La narrativa dominicana o el ordeño del próximo día
No tengo el propósito de amargarle al colega Efraím Castillo «La manía de narrar»; mucho menos, estoy detrás de la puerta para perturbar esa curiosa «consulta psicológica» que alega o insiste el escritor José Calvajal. Y es que tener juntos a un escritor de la exquisitez de Efraím y darse el privilegio de tener a un presentador de lujo como José Calvajal, es algo, más que, trascendental, yo diría profético. De tal manera que el escritor ya laureado de «Currículum: El síndrome de la visa» ha invitado al irreverente novelista desde su santuario en la Florida. Por mi parte, quiero decirles que hace ya unos meses que para hilvanar historias he cambiado el ruido perturbador del tren urbano por el grito ensordecedor de becerros amamantados para producir leche. Ahora llevo el pan a la mesa a través del oficio heredado de mi padre. Y resulta que mientras realizábamos el segundo ordeño del día, ya en horas cuando sol sureño retorna a las nubes, se me ocurrió retirarme de esos bramidos desesperados de becerros hambrientos para reflexionar debajo de una frondosa guácima, algo más sobre el colapso de la narrativa dominicana. Asunto que le vale un rábano al joven ordeñador Monolín Aristy; para el novelista Castillo mis juicios provocan cierto reumatismo del alma. Y para Clodomiro Moquete, editor de la prestigiosa revista Vetas, quizás el más diplomático, pero que no deja de provocarle alguna que otra especie de diabetes editorial. Y, a mi como, ellos afirman concito cierto aire pecaminoso. Ya prendido el computador y la guácima ejerciendo su complicidad, aparece la imagen de Juan Bosch, enlazada con el difuso rostro del autor de «La manía de narrar» y en su esforzada defensa Clodomiro, pues, ambos lastimosamente ocultan con un dedo ya flac la insularidad de la narrativa dominicana. Al tiempo que los becerros continúan su sinfónico lamento, he ordenado a Monolín que a esos hambrientos no les deje más que la ración de una teta. Pero no; esos mamíferos siguen como Efraím Castillo, listos para decirme y decirse que la narrativa dominicana es muy leída en otros países. Y al unísono Clodomiro pretende un foro para ver si salvan de las garras de Tomas de Torquemada, esa montaña de papeles amontonados: unos publicados por esos esfuerzos de estar presente en los tramos de la librería «La Trinitaria» y otros editados bajo la pecaminosa subvención del gobierno. Estos últimos, pagados a precio de cualquier golosina editorial. A estas obras seguramente tratara de salvarlas Efraím y hasta no descarto que por ahí aparezca el más ágil de tales arreglistas: el editor de gobiernos, otro no menos laureado poeta León Félix Batista. Asuntos que quizás a Manolín y sus gritones becerros no les interesa, mientras la imagen de Bosch sigue impregnada de la pantalla del monitor como un fantasma que no resiste ser superado en nuestra narrativa. Y yo les pregunto a esos becerros gritones ¿qué saben de esa defensa insostenible del escritor Castillo, en lo referente al poco interés que concita la narrativa dominicana? Entonces, yo tengo que nuevamente pararme delante de Manolín para que él adelante un poco más el ordeño, ya que por ahí viene un ruido; pueda que sea una oportuna lluvia o uno de esos trenes que aun revolotean mi cabeza. Y no sé si pregúntale al eficaz semental o a Efraím y hasta al mismo Clodomiro, ¿cuál escritor dominicano que no se medianamente Bosch, se lee en otros países?; ¿o cuál de esos laureados podría decir que ha recibido un respetado contrato editorial y pueda pagar siquiera un mes de alquiler de su casa con su narrativa? Creo que Manolín tiene una respuesta más certera. Pero dejemos que siga halando las tetas a las vacas. Y volvamos al laureado escritor Castillo y a nuestro afamado editor de Vetas, ¿existe otra obra en nuestra narrativa que no sea «Enriquillo» que haya tenido tal vuelo universal?; o ¿cuál narrador dominicano se ha afianzado en otros países como escritor notable?: ¿cuál escritor ha recibido un contrato decente de Alfaguara, o cualquier otra editorial, a menos que no sea por esos «favores editoriales»; o esas maniobras políticas que no tienen que ver con la calidad literaria? Por favor, exijo nombre de un solo; no más. Asunto este muy distinto, por ejemplo, al caso cubano; y si se quiere más con perdón de Manolín, la vigencia de