Independencia dominicana (1)
El hecho inmarcesible de la Independencia Nacional significó la puerta hacia la libertad del pueblo dominicano.
Ese acontecimiento supremo en la historia nacional se produjo años después de que la mayoría de los países de habla hispana airearan sus estandartes de emancipación, desde el Río Bravo, en el norte, hasta el Cabo de Hornos, en la Tierra del Fuego, en el extremo sur del Continente Americano.
La tardanza de ese hecho de elevada importancia tiene múltiples explicaciones, que no es el caso señalar ahora, pero que sí definen las debilidades que todavía hoy, como rescoldos de un pasado azaroso, arrastramos como nación.
La bujía inspiradora de la Independencia Nacional fue Juan Pablo Duarte, de quien Carlos Larrazábal Blanco dijo que “no hay en América héroe más puro que Juan Pablo Duarte”. Estaba en lo cierto el historiador citado.
También dio en la diana el pensador Mariano Lebrón Saviñón al calificar a Duarte como “este trágico héroe del ideal y de las abnegaciones.”
Duarte fue para la República Dominicana, al justo criterio del historiador Francisco Alberto Henríquez Vásquez, “el más puro y sacrificado de sus fundadores, fue el primero en la idea y en la acción.”
Esas opiniones quedan más robustecidas cuando al examinar la hoja de vida de Duarte, nuestro principal héroe, se comprueba que por las vicisitudes que atravesó puede formar parte de las tragedias del dramaturgo griego Esquilo.
Duarte paradójicamente no pudo estar presente cuando Mella disparó el fogonazo redentor el 27 de febrero de 1844, en la puerta de la Misericordia.
Retornó a su tierra el 15 de marzo de dicho año, pasadas dos semanas de aquel hecho que marcó el inicio emancipador dominicano.
La ausencia del patricio mayor se debió a su salida forzada, seis meses antes, hacia la isla de Saint Thomas, debido a la feroz persecución desatada en su contra por el efímero gobernante haitiano Charles Riviére-Herard, quien contó para eso con la complicidad de algunos endriagos criollos, varios de los cuales se han colado como patriotas, sin serlos, merced a las conocidas distorsiones que a través del tiempo han sufrido los hechos históricos nacionales.
Múltiples son los motivos por los cuales una gran parte del pueblo dominicano desconoce los sacrificios y dificultades que tuvieron nuestros héroes para legarnos una Patria con los atributos de soberanía que tenemos desde el 27 de febrero de 1844.
Por lo anterior nunca está sobrante martillear sobre los detalles que configuraron el pasado dominicano, cuya caracterología redentora se observa con plena nitidez en todas las jornadas de luchas que han marcado el paso de la libertad de este pueblo que ha sido calificado más de una vez como el David del Caribe.
La Independencia Nacional, proclamada el 27 de febrero de 1844, y las luchas posteriores para consolidarla, así como otros hechos de nuestra historia, echan por tierra los desdenes de los propagandistas locales y extranjeros, algunos fervorosos seguidores del ala del positivismo que encarnó el filósofo y polímata inglés Herbert Spencer.
Esos opinantes y cagatintas han tenido una visión chata y sesgada de la esencia resumida que surge del conglomerado que forma el pueblo dominicano. Por eso siempre han cometido errores garrafales al evaluar el potencial patriótico de los dominicanos.
Razón tenía el historiador argelino-francés Albert Soboul, gran académico de La Sorbona, cuando sostenía de manera reiterada que “para dominar los eventos, es necesario conocerlos con tanta precisión como sea posible.”
Partiendo de esa premisa es pertinente indicar que, como parte de todos los obstáculos que tuvieron que ir venciendo los trinitarios en la senda llena de abrojos y guijarros que fue la Independencia Nacional, surgió el 15 de diciembre de 1843 el llamado Plan Levasseur, apoyado con entusiasmo por Tomás Bobadilla Briones, Buenaventura Báez y otros que no tenían fe en la creación del Estado Dominicano, y que eran partidarios de un protectorado de Francia.
