La crisis Haití-República Dominicana

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santiago.

 

El presidente Martelly y su grupo gobernante parecen haber perdido todo sentido de la racionalidad y la ecuanimidad en esta confrontación urdida con fines inconfesados y con la idea de llevar a Dominicana a un callejón sin salida.

Haití, sus desatinadas autoridades actuales, no pueden garantizar que aun en el remoto caso de que triunfe su agresiva campaña contra este país, van a obtener alguna simpatía entre el común de los dominicanos.

Todo lo contrario, mucha gente esté viendo a los haitianos como gente cada vez más irracional y más confrontativa contra un país vecino que le provee de gran parte de su sustento y que le mantiene aquí a cientos de miles de ciudadanos, dígase lo que se diga.

Los organismos internacionales han sido incapaces de tener una idea clara de lo que pasa aquí y solo parecen atinar a escuchar las quejas haitianas, muchas de ellas injustas, desproporcionadas y echas como a la desesperada.

Esta confrontación lleva a plantearse si Haití, donde las desigualdades, el caos y la desesperanza son lo habitual, permite que en su territorio los extranjeros anden como les dé la gana sin documentación alguna como ha estado ocurriendo por décadas con los haitianos en territorio dominicano y como reclaman que se siga el patrón irresponsable de las mafias que cobraba peaje por dejar pasar a cuanto haitiano enfermo, desahuciado y sin nada que hacer quisiera venir aquí.

En Haití no parece comprenderse todavía que los Estados trabajan con reglas y que si no las aplican corren el grave riesgo de la disolución.

El mejor ejemplo de ello es el mismo Haití donde con frecuencia la gente se toma las leyes por su propia cuenta. Una de las aspiraciones que parece tener Haití es la de limpiar su territorio de gente desahuciada, desnutrida, desesperada, enviarla aquí y luego proclamar que ya está apto para recibir el turismo internacional que no va a esa nación por el peligro de contagiarse de alguna enfermedad o de ser tocado por la violencia que con frecuencia estalla en Haití.

Esas son razones, de ser ciertas, tan poderosas como perversa.

Las autoridades haitianas están muy confiadas en la efectividad del cuco que le quieren presentar al país a través de Estados y organismos internacionales.

Creen que sus representantes van a venir a darles una pela a las autoridades dominicanas y que en medio del llanto y el temor dejaran sin efecto las leyes migratorias aprobadas.

Ya no es posible dar marcha atrás.

Hay que ser primero humanos, hay que comprender la desesperación de los demás, sus sueños rotos y sus crisis cuasi insalvables.

Hay que seguir siendo solidario con Haití pero sin ningún tipo de chantaje, sin falsear la verdad, sin esa campaña de terror que hay ahora montada.

Pero también hay que entender que la sábana dominicana no da para arropar bien a la mayoría de los dominicanos como para cubrir también a los haitianos.

Todo este clamor, ese rasgarse las vestiduras, ese gritar no va para ninguna parte por la vía errónea que los están llevando los haitianos al creer que podrán arrodillar a todo un país y permitirse humillarlo y descalificarlo.

Ese es un camión, desde el principio, inamistoso, inaceptable y equivocado.

 

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