La antorcha no se arrebata

La política, la vida y la naturaleza son una carrera de relevo. En política la alternabilidad del poder es la regla sin trampa para recibir la antorcha de mano de aquellos que recorrieron su justo trecho. La existencia humana es el más fiel ejemplo de sucesión de una generación por otra, aunque algunas vidas como la del longevo Matusalén (969 años) se extendieron por mucho tiempo. La naturaleza con el juego de mudanza de estaciones establece sus normas para el relevo.”El universo está de viaje”. “No nos bañamos dos veces en el mismo río”, decía el filósofo de Efeso, Heráclito, para quien el cambio permanente era la ley que movía el mundo. En una carrera de reemplazo no hay necesidad de arrebatar cuando se han pautado las reglamentaciones para que los participantes después de correr la distancia señalada entreguen la antorcha, porque en el tramo no debe primar la ambición de que unos quieran por los motivos personales que puedan tener hacer ellos y solamente ellos el trayecto. En República Dominicana desde la Independencia a nuestros días seis mandatarios se hicieron y se han hecho dueños de la antorcha, al gobernar en varias ocasiones: Pedro Santana 12 años, Buenaventura Báez 14 años, Ulises Heureaux –Lilís- 17 años, Trujillo 31 años, Balaguer 22 años y Leonel 12 años. En la historia de Estados Unidos a ninguno de los 44 presidentes que ha tenido esa nación se le ha quitado la antorcha, la democracia con sus hábitos de alternancia ha permitido que cada mandatario como buen atleta marche con su tea encendida sin que el egoísmo le impulse a pasarse de la marca. En el referido país con períodos de 4 años se registran 26 presidentes (del total de 44) y otros 17 gobernaron 2 mandatos (8 años) cada uno. El único presidente norteamericano que permaneció tres períodos fue Franklin Delano Roosevelt (1933-1945). Es decir 12 años, por la crisis de la Segunda Guerra Mundial. Y para evitar que ese precedente se repitiera se enmendó la constitución para que nadie absolutamente nadie pudiera intentar reelegirse después de dos mandatos de gobierno. Algunos mandatarios norteamericanos rechazaron el pedido de sus seguidores que les coreaban para que continuaran otro espacio con la antorcha en mano. Pero no lo aceptó George Washington (1789-1797) ni el propio James Madison (1809-1817), este último que tuvo que usar tres años de su segundo gobierno para enfrentar una invasión de los ingleses y no permitió que le prolongaran su período pese a que la multitud lo aclamaba por haber vencido a Gran Bretaña. Como tampoco Nelson Mandela en Sudáfrica con todo el prestigio del mundo se negó igualmente a continuar después de cumplir su mandato (1994-1999). Mandela consideró que el peso de su prestigio no debía ser razón para quebrantar el equilibrio institucional ni para perjudicar a los demás compañeros de partido con derecho para ser también presidente. Esos son atletas verdaderos de la democracia, caballeros del honor y ciudadanos respetuosos de la ética política. En hombres como esos nunca habría peligro ni necesidad de arrebatar. Sin embargo, ha sido otra la historia en los países donde la democracia es una fachada. Las tiranías que han gobernado en casi todos los países de América comenzaron en su mayoría como gobiernos demócratas hasta que los presidentes entendieron que su antorcha no debía pasar a otras manos. Entonces los pueblos se llenaron de heroísmo y se la arrebataron. Los ejemplos son tantos que no hay necesidad de citar nombres. Lo triste es que los que terminan justificando el por qué no entregan el jacho siempre coinciden en los mismos argumentos: son predestinados y sin ellos la nación desaparece. En otro aspecto, se promueven como los únicos que pueden salvar su patria de los peligros económicos y de las amenazas que atentan la seguridad de todos. Cuidado con aquellos opositores internos que cuestionen el ego o el liderazgo de los dueños de la antorcha, porque “serán infelizmente excomulgados de su iglesia o enviados al infierno del olvido donde las llamas devorarán su fama”. ¡Oh Zeus! Así son los Semi-dioses engreídos que se perfuman hasta tupirse con su fragancia francesa marca “vanité suprême” (vanidad suprema).

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