Generaciones y cambio social
Las características de las generaciones evolutivas del ser humano fueron los contextos que permitieron el avance de la humanidad. Según Ortega y Gasset, para que algo importante cambie en el mundo es preciso que cambie el tipo de hombre y el de mujer; es preciso que aparezcan nuevas personas con una sensibilidad distinta de la antigua y homogénea entre sí. Esto es la generación. Los miembros de ella vienen al mundo dotados de ciertos caracteres típicos, disposiciones, preferencias, que le prestan una fisionomía común y a la vez, los diferencian de la anterior generación. En todo presente coexisten básicamente tres generaciones: los jóvenes, los maduros y los viejos. Esto significa que todo “hoy” envuelve tres tiempos distintos y, por fuerza, al ser diferentes, con cierta hostilidad. Todos somos contemporáneos, vivimos en el mismo tiempo, pero contribuimos a formarlo en modo diferente. Los contemporáneos no son coetáneos. Solo se coincide con los coetáneos. Ese desequilibrio mueve, cambia, rueda, fluye. Si todos los contemporáneos fuésemos coetáneos, la historia se detendría anquilosada, putrefacta, sin posibilidad de innovación ninguna. Cada cual va en su generación como un prisionero, pero a la vez satisfecho. Va en ella fiel a las políticas de su tiempo, a las canciones de su época y hasta en el modo de vestir conservador. Entonces se ve pasar a otras personas con un raro perfil; es la otra generación. Estamos adscritos a un grupo de edad y estilo de vida que todo hombre o mujer sensible llega a aceptar. La generación se fija sobre el individuo. El hecho de sentirse adscrito a una generación no quiere decir que no podamos escapar a ella, es decir gozar de una más larga juventud. Porque hay cierta elasticidad. Cuando nuestra alma siente que un fenómeno característico de esta época como algo que nos queda externo o indescifrable, es que algo en nosotros quiere envejecer. Hay una tendencia a desligarse del presente que es siempre innovación, y recaer por inercia en lo pasado y habitual, hay una tendencia a hacerse poco a poco arcaico. Una persona acostumbrada a hacer deportes si lo abandona para sentarse en un sillón reclinable a ver televisión, estará perdida. Los músculos empezaran a atrofiarse y pronto la pérdida de masa muscular será inevitable; pero si resistimos y continuamos en plena práctica deportiva, se verá que los músculos poseían aun un imprevisto capital de juventud. Quiere esto decir que en vez de abandonarnos a eso que nos aprisiona en una generación, reobremos contra ella renovándonos en el modo juvenil de la vida que sobreviene. Como es sabido la biología y la cirugía plástica prometen la prolongación de la apariencia de juventud. Cabe, dentro de ciertos límites, prolongar esa apariencia sin vender el alma al diablo. El que envejece pronto es porque quiere, mejor dicho, porque se acomoda a “su edad”, el flujo del tiempo lo arrastra al pasado. El problema del hombre maduro es que el pasado tira de él y fomenta el resentimiento, la amargura hacia el futuro. Siente aun próxima su juventud, aun está junto a uno, pero ya no está en uno, sino a la vera. Cuando ya la prolongación de la juventud es imposible, entonces si, échate a un lado y alégrate de que otra juventud sea, ya que no puede volver la tuya. Un adagio del desierto dibuja sobriamente una escena donde hombres y rebaños tienen que abrevarse en un breve charco, ”bebe del pozo y deja tu puesto a otro”. Es un lema de generación. “Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! cuando quiero llorar, no lloro… y a veces lloro sin querer…” (Rubén Darío). tommymejiapou@hotmail.com