Kurato Kimura: 54 años después
SANTO DOMINGO ESTE.- El encuentro estaba pautado para las 5:00 pm. Eran 54 años sin ver esa familia que había pasado por Cotuy cuando tuvieron que salir de Dejabón.
Salimos a las 4.46 pm rumbo a la residencia de la familia Kimura. A las 4.59 pm el carro se estacionaba frente a ese espacioso lugar de un residencial de Santo Domingo Este. Nos apeamos del carro, la doctora María Nerys Pérez Ramírez y su hija Virginia Suero.
En el balcón se miraba como un profeta y de una forma estoica, Kurato Kimura vestido con una camisa blanca, manga corta y unos pantalones negros. A sus 89 años parecía un joven desafiante. Nos alcanzó a ver y se incorporó; sabía que habíamos llegado. La puerta estaba abierta; la del frontispicio de su casa. Yolanda Sachiko Kimura, su hermosa hija, bajaba por las escaleras para recibirnos llena de alegría. Isoyo Kimura, la esposa de Kimura, nos esperaba en la puerta de entrada de su hogar llena de regocijo. Kurato Kimura estaba sentado en esa espaciosa sala holgada; adornada de recuerdos familiares y cuadros artísticos que mantienen una mezcla oriental y dominicana haciendo un binomio hermoso.
Una casa adornada con un te quiero. El saludo tenía sentimientos mezclados; era un encuentro de tantos años ausentes que pensaba que esa familia había muerto. La familia jamás regresó a Cotuy. Victoria Michiko Kimura, no pudo estar por motivos de familia. El encuentro fue formidable.
El diálogo comenzó entre risas y nostalgias. La vida no es bella sino por la cantidad de goces familiares, amistosos, intelectuales que ellas nos reserva; ese fue uno de mis goces escuchar a esa familia cargada con tantos recuerdos felices y también dolorosos. Al ver a Doña Isoyo con su español pausado entendía que por eso la vejez tiene un rostro de Belleza que no sospechamos, y que es una inabarcable consolación; los goces intelectuales del recuerdo se centuplican en la Vejez, se agudizan y forman como una nueva certidumbre mas grata aún que aquella que devoró nuestra juventud…
Ver a Kurato Kimura en su estado prístino a pesar de sus años como una nueva revelación de una nueva Voluptuosidad… al ver la sala tan bien distribuida de esa familia y los colores preciosos con que está pintada, la emociones de Arte se hacen más intensas cuando las de amor se marcan por el costumbrismo. Ver a esa familia y dialogar de recuerdos idos y borrados, pude notar que todo en esa familia se ve más bello a esa luz crepuscular, que da a todas las cosas un reflejo de la Eternidad, ya tan cercana.
En uno de los conversatorios, Kurato Kimura recordó que tuvo que salir de Dajabón, porque el lugar donde vivieron no había agua para sembrar arroz aunque sus dos hijas, Victoria Michiko y Yolanda Sachiko Kimura nacieron allá en Dajabón. Llegaron a Cotuy a principios de la década de 1960 y pasaron la revolución del 65 en la Capital de la Esperanza.
RECUERDOS
Pusieron un negocio llamado en aquel entonces Pulpería donde la gente iba y frecuentaba el lugar donde se bebía cerveza y de todo. Fue tan famoso el Colmado que todo el mundo le puso al lugar, La Esquina de Kimura hasta el día de hoy. Además, Isoyo Kimura, nos recordó que en esa Esquina fue donde primero hicieron Cocalecas de arroz (como palomitas de maíz, pero de arroz) y que todo el pueblo iba a buscar su cocaleca especialmente los niños. Además nos recordó la panadería de Quintino Ferrer (Viejo Belén.)
Yolanda Sachiko, tan hermosa como siempre, recuerda de la mata de cacao que estaba detrás del patio donde vivía Chepe Jerez. Teniendo unos cinco años siempre arrancaba una mazorca de cacao amarilla y se chupaba las semillas, mientras Doña Antonia (Toña) le vociferaba: ¡Por ahí viene Chepe!
Recuerda, Sachiko que también había una mata de vinagrillo en ese patio y jamás olvida cuando Chepe llegaba en un burro con dos cerones donde traía víveres para la familia que en muchas ocasiones, según la familia Kimura ellos bondadosamente les enviaban a ellos. Sachiko dice que dentro de ese mundo infantil que cuando pasaba un entierro ella salía y se sentaba en el contén para ver pasar el féretro. En su diálogo nostálgico y alegre dice que recordar siempre la casa de Victoriano Rincón y la Gasolinera de Héctor Rafael Soto (Cutie) que todavía sigue en el mismo sitio y ahora administrada por los hijos de Héctor Rafael y Doña Elsa.
