Julio Vega Batlle en aquel Santiago

Cuando Santiago de los Caballeros gozaba de tener la primacía de la intelectualidad más acrisolada con que contó el país en una época diferente a la que estamos viendo, con ojos llorosos y espíritus desconsolados, como si nos encontráramos en aquel momento justo antes de la crucifixión del Señor, cuando pronunció aquella famosa frase: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte». Así está actualmente el pueblo de Julio Vega Batlle, afligido por la debilitación de la expresión escritural y de la insuficiencia notoria de aquella augusta oralidad de antes. Y en la otra cara alegre en la jerga del convite superficial de cualquier plaza donde el habitante que quiere dejar de ser anodino no llega a crecer modelo de la modernidad sin importarle otra cosa que no fuere su pose exhibicionista y el olvido de cualquier referente intelectual. Es como si Santiago hubiera amanecido gris y el alma entristeció por haber perdido su amor por el culto a la excelencia intelectual. Ya no se ha vuelto a escribir novelas ficción comoAnadel, la narración de la gastrosofía, en la que el saber era un riachuelo que se salía de cauce. La falta de respeto a la heroicidad intelectual, a la imaginación estética y a la figura sacramental del escritor, como fue don Julio Vega Batlle, ha convertido a Santiago en una especie de peregrinar sin rumbo y sin mérito por veredas sombrías transitadas sólo por falsos personajes elevados a categoría por el desatino de la política y de un Ministerio de Cultura que omite intencionalmente congregarse con intelectuales que reflejen luminosidad y suficiencia en su pensamiento. En este escrito quiero expresar que la nobleza de la cual disfrutó Santiago como centro de cultura y del quehacer literario se ha desvanecido y, en cambio, aquella erudición apetecible de la cual formó parte ingente Vega Batlle ha sido sustituida acervamente por criaturas lóbregas y sin la debida representatividad por carecer algunos de ellos de la necesaria formación intelectual y de la capacidad reflexiva que le permita a este pueblo regresar a su prosapia Intelectual. Ciertamente, la evolución a que están sometidas las sociedades hoy día bajo el ímpetu de los tiempos nos presenta en Santiago el retrato de un grupo de individuos ocupándose de la cultura con rostros disimulados de memos detrás de un antifaz, como si estuviesen los funcionarios de Cultura en un teatro de títeres haciéndole muecas a un público que juega al desentendido, como si ese desinterés significara no sólo una pose gestual de enojo frente a lo insustancial del trabajo cultural que se pretende desarrollar en Santiago; además, ese mimetismo debe ser visto como algo igual a la ridiculización propia del teatro burlesque de variedades de la era victoriana que se enfocaba en la comedia. Precisamente, así se aprecia la cultura en Santiag una comedia similar a la pantomima británica, sin llegar al cabaret francés. En este preciso momento me persuade traer a este espacio una frase del escritor y dramaturgo ruso Antón Chéjov, autor de la obra La dama del perrito. Habla Chéjov sobre el malestar que produce la banalidad y dice: «Nada hay más terrible, insultante y deprimente que la banalidad». Me hubiese gustado ver la expresión en el rostro de Julio Vega Batlle en ese teatro guiñol que le ha tocado a Santiago y pensar que la nueva generación de empresarios de Zona Franca y fuera de ella difiere bastante de la era de don Víctor Espaillat y haya dejado que la actividad intelectual de este pueblo se desplome precipitadamente hacia las profundidades del inframundo transportado por el río en una barca lunar, que aparece en la alegoría de la escritora inglesa Jules Cashford titulada El mito de la diosa: Evolución de una imagen(1993). Santiago fue pueblo que llegó a tener una enorme afición o interés por todo cuanto pudiera referirse a lo espiritual, es decir, el cultivo de las facultades intelectuales y todo lo que tuviera que ver con la filosofía, la ciencia, el arte, la religión, etc. La cualidad de «culto» se entendía en aquel Santiago de Vega Batlle y otros intelectuales no tanto un rasgo social como individual. El hombre o la mujer «culto» o «inculto» de épocas ya agotadas en nuestro Santiago se interpretaba según hubiera desarrollado sus condiciones intelectuales y artísticas. No quisiera decir lo que tengo que escribir pero la crisis del sector cultura me obliga como ciudadano y escritor exponer lo siguiente: La casa de Gobierno en los planos de la cultura ha cometido los mismos errores del anterior mandatario. Así se percibe que el Ministerio de Cultura es algo así como un centro de propuestas mercadológicas al ritmo de la farándula. Si un santiagués como Pedro Francisco Bonó regresara un día de estos en un acto milagroso del más allá no necesariamente preguntaría por Vega Batlle, pero estoy seguro que le dolería en carne propia ver este país bailando en la más terrible y decadente pose de la cultura y peor aún tomar conocimiento de un 4% para educación sin formación previa de los agentes de cambio, es decir, de los educadores. ¿Acaso terminaremos en el aula de la gallera? ¿Qué está pasando? ¿Qué nos pasa? ¿Qué nos espera? No quisiera creer lo que no dudo, que nadie se sorprenda si en la feria del libro de 2015 aparece una calle con el nombre de «Chochueca» y se omite a Aída Cartagena Portalatín o a Salomé Ureña. Yo no pierdo la esperanza, pues nunca pienso como podría hacerlo un derrotado. Mas cómo negar que tenemos que cambiar el rumbo. Otra cosa a seguir sería agregarnos a los bufones de la plaza urbana o al teatro de títeres.

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