Es oportuno recordar, además, que entre los poderosos de la época, en términos económicos y sociales, también había algunos, como Antonio López de Villanueva y Pedro Pamiés, que se inclinaban por la vuelta de los españoles.
En los años y meses previos a la Independencia Nacional había también una angosta galería de incrédulos sobre la determinación de ser libres de los dominicanos que se inclinaban (Teodoro Heneken, Francisco Pimentel y otros) por la corriente de que el país fuera ocupado por la pérfida Albión, como llamó a Gran Bretaña el poeta francés de origen aragonés Augustin Louis Marie de Ximenes.
Todavía a mitad de febrero de 1844 se producían delaciones que ponían en peligro el proyecto de liberación nacional ideado por Duarte y secundado por sus partidarios.
Para satanizar las consignas duartianas los prohaitianos y otros enemigos de la libertad dominicana incluso lanzaban la falsa idea de que con la Independencia Nacional volvería la esclavitud contra los negros.
La activa presencia en aprestos independentistas de José Joaquín, Gabino y Eusebio, los tres hermanos Puello, que tenían su epidermis como la sombra de la noche, y gozaban de gran ascendencia entre la población de piel como el ébano, demostraba la perfidia que se escondía en tal propaganda.
El historiador Emilio Rodríguez Demorizi, en la página 20 del volumen II de su obra Documentos para la Historia de la República Dominicana, consigna que fue en la casa del patricio Francisco del Rosario Sánchez donde “se fijó para el martes 27 de febrero la fecha de la proclamación del nacimiento de la República Dominicana.”
Esa información, rigurosamente comprobada, desmiente muchas versiones interesadas puestas a circular a través del tiempo por los enemigos de los trinitarios, quienes han pretendido, con humo de paja, restar principalía en las jornadas independentistas a Duarte y sus seguidores.
El acontecimiento que constituyó la Independencia Nacional, cuya trascendencia es permanente tanto para los dominicanos, como allende las fronteras nacionales, estuvo antecedido de una serie de acciones, hazañas y proezas: La Trinitaria, La Filantrópica, La Dramática, las clases de esgrima, los movimientos de reclutamiento y formación de combatientes, etc.
Ese conjunto de entidades y acciones forman parte de las vivencias del pasado y se mantienen permeando cotidianamente como una señal luminosa para que jamás la República Dominicana deje de ser formalmente libre.
Ya antes, el primero de diciembre de 1821, se había proclamado una independencia nacional cuyas pretensiones era terminar con 328 años de ignominia impuesta por el imperio español.
En esa ocasión concluyó siendo efímero aquello de “no más dependencia, no más humillación, no más sometimiento al capricho del Gabinete de Madrid”, que contenía como parte de su sustancia la proclama de Independencia firmada por José Núñez de Cáceres, Manuel Carvajal, Juan Vicente Moscoso, Antonio Martínez Valdés, Juan Nepomuceno de Arredondo, Juan Ruiz, Vicente Mancebo y Manuel López de Umeres.
Aquella proclamación independentista, por una miríada de motivos, apenas duró 2 meses y 8 días.
Ese ensayo de libertad concluyó abruptamente cuando en la mañana del sábado 9 de febrero de 1822 se le hizo entrega al entonces gobernante haitiano, Jean Pierre Boyer, con una ceremonia cargada de rutilante pompa y el bochornoso boato de la sumisión, de la soberanía efímera que había sido lograda por el pueblo dominicano.
JPM
dr, teofilo. en 1821 la proclama de independencia de españa, usted no puede hablar de dominicano, entre los «independentistas» de esa proclama no existía el sentir dominicano, ni podia haber existido. si en 1821 hubiese existido tal sentimiento, dicha proclama no hubiese sido rep. de haití español. porque, no existía el sentimiento de dominicana? me gustaría que usted me dijera.