Hemisferios políticos mundiales: ¿quién se alinea  con quién?

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EL AUTOR es odontólogo y escritor. Reside en España.

“Desde el punto de vista fenomenológico y social, la política es un volcán bifurcado en el alma del ser pensante, una especie de riada inesperada; una avenida de curvas peligrosas sobre las que, al conducirnos, deberíamos despertar en el espectador de los sufragios, en la palabra a, más luces que sombras, porque siempre es posible. El futuro dice, sin embargo, que falta la segunda parte de lo creado al aplauso del violín alborotado antes de irnos a soñar de nuevo”.

Tomado de: El espejo de mis lienzos, verbos y cristales (MEMORIAS)

Tres de los libros que marcaron poderosamente mi adolescencia, me fueron prestados por una amiga de infancia, los cuales –una vez devueltos-, en mi adultez, compré, y he conservado hasta estos días en varias versiones editoriales. Los detallo en el orden en que me fueron temporalmente cedidos. Me refiero a las obras: Solos contra el mundo, de Cecil Roberts; El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez y Odessa, de Frederick Forsyth. En el primero, vemos a Roberts intentando cambiar el mundo de la juventud contestataria de los años sesenta y llevarnos a cambiar nuestro propio mundo; en el segundo encontramos a Florentino Ariza y sus problemas intestinales de enamorado eterno de Fermina Daza, y su grito de: “¡Despierta, América!” a una de sus enamoradas ingenuas -de sus tiempos ya de espasmos seniles algo controlados en su vejez-, grito que el cantautor Blades llevara a muchas de sus canciones. Recuerdo que en el tiempo en que leía esta obra, que solía llevar en la mochila para apartarme a leer al receso, bajo un almendro, en mis tiempos de bachiller, el profesor de literatura, que, esta vez, me sorprendió un día en el aula, inmerso en la obra al extender la vista hasta descubrir el título, me dijo, más que en una pregunta, en una especie de amenaza doctrinaria: “Entonces, ¿quiere decir que usted, como Márquez, es de los que creen que el amor es una mierda?”. Yo tuve que contestarle, de inmediato, hirviendo en aquella sangre del mozo aguerrido entre libros: “Puede ser, tal vez, que hayamos leído el mismo asunto de un modo diferente y, bien, será que en el libro usted encontró la mierda pero yo encontré el amor”. Aquel impensado y apresurado arrojo, por supuesto, iba a costarle a quien escribe una semana de expulsión del plantel (nada tiene que ver este evento con el que fuera, posteriormente, mi maestro de literatura, amigo, compadre y homónimo en el campo de las letras, sino con alguien que le precedió), hasta que las autoridades académicas se pusieron de acuerdo y mi calvario solo duró tres días. Aquella si cabe estando un servidor a la sombra, formación, celo y custodia de su hermana Cecilia García Mejía, sería la primera vez en que dejaría de creer en doctrinas estériles. Más tarde, puede que cosa de la justicia, arrebatos metodológicos como aquél costarían al profesor la expulsión definitiva de las aulas. Ese fue el tiempo que aproveché para leer a Odessa, de Forsyth, el tercer libro; libro que me merendé en tres días; libro en el que no paré desde iniciar con el periodista Peter Miller (en su “Jaguar”, en un atasco, durante una tarde noche de aguanieve, en Hamburgo, cuando en la radio del automóvil suspendían toda transmisión, de aquel estremecedor 22 de noviembre de 1963, para anunciar que el presidente John F. Kennedy había sido asesinado mientras se conducía por una de las calles de Dallas sobre su limosina descapotable a las 12:22 horas de la tarde de la misma región horaria de USA) hasta terminar con el encuentro del Diario en el apartamento de Salomón Tauber, el asesinato del padre de Miller y la persecución de éste al nazi Eduard Roshmann -por el asesinato de su padre y las compañías del mismo Roshmann al autor de los sombríos actos de lesa humanidad Adolf Hitler y la guerra sin precedente en la historia de la humanidad a la que antes a la persecución de los nazis éste diera origen-. Esto, a manera de entremés.

Pero, vayamos a nuestro tema de hoy.

Conocemos que la política a escala planetaria está dividida en varios núcleos ejecutores: el G-7, aumentado a un miembro más por Rusia como G-8, quedó formado por Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Italia, Japón, Alemania y Francia,  con vida desde el año 1999, y creado como consecuencia de la crisis de la recesión de la década de los ´90; por otro lado está el Grupo de las Naciones Emergentes, denominado por algunos tratadistas como GNE, que conjuga las acciones de algunos países de la UE, además de Australia, Turquía, Brasil, Arabia Saudí, China, Corea del Sur, Argentina, México, India, Indonesia, Sudáfrica, Perú…

Por otro lado se encuentra el denominado Club de los países ricos, conformados en varias versiones y países también, el Centro de Gestión de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), una especie de organismo que enlaza a países con sus grandes entidades económicas a nivel intercontinental. Las naciones unidas en esta estructura persiguen llegar al máximo, usando como fuente y cohesión políticas económicas y “armónicas” para garantizar la sostenibilidad del crecimiento de las naciones conformantes y estudio del ritmo de los países emergentes. Está también la misma UE, cuyos orígenes y acciones conocemos desde su fundación el 9 de mayo del año 1950, nacida la misma del ideario del luxemburgués Jean-Baptiste Nicolás Robert Schuman. Además funcionan la  Nort American Free Trade Agreement (NAFTA) y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Con fines y objetivos parecidos, llevados desde otra óptica, está el BRICS, cuyas siglas y acciones económicas unen a países como: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (países de esta última zona), y funciona desde el año 2011. Claramente podemos  entender que los bloques y estructuras aquí denominados se han unificado y la lucha de intereses ha sido mayor, quedando en medio los grupos de países “sub” y los llamados en vía de desarrollo, cuya génesis parecería que se prolonga sin fin en un despegue casi eterno por avanzar.

