Joaquín Balaguer ante la historia

imagen
Joaquín Balaguer

“La verdad adelgaza, pero no quiebra”. Miguel de Cervantes.

Desde temprana edad Joaquín Antonio
Balaguer Ricardo comenzó a forjar su conciencia social y política. Vivió en
la adolescencia el doloroso escarnio de la soberanía mancillada por la intervención
norteamericana de 1916, provocada por los bochornosos empréstitos en nombre del
Estado, asentados durante los gobiernos de Buenaventura Báez, así como por el
bochornoso comportamiento de la clase política dominicana en las primeras décadas
de nuestra vida republicana, de la que él nos ofrece un vivo retrato en su obra
Los Carpinteros.

Sus escritos en favor del
restablecimiento de la soberanía nacional y su activa participación en los
movimientos cívicos para alcanzarla, constituyen, en cierta medida, sus
primeros pasos en la movediza arena de la política nacional. Como una prueba
fehaciente de su participación en este proceso nos queda su artículo «Mr. Hughes
y el Plan de Esclavización», publicado en La Información el 27 de septiembre de
1923.

Se involucró en el denominado
“Movimiento Cívico del 23 de febrero de 1930” escribiendo su “Manifiesto al
País”, que culminó con la renuncia del Presidente Horacio Vásquez y la
designación del Licenciado Rafael Estrella Ureña como Secretario de Interior y
Policía, Encargado, a ese título, del Poder Ejecutivo.

Con la juramentación de Trujillo, el
16 de agosto de 1930, se inicia el largo período de 31 años en el que se conculcaron todas las libertades y se atenazó
a la inmensa mayoría de las conciencias nacionales. Su participación en ese
período de nuestra historia es bien conocida. Ocupó posiciones de relevancia,
pero, a diferencia de muchos de los que participaron en ese proceso, su paso
por el pantano no manchó su trayectoria. Como muy bien expresara el editorial
de El Nacional del 14 de julio del año 2002, al comentar su fallecimiento: “Ni
una gota de la sangre que corrió durante 30 años de satrapía pudo manchar el
manto político del doctor Balaguer, quien, sin abjurar del régimen, se refugió
siempre en las letras y la diplomacia”.

Después de la muerte de Trujillo, con
la maquinaria del régimen intacta, le correspondió al gobierno encabezado por
él la obligación insoslayable, como él mismo expresara, de llevar a cabo una
tarea de enorme significación: el restablecimiento de las libertades públicas y
dar nuevamente vigencia en el territorio nacional a los derechos humanos.

Manejó con gran destreza esa delicada
y difícil misión, alentando la transición política en ese delicado momento, así
como las medidas pertinentes para la apertura democrática. Indudablemente,
pues, además de poseer condiciones de excepción, ya había adquirido “la
autoridad del sabio y del hombre de Estado”. Su condena fue el destierro, por las
ambiciones y la intolerancia en 1962.
Desde las frías latitudes del exilio, con
el concurso de valiosos amigos, fundó el Partido Reformista, dando inicio a una
vigorosa, pero siempre constructiva oposición contra los desmanes administrativos
del gobierno de facto. En su obra “Entre la sangre del 30 de mayo y la del 24
de abril”, recopila partes de sus alocuciones y propuestas a la nación
dominicana durante ese lapso.

Regresó al país en 1965, en medio de
la guerra fratricida que tuvo lugar ese año, retorno provocado por la extrema
gravedad de su madre. El Gobierno de Reconstrucción, que había autorizado a
regañadientes su regreso, le concedió sólo un plazo de 24 horas para abandonar nuevamente
el país, a lo que se negó rotundamente, respondiéndole al enviado que tendrían
que utilizar la fuerza para materializar su salida.

Entonces inició una labor de
proselitismo político que dio como resultado su postulación a la presidencia de
la República por el citado Partido Reformista en las elecciones generales del
año 1966, en la que resultó electo por el voto
abrumador de la mayoría de sus conciudadanos.

Desde el primer día de su gestión
esbozó un plan de austeridad en el manejo de las finanzas públicas, en
consonancia con la realidad política y social que afrontaba el país, al tiempo
que tomaba medidas importantes como las leyes de Incentivo Industrial, el
impulso de un agresivo plan destinado al fomento de nuestras exportaciones y
la adopción de los incentivos
pertinentes para el fortalecimiento del aparato productivo nacional. Auspició,
de igual manera, la creación de zonas francas e impulsó al entonces bisoño
sector turístico. Desde el Poder Ejecutivo tuvo la correcta visión de que el
sector privado es un socio indispensable en el desarrollo nacional y que el
gobierno solo arbitra entre los diversos sectores que lo componen, teniendo
siempre presente el interés general, sin asociarse con ningún sector en
particular.

