¡Hablando de raíces!

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El autor es escritor y político. Reside en Santo Domingo

 Siendo mi padre comandante del Departamento Norte de la Policía Nacional y ostentando el rango de coronel full a raíz de los acontecimientos llamados «revolución de abril», firmó un documento donde junto a los demás comandantes (fuerza aérea y ejército nacional) pedían la vuelta a la Constitución.

Cuando los militares norteamericanos desembarcaron en la República Dominicana y tomaron el control de las fuerzas armadas, mi padre fue trasladado a Santo Domingo para ser observado en la «Operación Limpieza».

Parece que no mostró el entusiasmo que esperaban en esa operación de exterminio, y por ello fue puesto en retiro. Decidió entonces establecer residencia en la ciudad de Mao, donde ya teníamos vínculos familiares, ya que su querido hermano, Carlos Jáquez Olivero, se había casado allí.

A pesar de que la esposa del general Checo, uno de los militares más cercanos al presidente Balaguer, era hermana de mi padre, no fue hasta 1968 que el Dr. Balaguer decidió contradecir la voluntad de los estadounidenses y reincorporó a mi padre al Ejército Nacional,  con el rango de teniente coronel. Fue destinado al Comando Militar de Entrenamiento en San Isidro para volver a familiarizarse con la vida militar.

Nosotros, la familia, nos quedamos en Mao hasta que terminara el año escolar, por lo que solo veíamos a papá los fines de semana. Un sábado cualquiera, como solía hacer, mandó apagar los bombillos que estaban encendidos innecesariamente. Mi madrastra le recriminó: «Caonabo, solo tenemos dos días para estar contigo y te preocupas por economizar unos chelitos que es lo que consumen los bombillos».

Julio Almánzar, izquierda, a quien se le imprimió el primer pasaporte en Hamburgo después de mucho tiempo, junto al entonces cónsul dominicano Fausto Jáquez

Nunca olvidaré la lección de empatía que nos dio a todos. Nos dijo: «En los campos hay muchas casitas que solo tienen un bombillo. El padre sale de madrugada al conuco y regresa después de la puesta del sol.  Por cada energía que ustedes desperdician en un bombillo, un padre no podrá ver los ojos de su familia».

 

En Hamburgo

Hace alrededor de tres años, siendo cónsul general en Hamburgo, recibí en mi oficina a un dominicano cuya hija sería deportada si no le suministraba un pasaporte de urgencia. En su presencia llamé a la encargada de autorizar la emisión de pasaportes y le pedí que lo aprobara con rapidez. Al ciudadano le dije que lo llamaría cuando estuviera listo, lo cual sucedió al día siguiente.

 

Llegó más rápido que lo que canta un gallo y tras entregarle el pasaporte, puso 500 euros sobre mi escritorio. Le pregunté: «¿Qué es esto?». Me respondió: «Por la diligencia». Le dije: «No, son 90 euros y págalos en la caja». A lo que él replicó: «Eso ya lo pagué. Usted debe darle a quien llamó y necesita para la política». Le contesté: «Recoge eso y ve a darle la buena noticia a tu familia».

Cuando llegué a Hamburgo, la impresora de pasaportes estaba dañada y el sistema desconectado. Había solicitudes pendientes desde hacía más de un año. En pocos meses logramos regularizar la situación. Nunca cobramos VIP ni tuvimos que sobornar a nadie para hacer nuestro trabajo ágilmente. Al recibir la misión, había 57 euros en la cuenta y alrededor de 10,000 euros en deudas.

 

Al llegar la campaña política de 2024 pedí ser sustituido y entregué la cuenta con 18,000 euros y cero deudas (esto está documentado). No solicité el nombramiento de asistentes para hacer mi trabajo; logré la colaboración del personal designado por el gobierno.

Todo esto fue posible porque mi padre me enseñó a no desperdiciar lo que otros necesitan.

P.D. No todos somos iguales.

jpm-am

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