La Ciudad Heroica en un aniversario gris

Entonces, llegaron ellos!  El rabo escondido entre las patas y el bochorno por el desastre en Corea y la falta de logros contundentes y definitorios en Vietnam. Para colmo, un incesante coro de jóvenes voces, matizadas por nobles sentimientos de amor y paz les perseguían noche y día en sus propios dominios, enrostrándoles el genocidio de lesa humanidad que iban dejando a su paso, allende las fronteras.

Llegaron en busca de victorias espectaculares –a lo Hollywood-, amparados en su manera muy particular de ejercer el control de las vidas y las acciones de todos cuantos habitan en el continente americano.

Y con sus acorazados, porta-aviones, su flota de paracaidistas, sus tanques de guerra y sus camiones blindados, se lanzaron por Haina, San Isidro y las inmediaciones del hotel El Embajador, como lo que son: aves de rapiña ávidas de sangre y trofeos para mostrar al mundo.

Y se dispusieron a arreglar el asunto en menos de 24 horas, a fin de estar en casa a tiempo para la cena y los play off de beisbol de la temporada.

Ocuparon groseramente nuestro sagrado territorio y al hollar nuestras playas, plazas y veredas, de sus botas destilaba toneladas de mugre y lodo, nauseabundas a más no poder, que era, en suma, lo que ellos representaban, en sí mismos.

Un pueblo en armas  les esperaba, dispuesto a ofrendar con gusto la vida en aras de castigar la afrenta del odioso invasor y la de quienes mendigaron la acción, arrastrándose a los pies del yanqui como culebras.

Mil estrellas, provenientes de las frentes de un puñado de coroneles y otros militares y pundonorosos civiles que contrajeron nupcias con la gloria, iluminaron las calles y plazas de la ciudad heroica, a partir de aquel funesto 28 de abril de 1965. Y  este brillo se extendió en el tiempo, en el espacio y en la nostalgia, independientemente de los resultados de la gesta, de las cláusulas de aquella burda patraña con sello de Acto Institucional,… y de la sangrienta pesadilla de más de doce años que sobrevino después!

En el sustrato de esta pantomima democrática que tanto nos ha costado subyace el amargo sabor de la suerte corrida por aquellos adalides que dirigieron al pueblo con coraje y gallardía en el enfrentamiento con el grosero invasor y sus lacayos criollos. Y en las calles adormecidas de la ciudad heroica, de tarde en tarde se siente llegar el rugido de las metralletas, el tronar de los cañones y la voluntad de hierro de un pueblo en armas fusionado en comandos para defender su soberanía y demandar la vigencia de la constitucionalidad.

Caminando por esas calles y rebuscando en cada trecho las escenas de tantos y tantos capítulos de heroísmo que nunca fueron contados, se percibe, a ratos, la presencia inmanente del Coronel de Abril, sudoroso y jadeante, indicándonos, a todos, el camino a seguir.

Y es que a hombres de su estatura, su coraje y valentía, hayan sido o no certificados sus despojos mortales por la autoridad forense de turno, no hace falta venerarlos en un encumbrado nicho del Panteón Nacional, en una tumba, un maquillado busto o en los broncíneos escritos de una tarja cualquiera. Más allá de polémicos ditirambos sobre la captura de Francis, la procedencia de la orden recibida por sus verdugos y el destino final que se dio a sus restos, pienso que tendría mayor relevancia histórica si todo el pueblo se volcase, este 28, no para conmemorar la ignominia sino para recordar con veneración al coronel libertario que supo dirigir a las masas populares en defensa de su derecho a existir como Nación.

En las calles, las cuadras y plazas de la invencible Ciudad Nueva, en el vuelo libre de las palomas que engalanan el Parque Colón y en la mirada taciturna del viejo vendutero que aún pregona sus mercancías con fe en el porvenir, se percibe, todavía, el ejemplo libertario de Caamaño y sus coroneles de Abril.

Es tiempo de hacer un alto en el tortuoso camino de nuestro incierto presente, a fin de conmemorar, como corresponde, el 50vo. Aniversario de la Revolución de Abril de 1965, a sus protagonistas y los sacrosantos objetivos por los que aquellos ofrendaron sus vidas y sus esfuerzos.

La añeja ciudad nos espera, con la perenne vigencia de su glorioso canto de guerra y el espíritu libertario que se eleva de sus calles adoquinadas, tal si fuese el furioso crujir de las botas de Francisco Alberto Caamaño Deñó, encabezando al pueblo en la defensa de su revolución.

sergioreyes1306@gmail.com 

imágenes de abril

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