclo como un proyecto social, político, jurídico, económico, religioso, cultural y moral en decadencia de pronósticos reservados.
Ipso facto recibí como saeta certera la recriminación enjundiosa y elegante de mi admirado amigo Ángel Artiles Díaz, fecundo intelectual de la estirpe de los libres pensadores de la república. “La patria no merece ser apostrofada” escribió Artiles Díaz con vehemencia y de inmediato blandió cual mosquetero del rey, la espada cimbreante de la frase textual del connotado pensador y literato español Benito Pérez Galdós: “Males son de la época, no de España”.
El disenso hizo emigrar mi pensamiento al manantial de sapiencia de la obra cúspide de la literatura española Don Quijote de la Mancha, cuya principal enseñanza es la desmitificación de la realidad, descodificando los símbolos lingüísticos, recurriendo a todo tipo de recurso literario configurativo, metafórico y hasta la magia de lo burlesco con tal de poner en alto relieve la identidad real de las cosas, desentrañando las evidencias, bajando al fondo las apariencias y subiendo a la superficie las esencias, sin abandonar los rituales literarios de la belleza poética y lingüística, rindiéndole culto al arte de la literatura en múltiples vertientes y reverenciando a la vez, como fin social, la desnudez de la realidad.
¡Qué grandeza! Novela realista donde la ficción vuela hasta el infinito tachonado de realidad con la misión de desarroparla y exhibirla elevando la conciencia del hombre a la cumbre de su propio reconocimiento, razón imperecedera por la que esta obra nunca ha bajado del pedestal de la historia de la literatura mundial.
Aunque Benito Pérez Galdós (1843-1920), más prolífico que Miguel de Cervantes Saavedra por la cantidad de obras que escribió, le dio brillo como ningún otro literato, después del Manco de Lepanto por supuesto, a la novela realista, en mi humildísimo y desautorizado juicio en materia de literatura, se diferenció del autor del Quijote en tanto que configuraba más la ilusión de la realidad que la realidad de la ilusión y/o la ficción de la realidad más que la realidad de la ficción. Lo del Quijote fue como invertir permanentemente el cielo y la tierra para anular las distancias imperceptibles del hombre y elevarlo al señorío de la visualización legible de la realidad.
Rindiéndole culto a lo quijotesco, mi humilde concepción de vida impulsa la vocación “enfermiza” hasta de hollar la tumba, abrir el ataúd y sacar el cadáver de la realidad que nos asfixia en el presente sin engaños pasionales, romanticismos genéticos ni ceguera de amor filial por la patria, haciendo caso omiso a lo que se diga en las filípicas del panegírico, se escriba en el epitafio o las oraciones rituales discursivas de las plañideras.
La república es lo que es, como producto de lo que fue, no lo que soñamos que sea, y apostrofarla es la aspiración genuina de redimirla cuando el lastre arropa su esencia existencial como sucede en la patria nacional de hoy. El futuro no existe, es un ilusionismo de la realidad presente proyectado en el inexistente tiempo venidero.
Cuando Pérez Galdós dijo: “Males son de la época, no de España”, estaba admitiendo que también eran de España, la dialéctica universal, del todo a las partes, de las partes al todo, lo cual no invalida el principio de la finitud terrenal existencial del ser humano y todos los organismos vivientes, haciendo lógico y racional que podamos apostrofar las eras, los períodos históricos, los procesos evolutivos, las identidades dejadas por la obra del hombre, los principios, valores, ideas, concepciones, convicciones y doctrinas que se adoptaron para consumarla.
Precisamente hablando de España, uno de los más eximios exponentes de la Generación del 98, José Martínez Ruíz, mejor conocido como Azorín (1873-1967), como todas las relevantes figuras de ese movimiento literario, calificó a la España de esa era con estas palabras: “vieja y tahúr, zaragatera y triste”.
Claro que a la patria y los hombres que son los que la consuman, se les puede etiquetar cíclicamente, esencialmente con la misión de inspirar su reconcepción y renacimiento para gloria de las nuevas generaciones. Además si la justificación es que los males son de la época, la crítica del hombre como acto de reconocimiento de sus errores hace tiempo que está enterrada en el cementerio. «Conócete a ti mismo», huella de la grandeza de Sócrates.
sp-am