La familia que llegó en marzo de 1957 al país en sus recuerdos nos dice que el trabajo de las diferentes familias japonesas que vinieron al final fue gratificante. Los 151 japoneses que llegaron en el segundo barco todos se abrieron camino en el país a pesar de tantos obstáculos.
El Generalísimo Trujillo a María Kawahoshi (Maria Hoshikawa) la bautizó con el nombre de Angelita, María por el nombre de la esposa de Trujillo y Angelita por el nombre de su hija. Ese gesto del Generalísimo Trujillo, Benefactor y Padre de la Patria Nueva, se realizó porque María Kawahoshi había sido la primera niña nacida en suelo dominicano de inmigrantes japoneses. He dicho que la vida es una ilusión, que no se realiza jamás… y ese es su solo encanto; No ser nunca una Realidad. ¡Wau, María qué encanto histórico descubrimos en estos diálogos hermosos y nostálgicos!
Se fueron a Cotuy 1962. No resulta fácil. En Cotuy no encontraron lo que se había perdido, pero con la decisión de poner La Esquina de Kimura, el destino le cambió la vida a esa familia. No resulta fácil destruirlo todo y levantar el vuelo, como diría Perales. En Cotuy encontraron su nuevo horizonte. Se inventaron el beso de la cocaleca.
No resulta fácil, no resulta facial, despertar el día con un trabajo demasiado difícil que ni aun los ruiseñores al trinar dan paz. No resulta fácil olvidarlo todo y empezar de nuevo. Aquel otoño gris se convirtió en un sol naciente. Eso sucedió con la familia de Kimura que decidieron salir de Cotuy en 1967.
Quienes sucedieron a los Kimura en el negocio luego de 1967 fue la familia Nishio. Una familia ejemplar que venía de la colonia japonesa de Constanza, compuesta por Korei, el padre, Yoko, la madre, y Mihoko, su primera hija. Luego nacería en Cotuy su segundo hijo, Mite. Salieron de Cotuy con ocho alas puesto que deseaban volar.
De ahí se mudaron a la capital para más tarde volver a establecerse en Constanza por la muerte del abuelo de Mite… una cronología bastante accidentada como toda la de inmigrantes. La relación familiar fue muy estrecha con nuestra familia. Mi hermana Delma iba a pasar vacaciones a Constanza a la casa de la familia Nishio. ¡Tantos Recuerdos!
Por su parte, Kurato Kimura en la capital, seguía con su negocio de Cocalecas, y a finales de la década del 80 dejaron la ardua labor. Kimura pertenece a la Sociedad Soka Gakkai que trasmuta la cultura japonesa. Esta Sociedad que se formó en 1930 fue organizada formalmente en Constanza en marzo de 1966. Su fundador fue Kurato Kimura quien, a instancia de su madre que residía en Japón, se inició en la práctica de la Soka Gakkai y difunde los principios filosóficos y creencias budistas de la organización formada por inmigrantes japoneses y también dominicanos. Uno de los que trabajó bastante fue Junichi Nishio el padre de Korei Nishio ente otros. Kimura fue un líder destacado dentro de la Sociedad. Ahí la integración dominico-japonesa quedó ensamblada a través de esa Sociedad.
Las promesas que le hicieron de ir a sembrar arroz en 1957 a la zona fronteriza se convirtieron en una odisea muy pesada. Montecristi, Dejabón, Manzanillo, La Vigía, Bánica, Altagracia, Agua Negra, Pedernales, Duvergé, Jarabacoa, Constanza, Cotuy, Fantino son palabras que la Colonia Japonesa tiene en el recuerdo como viacrucis y resplandores de gloria de aquellos sueños que en muchas ocasiones se convirtieron en pesadilla. Pesadillas muy fuertes para esos inmigrantes. Con una totalidad de 1320 inmigrantes japoneses ya para 1959 por disposición del gobierno dominicano de no aceptar más colonos foráneos puso fin a la inmigración japonesa a la República Dominicana.
Cuando ya el tiempo había llegado a su final, la despedida fue gratificante. Kimura quiso acompañarnos hasta la puerta y asi lo hizo junto a su hija Yolanda Sachiko. Me quedé sorprendido al verlo fuerte y caminar como lo hizo.
Cuando subí al vehículo aquella cinta policromática y cinematográfica me hacía volar, volar hacia esos Cielos idos. Ese Cielo que lo llevamos dentro de nosotros mismos, esas horas que compartimos en que todos los soles del Universo no alcanzan a romper el abismo que hay en nuestras almas, y lo ahoga todo, y nos ciegan, y nos hace perder la visión de los mundos de los cielos, y precisamente, en aquel Cielo de la familia Kimura alcanzamos ver la alegría del reencuentro y ver a Dios a través del velo de inmigrantes que sudaron tanto y enjugaron ese sudor con sus lágrimas.
¡Agradecido estoy!
Es de sangre la mar extranjera.
jpm