La excelente madre que fue mi padre
Por RAMFIS RAFAEL PEÑA NINA
Un testimonio de amor, valor y ternura en la más profunda oscuridad.
Siempre escuchamos a valiosas madres pregonar orgullosamente el famoso eslogan: «Crié a mis hijos sola, fui padre y madre, nunca les fallé».
Muy cierto. La mayoría de las sociedades arrastran en sí mismas este patrón repetitivo, tanto en las muy civilizadas como en las menos.
Las razones son varias: la viudez y, la más común, el abandono del padre. Este último es, sin dudas, el que más marca el desarrollo emocional y espiritual de los hijos. Sin embargo, mi caso fue muy diferente.
Recuerdo aquella noche del 3 de noviembre de 1975, cuando mi madre se debatía entre la vida y la muerte en el Hospital Salvador B. Gautier. Mi padre, junto a algunos familiares, hacíamos guardia con el alma en vilo. Afuera, por la televisión, se transmitía la noticia histórica del entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, anunciando la retirada oficial de las tropas norteamericanas de la guerra de Vietnam, poniendo fin a una Era de dolor para muchos. Un evento trascendental… mientras yo vivía mi propia guerra personal.

Vi llorar a mi padre aquella noche. Su rostro reflejaba una mirada perdida, mientras se mordía los labios con fuerza para no quebrarse ante mí. No era solo un hombre ante la posible pérdida de su esposa: era un padre ante la incertidumbre del futuro de su hijo.
Rehuía mi mirada mientras la mía le perseguía, buscando respuestas. Yo no entendía del todo la gravedad de aquel momento. Me permitieron ver brevemente a mi madre. Al salir, mi padre me abrazó con una fuerza que hasta el día de hoy recuerdo. Esa misma fuerza que usaba cada día para no demostrarme el delicado estado de ella ni el suyo propio.
En ese instante nacía, sin saberlo, la excelente madre que fue mi padre.
Mi madre nunca se recuperó del todo. Aunque vivió cincuenta años más, fue mi padre quien asumió desde entonces y para siempre el rol de padre, madre y esposo abnegado.
Son muchos los epítetos despectivos que se suelen escuchar cuando se acerca el Día del Padre, en comparación con el Día de la Madre. Pero en mi caso, jamás lo vi como algo menor. Siempre he valorado a mi padre como una madre ejemplar.
La sociedad no suele estar preparada para aplaudir a los hombres sensibles, protectores, tiernos. Sin embargo, mi padre rompió ese molde con dignidad y entrega. Nunca necesitó decirme que me amaba; me lo mostró a diario, con cada acción, con cada silencio lleno de ternura.
Hoy, ya ambos se encuentran ausentes físicamente, por decisión de nuestro Padre Celestial. Pero permanecen vivos en mí, en cada valor que me inculcaron, en cada lágrima que no derramaron frente a mí, en cada sacrificio silencioso que me formó.
A ti, padre que fuiste madre, te dedico esta reflexión. A ti, madre que partiste luchando, también mi eterno amor. A ambos, mi gratitud por tanto amor sin medida.
jpm-am

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Madre/Padre,espero que al recibo de ésta carta,te encuentres bien, allá arriba donde estás.
Que el Señor vele sobre tí ( ustedes),que no te/les haga falta nada,Dios quiera que seas/sean felíz/felices.—Ismael Miranda.