La esperanza de la humanidad

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EL AUTOR es investigador y asesor empresarial.

A veces pensamos que las dificultades y los problemas solamente nos pasan a nosotros. En nuestro caminar por la vida nos ocurren cosas buenas y malas y, generalmente, muy diferentes a lo que habíamos proyectado o soñado.

La vida es una aventura, nada está previsto, y por mejor que la planifiques, siempre hay una serie de imprevistos que te sorprenden.  Pero aun así nos empeñamos en tratar de preverlo todo para alcanzar objetivos que suponen el éxito.

Lógicamente, planificar, tratar de prever las cosas y organizar las actividades para lograr un “mejor futuro”, no es malo, pero cuidado, porque en el proceso se puede caer en la terrible enfermedad que te va robando la vida poco a poco: El afán y la angustia por lograr lo planificado.

Y esa enfermedad se contrae cuando el plan que habíamos trazado empieza a fallar. El proyecto de vida que habíamos preparado inicia una escalada de demandas que no se habían previsto y esas demandas roban el tiempo, y cuando vienes a ver, estás atrapado.

Los síntomas de la enfermedad afloran: falta de tiempo para dedicar a hijos, esposa o esposo, madre, padre, hermanos y amigos, falta de tiempo para hacer cosas que te gustan, falta de tiempo para pensar, falta de tiempo para vivir.

Por otro lado,  para lograr los objetivos planteados en el proyecto de vida, vamos tejiendo una red de situaciones y compromisos que terminan cubriéndonos por completo, y nosotros presos dentro de la red.

Generalmente, esos objetivos tienen que ver con lograr metas materiales, lo cual no es malo. Se trata de vivir bien, de que los hijos vivan bien, asegurar la vejez de nosotros y de los hijos, objetivos que supuestamente dan calidad de vida y que se alcanzan acumulando cierto nivel de riqueza.

Pero todo eso es un engaño, una ilusión. Tratando de asegurar la vejez, nos perdemos de vivir la juventud, nos quitamos calidad de vida a nosotros mismos  y a las personas que amamos y la vejez que aseguramos, si es que llega, sin lugar a dudas, es llena de deficiencia de salud y en soledad.

Pero el mundo y las sociedades del mundo forman ciudadanos para seguir ese esquema, que por demás es un esquema antihumano, desarticulador de la familia, insensible, egoísta, individualista, desprovisto de verdadera vida y que alimenta el desamor.

Es un esquema desprovisto de humanidad, que elimina la emoción de vivir, la expectación de la sorpresa, la ternura de un beso, la maravilla de la concepción, el milagro de un parto, la calidez de una sonrisa,  el regalo de un amigo, la frescura de la lluvia y la importancia de la trascendencia.

Ese esquema nos programa para pensar que no existe nada más que lo que vemos, trata de que nunca recordemos que somos pasajeros, nos enseña la mentira como si fuera verdad, y nos hace creer que vivir es complacer las demandas del ego y del cuerpo.

Esclavizados por ese estilo de vida que es programado e impuesto, advertimos que algo no anda bien, pero no nos damos cuenta qué exactamente es, sentimos un vacío, una inquietud,  una insatisfacción existencial. Pero, además, no dejan de estar presentes los problemas cotidianos de la sobrevivencia, es decir, de permanecer en el estilo de vida que hemos creado por inducción.

Un estilo de vida que nos ha llevado a vivir la peor de las angustias y la peor de las soledades. La peor de las angustias es la que se produce cuando estando fuera de las actividades de trabajo, sociales y de diversión, sentimos que nada tiene sentido. Y la peor de las soledades es aquella a la que rehuimos permanentemente, porque ella nos hace encontrarnos con la realidad.

Y la realidad es un vacío que llevamos dentro que nada de este mundo lo puede llenar. El universo entero no puede llenar ese vacío, y una soledad del tamaño de ese mismo vacío. Es ahí donde advertimos que estamos muertos, respirando, pero muertos.

La mayoría de la gente evita encontrarse con esa realidad, por eso los equipos electrónicos son tan populares hoy en día, y las herramientas que le dan utilidad a esos equipos: televisión, celulares, juegos, internet, etc.

También las bebidas alcohólicas,  los juegos de diferentes tipos, las drogas, las infidelidades, y todo aquello que le permita a la persona escapar de la realidad. El bullicio permanente, la diversión, las compras, todo aquello que le permita no pensar, no encontrarse consigo mismo.

Esas personas ya han muerto, pero tienen oportunidad mientras tengan vida biológica, pues la verdadera vida se le revela permanentemente y le invita a volver a ella sin miedo, a perder para ganar. A ellos Jesús les recuerda: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.» (Lc 17:33).

Pero un reducido grupo de personas al descubrir ese vacío que no les deja vivir, en lugar de rehuir de esa realidad, la enfrentan e inician con sinceridad la búsqueda de la verdad, y como la verdadera vida se revela permanentemente, al toparse con la revelación, despiertan y nacen de nuevo.

Esos trascienden, han vuelto a la vida, han nacido de nuevo y entraran al Reino de los Cielos. Así le dijo Jesús a Nicodemo: “En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba.”… “El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.»(Jn 1:3; 1:5)

En ese reducido grupo de personas, está la esperanza de la humanidad.

c.aybar@nikaybp.com

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