Así, estos mismos grupos, según afirman muchos, se estructuran en los denominados súper bloques: dos en total, que siguen una directriz económica y política que se bifurca en un punto crítico: EL SISTEMA, vértice o punto de inflexión desde el que salen los dos grandes empedrados y/o espectros políticos de la humanidad que conociéramos desde que tuvieran lugar los primeros conflictos durante los tres primeros lustros del siglo XX: el capitalismo y el comunismo, con sus camaleónicas variables. 

De esta afirmación partimos para expresar que, contrario a lo que se cree, no existen solo los dos grandes bloques económicos que porfían entre sí por la supremacía y control del mundo económico, tecnológico y político, sino, que, también existe un único bloque –bloque incentro– garante del mazo de los intereses y el desconocimiento que prefiere asumir gran parte de la humanidad.

Lejos entretanto, quedará aquella novela de Forsyth, de la guerra que vemos en la actualidad entre las grandes naciones del mundo, porque, misteriosamente, no se trataría de una guerra de pólvoras asesinas multicolores, o de músculos y de ver quién se carga más judíos o fantasmas de la posguerra, ni de la guerra de la conquista de territorios físicos de cierta amplitud geográfica o petrolera sobre el globo terráqueo, sino de lo que en la actualidad se ha denominado como la guerra comercial económica; hostilidad a dientes, circuitos y cifras de la bolsa; dientes esgrimidos que lideran hoy China y los Estados Unidos.

Améirca first”, no es un simple slogan del presidente de los Estados Unidos sino un llamado a la “incertidumbre” porque, la pregunta es, ¿cuándo, desde 1914 en adelante, EE.UU. ha sido segundón, o, al menos, como nación se ha sentido “nación segunda de nadie” en una historia de barrida completa en múltiples territorios cuando, sin importar denominación u origen, la beligerancia, toda vez que existente el desprovisto agitado de la falta de mesura en algunos de sus hombres ha gobernado el país.

Mientras todo esto ocurre, en la Casa Blanca, entre poderes, olfateando las esquinas y vacíos del sur en todas sus conjugaciones, se preparan nuevas embestidas en las que, de un lado se neutralizan desde enero de 2016 a naciones que habían seguido un ritmo de constante crecimiento económico real y sostenido, y, por el otro, la distracción de lo que se oculta que no está más allá de un nuevo andamiaje electoral con vistas al 2020, si se colige que se busca conseguir el propósito con la implantación de un ultraderechista aquí y otro allá, hasta lograr el golpe de gracia: las naciones emergentes de economías fuertes y búsqueda de nuevos métodos, nuevos y mejores horizontes para sus “comarcas geográficas”, en el más inmenso de los sentidos, quedan “´kao”. El caos mundial protagoniza la escena más importante. Pyongyang, desde hace una semana, se queja de un buque substraído en aguas de bases del norte, cosa que afirman los representantes de este territorio, pero hace caso omiso de no continuar dando riendas sueltas a sus juguetes radiactivos; Rusia, desdice; mientras, enviado por su presidente, el ministro de exteriores de ruso Serguéi Víktorovich Lavrov, parece no centrar un objetivo claro de la política exterior del Kremlin. Y hay, por supuesto, naciones que se sientan dando la imagen de unos Goliats ensimismados prestos solo al conflicto en tanto que, muy escasas veces, para la diplomacia; los frentes siguen siendo ampliados en manos de uno de los nietos del patriarca Frederick Trump, de Baviera; el noticiero se hace eco de una nueva guerra comercial a escala mundial y guerra tecnológica. “La culpa es de Huawei”; “No sé qué hacer con Teherán”; “El nuevo arsenal lo dejo de par en par en el golfo y suspendo los vuelos a las tierras del sur del Amazonas”: el asunto está servido: “¡Ha reventado un nuevo Lehman Brothers!”, gritarán los de la bolsa, en el inútil esfuerzo de que en medio de la tecnología castigada, nos sustraigan el libro de Cecil, en la escena 16; nos hagan pensar, erróneamente, que estamos salpicados de los embates de Florentino Ariza; nos sintamos solos luchando por un nuevo mundo y cada amanecer demos un poco de la hoguera a Asia, demos una palmadita a Europa para que jamás –ni un solo segundo- vuelva a dormirse y levantemos un grito hasta otros confines como aquel de Gabo, en un nuevo: “Despierta, mundo!” “¡Despierta, América!”.

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