varios escritores de Puerto Rico que han tenido digamos, un respetado espacio en otros países que si valoran esa narrativa. ¿Qué agente de notable valía editorial se ha fijado en algún escritor de la insularidad? Ah, pero, para Efraím y Clodomiro cuando leen estas líneas acuden a esos caprichos que como el corcho resalta de los prejuicios de la aldea. Es que el escritor de la isla teme verse en el espejo íntimo de su realidad editorial. Y si decide verse en ese mismo espejo, termina avergonzado o manifiesta su notable apego al síndrome de Narciso. Creo que gano más tiempo y respecto, si continúo el ordeño, pero la imagen de Bosch sigue ahí inalterable. En alguna parte Efraím dijo que anda o anduvo por los patios del Brooklyn College, espero no se haya perdido. Según me dijo Manuel del Cabral que su inglés no es están bueno. Pero, allí no dejan de faltar uno que otro estudiante de la isla que puede llevar a Efraím donde Silvio Torres–Saillant y así se topan fama y el prestigio. Aunque no sé si Efraím y su defensor Clodomiro, saben o se habría enterado que yo curse algunas asignaturas especializadas en Rayo Laser, en esa especie de UASD llamado City College, y por tanto conozco la dolencia que provoca ese reumatismo de que padece el Brooklyn College. Del primero salí por su bajo nivel académico y del segundo afirmo que es una escuela de poco vuelo académico. Lo que quiero enfatizar es que Efraím acude — y eso sí que da lástima— en su salvación a una de esas «profesoras encantadas» con la literatura Latinoamericana, y en este caso, enarbola su veredicto sobre la narrativa de República Dominicana, asunto que conozco muy bien. Y para su propia honra, Efraím saca penosamente este no menos alertador ensay»La narrativa dominicana contemporánea en busca de una salida” (1988), de Margarita Fernández Olmos, académica del Brooklyn College, CUNY. Y nuestra profesora encantada en algún párrafo profetiza: «Es una literatura de derrotados. Ya alguna vez se observó que las derrotas nos han dotado de obras tanto o más importantes que las victorias, quizás porque exigen un esfuerzo más tenaz y conducen a los límites mismos de la literatura. Una literatura de derrotados no es forzosamente una renuncia al proyecto transformador, sino uno parénesis interrogativo». Asunto que según Efraím salvaría a lo que sí tenemos que enfrentar todos los escritores dominicanos: nuestra pasmosa insularidad. Pero él y por supuesto, Clodomiro jamás van oír de la profesora encantada algo del irreverente Albert Camus: «el escritor debe siempre enfrentar al poder; esa es su misión». Tampoco nuestra profesora encantada jamás expondría a sus estudiantes algunas notas de «El escritor y sus fantasmas» de Ernesto Sabat «la misión de la literatura es llevar despierto al hombre que va al patíbulo». Pero, nuestra narrativa y sus exponentes más que llevar ciega a la nación dominicana a su propia desgracia son agentes de la impunidad. Y donde diablos lleva esa literatura nuestra, fabricada por un conciabulo de farsantes al servicio del más vil y aberrante poder de la nación. Esto jamás saldaría de las cátedras de la profesora encantada del Brooklin College. Yo, por mi parte acudo a Alexander Serguivich Pushkin sobre aquellas notas de su famoso «Viaje a San Pertersburgo»: «Los escritores de todas las naciones del mundo forman, numéricamente, la parte más pequeña es, claro está, la de hombres que, durante generaciones y siglos enteros imponen sus ideas, sus pasiones y prejuicios a los demás».En ese mismo ensayo Pushkin remata con un alivio que bien debería servirnos a todos los escritores dominicanos; especialmente, a esos hijos pródigos de la aldea literaria que obstinadamente se afianzan en las muletas de esos profesores encantados, adscritos a los departamentos de lenguas romances de universidades norteamericanas para ver y verse en el espejo de la narrativa dominicana, desde el una óptica de esperanza. Al escritor de la isla no le queda más que un racimo de promesa; o aferrarse al conformismo que exhibe el gobierno para hacer pecaminosas tramas editoriales. Y vuelvo a Pushkin —traducción de mi autoría—»¡Qué importancia tiene la aristocracia del abolengo y de la riqueza en comparación con la del talento! Ningún poder, ningún gobierno, puede resistir la fuerza destructiva de la palabra impresa inmune». Vaya alguien y dígale estos