Desde el gobierno, sin tomar
empréstitos, se inició un plan de construcción de obras de infraestructura sin precedentes
entonces y sin muchos hoy. La economía
crece y se distribuye la riqueza. Las Leyes Agrarias permiten romper con el
esquema colonial de la tenencia de tierras prevaleciente hasta el momento,
situando al campesino como el centro de atención del Estado. Rompió esquemas con
su proyecto de nación, como suelen hacerlo los verdaderos líderes.

Joaquín Balaguer construyó más
caminos, carreteras, viviendas, presas, canales de riego, escuelas,
instalaciones deportivas, calles, parques, avenidas, hospitales, acueductos,
puertos y aeropuertos que todos los erigidos por las administraciones
anteriores. Resultaría más fácil para cualquier persona interesada en la visión
completa de todos sus logros en materia de infraestructura indagar cuáles no
fueron edificadas por él, en los períodos que estuvo al frente de la dirección
del Estado dominicano.

Esa extraordinaria obra de gobierno
se realizó teniendo como contraparte a
una abierta y violenta oposición que parecía solo perseguir su derrocamiento;
que propugnaba por asaltos y crímenes en nombre de un “sistema diferente”,
aferrada a los esquemas de una ideología que no tuvo miramientos en provocarla
inmolación de generaciones en su nombre, mediante el establecimiento de focos
guerrilleros en las montañas primero y, a través de la guerrilla urbana
posteriormente, como única forma de arrebatar, no de llegar al poder. La
participación en las urnas así como la creencia en la democracia
representativa como sistema de gobierno, simplemente no era una opción.

Era la izquierda de esos ideales,
hermosos y reales, como reales fueron su derrota y su fracaso, dramáticamente
representado en la caída del Muro de
Berlín. Jorge Amado, uno de los más sólidos intelectuales que abrazara la causa
comunista, señala con dramáticas palabras esa realidad: “Sé de hombres y
mujeres, magníficas personas, que de repente se encuentran desamparados,
vacíos, sumergidos en la duda, en la incertidumbre, en la soledad, perdidos,
enloquecidos. Lo que los inspiró y condujo por la vida, el ideal de justicia y
belleza por el cual tantos sufrieron persecuciones y violencia, exilio, cárcel,
tortura y otros muchos fueron asesinados, se transformó en humo, en nada, en
algo sin valor, apenas una mentira e ilusión, mísero engaño, ignominia”.

A pesar, repetimos, de ese permanente
estado de insurrección, el doctor Balaguer pudo entregarle a las futuras
generaciones un país completamente diferente al recibido aquel remoto primero
de Julio de 1966. Como muy bien lo afirmara en 1996 al entregar a las nuevas autoridades
de la administración del Estado: “Hacemos entrega de un avión en la pista, con
los motores encendidos, listo para el despegue”.

En los años finales de su prolongada
existencia, con la extraordinaria experiencia acumulada en asuntos de estado,
se convirtió en el referente para los asuntos nacionales hasta su sentida muerte,
acaecida el 14 de julio del año 2002.

No es objeto de estas líneas hablar
acerca de las administraciones que le han sucedido. Cada ciudadano podrá realizar
las inevitables comparaciones históricas y hará su propia deducción de los
hechos, lo que le permitirá arribar a sus personales conclusiones, sin excluir
de sus apreciaciones al juicio infalible de la historia.

Por lo que sólo nos resta afirmar que
su imperecedera obra de gobierno se yergue por encima de las pasiones y de
los vendavales que desata la
incomprensión, esta última casi siempre unida a la ceguera que provoca el
sectarismo dogmático. Creemos con absoluta certeza que su obra no necesita
defensor alguno, pues, con el paso del tiempo, será el propio pueblo dominicano
el que, serena y sabiamente, se encargará de restituir a la figura política del
doctor Balaguer el lugar que le corresponde por derecho propio en el panteón
sagrado de la historia política nacional, el de un grande entre los grandes
dominicanos.

Compártelo en tus redes:
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
0 0 votos
Article Rating
Suscribir
Notificar a
guest
0 Comments
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios