Gaza y el ocaso moral de una civilización

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El autor es comunicador. Reside en Nueva York

POR LUIS M. GUZMAN

El genocidio ya no nace en pueblos ignorantes, sino en sociedades que presumen de ilustración.

Los niños de Gaza no cargan solo con los escombros de sus hogares; cargan con una verdad que el mundo no quiere admitir, la barbarie ya no es patrimonio de pueblos “atrasados”. Hoy la crueldad surge, con precisión milimétrica, desde capitales que se proclaman modelos de educación, progreso y democracia, pero que permiten la destrucción sistemática de inocentes.

En Ruanda, aldeanos sin instrucción fueron manipulados hasta convertir machetes en herramientas de exterminio. El mundo observó aquella masacre y concluyó que la brutalidad era hija de la ignorancia. Gaza destruye ese mito, aquí la brutalidad se ejecuta con tecnología avanzada, planificación militar y complicidad diplomática, demostrando que la inteligencia sin moral es devastación.

Hoy no son campesinos los que matan; son Estados con satélites, universidades prestigiosas y laboratorios de alta tecnología. La violencia de Ruanda fue desbordada; la de Gaza es administrada, calculada y legitimada con lenguaje técnico “ataques selectivos”, “objetivos militares”, “seguridad nacional”. La barbarie primitiva es brutal; la barbarie ilustrada es monstruosa.

Los gobiernos que se jactan de defender los derechos humanos son los mismos que financian o avalan un genocidio televisado. Cada declaración de “preocupación” es un acto de cobardía envuelto en formalidad diplomática. No fallan por falta de poder, fallan por falta de valentía. La educación no ha producido líderes éticos, sino verdugos con vocabulario jurídico.

Los niños de Gaza han sobrevivido entre ruinas, no gracias al mundo, sino a pesar del mundo. Juegan en calles destruidas y comparten migajas bajo bombas patrocinadas por países que presumen ser faros de civilización. Su dignidad desafía a un planeta que perdió la brújula moral mientras construía cohetes y algoritmos.

No podemos decir que no sabíamos. Las imágenes han recorrido cada esquina del planeta, cuerpos diminutos bajo mantas, hospitales destruidos, ciudades reducidas a polvo. La ignorancia no explica esta indiferencia. Lo que la explica es la cobardía. Gaza expone la distancia abismal entre saber y actuar, entre ver y sentir.

En Ruanda, la radio llamó “cucarachas” a los tutsis. En Gaza, el discurso oficial llama “terroristas” a niños que nunca sostuvieron un arma. La deshumanización es la antesala del exterminio. Lo que antes se decía en dialectos rurales hoy se pronuncia en gabinetes ministeriales, en inglés académico y en apariciones televisivas cuidadosamente coreografiadas.

La tecnología amplificó nuestra capacidad de destrucción, pero no nuestra capacidad de compasión. Podemos rastrear un objetivo a kilómetros, pero no mirar de frente el sufrimiento que causamos. Podemos medir nuestros pasos, pero no detener los pasos que llevan a un niño hacia una fosa. La modernidad ha creado verdugos más eficientes, no sociedades más humanas.

Los líderes mundiales actuaron como en Ruanda, con demoras, evasivas y discursos vacíos. Pero a diferencia de Ruanda, hoy contaban con datos satelitales, informes en tiempo real y una opinión pública global. La tecnología no evitó el crimen, lo documentó. Y aun así, los poderosos escogieron mirar hacia otro lado, porque el costo moral siempre pesa menos que el costo político.

Cada niño muerto en Gaza es una acusación directa contra un planeta que presume de civilizado. Aquí no falló la educación formal, sino la educación del alma. No fueron aldeas perdidas las que permitieron esta tragedia, sino naciones “avanzadas” que priorizaron alianzas geopolíticas sobre vidas humanas. Gaza no expone atraso; expone decadencia moral.

La gran ironía es que los genocidios de sociedades no alfabetizadas se recuerdan como advertencia, pero los genocidios cometidos por sociedades ilustradas se justifican como “estrategia”. Esa es la perversión, la ciencia que debería proteger vidas ahora perfecciona formas de quitarlas, y la diplomacia que debería detener la guerra ahora la maquilla.

Gaza nos obliga a mirarnos sin excusas, el problema del mundo moderno no es la falta de educación, sino la falta de conciencia. Hemos formado ingenieros, doctores, juristas y diplomáticos, pero no hemos formado seres humanos capaces de defender al inocente. La barbarie ya no viene de la ignorancia, viene del conocimiento sin alma. Y esa es la derrota más devastadora de nuestra Era.

jpm-am

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