Francisco: de La Habana a Washington
En octubre de 1965 me correspondió presenciar personalmente la primera visita que hizo un papa a suelo estadounidense. Se trató de Pablo VI, quien visitó Nueva York por breve tiempo durante la presidencia de Lyndon B. Johnson, para asistir a las Naciones Unidas.
Aquella no fue una visita pastoral, en cambio, fue apoteósica, multitudinaria y significativa. A pesar de lo reducida que era entonces la feligresía católica hispana en Nueva York hubo una presencia jubilosa e importante que glorificó la presencia del Sumo Pontífice, fuera y dentro de la majestuosa catedral de San Patricio, en la calle 50, a media cuadra del Rockefeller Center.
En la ocasión el alcalde de la ciudad lo era el demócrata Robert Wagner y le sucedió en el puesto John V. Lindsay, siendo el gobernador el republicano Nelson Rockefeller.
Pablo VI fue un abanderado por la paz al igual que el papa Francisco. El primero hizo esfuerzos ingentes ante los líderes políticos mundiales para tratar de lograr alcanzar un armisticio y la suspensión de los bombardeos al Vietnam del Norte.
A continuación un fragmento del mensaje del papa Pablo VI ante la Asamblea de las Naciones Unidas: «Hemos acogido con alegría la noticia de una posible tregua y de la suspensión de los bombardeos al Vietnam del Norte. Estos hechos permiten esperar que nada será descuidado para evitar sufrimientos y nuevos duelos a poblaciones que nos son especialmente amadas y que han sido ya tan probadas por la guerra».
Cincuenta años después de aquella venerable presencia le corresponde al egregio pueblo norteamericano celebrar y recibir jubiloso, con la fe puesta en el Altísimo, al papa Francisco, quien llega desde la trascendental tierra de Martí a tener un encuentro de franca confraternidad y de acercamiento sincero con el presidente Barack Obama, quien está dando muestras enormes y plausibles para hacer suya aquella frase sacrosanta pronunciada por el primer presidente de los Estados Unidos, George Washington: «No hay que mirar hacia atrás a menos que sea para obtener lecciones útiles de los errores del pasado y con el propósito de aprovecharse de la experiencia que tan cara ha costado».
Encuentra el Santo Padre Francisco una comunidad religiosa y católica dinámica, amplia en cantidad, política y socialmente fuerte, laboriosa y consagrada, con voluntad y deseos de continuar contribuyendo con la grandeza y riqueza de la nación norteamericana, que con tanta amabilidad le ha abierto sus brazos poderosos y su amparo a tantos seres humanos indefensos del mundo, olvidándose muchas veces de los suyos.
El presidente Obama labora con espíritu denodado y con fe inquebrantable a favor de la paz, consciente en aquella alentadora palabra del mártir de Atlanta, Martin Luther King, la cual quedó esculpida con letras de oro y con sangre en el mármol de la historia: «Siempre es el momento apropiado para hacer lo que es correcto».
La feligresía católica en los Estados Unidos no solamente se incrementa notoriamente en cantidad, el sentido de la fe ha despertado favorablemente y la convicción religiosa del pueblo hispano, principalmente, también crece en pureza y en devoción cristiana.
Resulta prometedora la encíclica del papa Francisco cuando advierte resueltamente en su mensaje y llama a proteger nuestro planeta de la degradación medioambiental y arremete contra el actual sistema económico que explota los recursos naturales sin consideraciones éticas o morales.
El planeta no podrá servirnos como hábitat si no se enfrenta con convencimiento el abuso del envilecimiento producto de la codicia de «un sistema económico “estructuralmente perverso” en el que los ricos explotan a los pobres y que convierte la Tierra en un “inmenso montón de porquería”, como señaló el Papa el 25 de mayo de 2015 en su carta encíclica Laudato si (Alabado sea) sobre el cuidado de la casa común.
El Santo Padre no puede callar aspectos como la contaminación ambiental, que tantos daños causa a la humanidad. Es éste, por tanto, un laudo responsable, humano y planetario que no debe disimularse a manera de mostrar complacencia con los sectores económicos que transgreden nuestra casa común, que es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos, como acertadamente nos dice el papa Francisco que cantaba san Francisco de Asís.
Como intelectual y escritor estadounidense, cabe destacar que el presidente Obama, con un alma grande y sensible, se ha pronunciado contra estos hechos que degeneran la Tierra y lo hace descuidando conscientemente cualquier destino que como gobernante de una potencia le está reservado en las páginas memorables de la historia.
Sería conveniente y acertado traer a este escrito otra referencia extraordinaria del papa Francisco, la cual revela de manera prodigiosa y terrenal, entre otros elementos no menos importantes encontrados en su trascendental encíclica Evangelli gaudium, dirigida a los miembros de la Iglesia: «…movilizar un proceso de reforma misionera todavía pendiente. En esta encíclica intento especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común».
Enfrentar la contaminación ambiental desde lo eclesiástico hasta lo humano es proclamar que nada de este mundo nos resulta indiferente. Los sectores de poder económico mundial que se muestran con sus tradicionales posiciones indolentes y crueles ante las amenazas de la vida planetaria son quienes critican estas posiciones contra las emisiones de dióxido de carbono y metano proclamada por el papa Francisco y secundada por el presidente Obama.
Después de una profunda reflexión entiendo que he arribado a una conclusión feliz e histórica al interpretar que el presidente Obama lo que persigue en este momento crucial de su mandato es dejar un hermoso legado a las futuras generaciones de estadounidenses para preservar el prestigio de las cúpulas de la Casa Blanca asumiendo una posición digna contra este gigantesco flagelo que amenaza con destruir la vida.
Debemos recordar que el papa Pablo VI, a través de su carta encíclica Pacem in terris (1971), tuvo la visión de vislumbrar a distancia la problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es «una consecuencia dramática de la actividad descontrolada del ser humano: «Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación».
Inclusive el papa Benedicto XVI, glosado por el papa Francisco en su encíclica Laudato si, invitó a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la económica mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente».
Creo firmemente, que en el momento en que el presidente Obama confeccionaba su discurso de bienvenida al Papa Francisco habrá pensado, por un asunto de dejar su signo generacional, muy particular, como una prueba indeleble y como testimonio imborrable a la figura inolvidable de Martin Luther King, aquel pastor Bautista estadounidense defensor de los derechos civiles, nacido en Atlanta y asesinado en Memphis aquel dia oscuro e indescifrable de 1968.
Esta es la frase que a continuación habría pensado Obama y la cual dejó escrita King en una carta desde la cárcel en Birmimgham en 1963 con la cual quiso dejar a la comunidad afro-americana una impronta autenticada por la fuerza indoblegable de sus principios y la nobleza de sus convicciones por la paz: «Nuestra generación no se arrepentirá de las obras y de las palabras de las malas personas sino del silencio de las buenas personas»
Por tanto, quienes se quedaron detrás de la historia, confundidos en otro mundo, no pueden ser capaces de entender hoy la esencia y la pureza del mensaje del papa Francisco.

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