juicios del Poeta ruso a la profesora Fernández Olmos; o en su defecto, encájele los razonamientos de Pushkin a Efraím Castillo y su sequito de insulares. Afirmo —aunque honestamente no enlisto a Efraím— todos esos laureados sino se han vendido por un plato de lenteja a gobiernos corruptos, por ahí sus textos forman parte de la pecaminosa, de la impune subvención del gobierno. León Feliz Batista ya no puede aclararme todo esto a mí: yo no pertenezco al chantaje de las letras dominicanas. Y ´para que dejen de ser sietemesinos, estudien a Pushkin y apártense del masoquismo de estar buscando de muletas a esos profesores encantados.Y no se pregunta cómo es que nuestros escritores sean tan ciegos o se hagan, no ven su propia realidad. Se dedican a observar desde el rio Ozama el anquilosamiento de esa narrativa por cuyos exponentes nadie se interesa ni en leerlos ni contratarlos. Es más, con lo que esa gente escribe nunca han podido siquiera comprar un simple café. Pero nada, Carmen Barcells por ahí anda. Por estar entretenido entre la imagen de Bosch y ahora detrás de la puerta de la «consulta psicología» de Calvajal, ya Manolín termina su segundo compromiso de la tarde. No llueve en el Sur y yo sigo debajo de la guácima al pendiente de que una avispa no haga su agosto. Todo lo aquí narrado se detuvo por un sorpresivo parto de la vaca berrenda. Mientras, la vaca se retuerce, Manolín ni se inmuta con la llegada del nuevo miembro de la familia. Ya estoy prevenido de que Efraím y Clodomiro acuden por un lado a ligarme como agente del Imperio, por el otro, a insultos; y al final, anuncian foros para analizar porque esa narrativa a nadie le interesa. No hay que dar más vueltas, mi ordeñador ya montó en su mulo los tres bidones de leche, mientras Efraím al leer estas notas llama a los laureados, si esos aliados de aposentos a que cierren filas contra ese «tránsfuga imperialista» que si les ha dicho sin rodeos que esa narrativa es hueca y que sus expositores no hacen más que deambular entre los elogios de gobiernos corruptos y el reparto penoso de reconocimientos.He aquí lo más degradante y degrado de las letras dominicanas, y por eso los editores y los expertos de otros países no nos valoran, mucho menos asumen el menor respeto. Esto molesta a Efraím y por ahí en alguna ocasión estos juicios hicieron que a Pedro Antonio Valdez se les hiciera un nudo en las tripas.Pero, yo no vivo de arreglos editoriales, no vivo de las dadivas del gobierno. Asunto que muy pocos intelectuales pueden decir, pues, de alguna u otra manera, el intelectual dominicano tiene que encajar en el gobierno para ver sus textos en un estante que nadie paga un centavo por esas obras de poca o ninguna calidad. Y algo peor: una narrativa poco atractiva al mundo editorial. De ahí que Manolín no se enoja porque vio una obra de Bosch al borde del comedero y otra de Borges que reza «Historia de la infamia». Por suelte que ni los becerros van enterarse de que para Efraím y por supuesto, Clodomiro yo sea un personaje de Borges o ese «tránsfuga» que dice a todo pulmón: yo además de pésimo ordeñador, soy a juicios del laureado escritor y del insigne editor, literalmente, un difamador. Todo esto ha venido como resultado de que al escritor Castillo parece que aun ha aprendido o no le han enseñado a ser elegante; a tener tacto, a practicar el comedimiento, y a medir cierta distancia y respetar lo poco del mérito ajeno. Afirmo que esta es una práctica ya endémica en esos laureados con ínfulas de ser consagrados de la aldea. Si, y es que para mí y así he comprado, ese resentimiento raya en marcada frustración cuando un escritor de la isla no puede ver su obra a la altura de aquello que él dibuja en su fantasía. Es decir, se refleja una distorsionada sed de gloria literaria. De ahí que el caso del reconocido novelista pueda que no sea ajeno ni distante de ese ejercito de escritores —y no descarto que también él—tenga en su residencia montañas de libros por ahí editados o les adeudan cierto dinero por su producción. ¿No es una frustración no poder ver su obra leída y comprada? Amigo Efraím, distinguido Clodomiro, este no es el caso de R. A. Ramírez Báez. Y, finalmente, no sé cómo le habría ido a José Calvajal con su «consulta psicológica», mientras a mi me espera una nueva retahíla de insultos, justo cuando inicio el ordeño del próximo día.