Jodidos por todos lados

Una empleada privada de maneras prepotentes le hace sentir que mirarle y escucharle es el favor más grande a la condición miserable de Carlos Manuel Mejía. El muchacho se indigna y le recuerda que está obligada a atender su requerimiento. La fragilidad física del solicitante hizo que la joven, custodiada por un vigilante, se asombrara con su respuesta. En otras ocasiones se había quedado callado, sobre todo, en las oficinas públicas, por miedo a que la venganza del servidor estatal que le tenía a su merced se materializara en una larga espera o peor, que no lo atendiera. Molesto salió de aquella oficina de la Administradora de Riesgos de Salud a la que está afiliado. A cosa de 30 metros, un hombre gritaba un piropo insolente a una adolescente que lo ignoró y herido con el rechazo le arrojó una moneda de un peso, como señal de que en ese precio la había tasado. Carlos Manuel sintió que la sociedad andaba demasiado jodida, que algo no cuadraba en ese rompecabezas. Prepotencia de servidores públicos y privados, violencia verbal, sicológica y hasta física, incluso contra desconocidos que no se prestan a nuestros juegos. Todo cobijado en la indiferencia. Su convicción la reafirmó una mesa en plena calle con un “reguero” de películas pirateadas, incluidas pornográficas en las que chicas, casi niñas, aparecían en pleno acto sexual con uno o más hombres. Le dieron ganas de vomitar cuando se percató de que quien las vendía era un niño que no rebasaba los diez años.

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