Ética y Premio Nacional de Literatura 2017

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EL AUTOR es periodista y escritor. Reside en Miami, Estados Unidos.

La objetividad existe sólo si el que la practica no tiene nada que perder ni nada que ganar; es decir, el punto medio que casi nunca está en el medio es lo que puede poner a un lado a la incansable compañera rebelde de la objetividad, que es la subjetividad.

Luego de la definición general de «cualidad de objetivo», que remite sin duda a la búsqueda de «objetivo», encontramos que entre todas las acepciones posibles el diccionario de la Real Academia Española refiere «objetivo» como «independencia de la propia manera de pensar o de sentir» o «desinteresado, desapasionado». Me gusta más la primera, pues la segunda no sería realmente objetividad ni objetivo, porque si el acto involucra emociones o sentimientos, sin independencia probable o científica, este no sería objetivo, sino subjetivo, que según la Real Academia es la «oposición al mundo externo». El desinterés puede traducirse a rechazo, y lo «desapasionado» a decepción. En todos los casos los sentimientos son el gusanillo que inclina la balanza o lo que hace mover el péndulo. O tal vez deberíamos reconocer que todo es «ambigüedad semántica», como diría el sabio George Steiner en su interpretación de la compleja tesis de Wittgenstein sobre filosofía del lenguaje.

Lo anterior no es un juego de palabras ni actividad de ocioso. Prefiero llamarlo ejercicio de reflexión social, motivado en este caso por opiniones en torno a la concesión del Premio Nacional de Literatura 2017 al admirado ensayista y periodista Federico Henríquez Gratereaux. Me refiero sólo a opiniones emitidas por algunos amigos en respuesta a una observación que hice en mi espacio virtual de ese medio de «comunicación líquida» (con el permiso de Bauman) llamado Facebook.

Mi observación fue la siguiente: «No sé cómo se debería interpretar lo del Premio Nacional de Literatura 2017 cuando se sabe que el ganador es viceministro de Patrimonio Cultural. La pregunta no es si Federico Henríquez Gratereaux se merece o no el galardón —personalmente creo que podría merecerlo—, sino hasta qué punto es ético que lo reciba un funcionario del Ministerio de Cultura, es decir, la misma institución que establece las reglas del juego. El galardonado recibe un millón de pesos en reconocimiento a su trayectoria literaria.»

El novelista Efraim Castillo reaccionó con cierto equilibrio pendular: «Comprendo lo que dices, estimado José. Pero a Federico debieron entregárselo hace años. Él lo merecía mucho antes que a otros a los que se les entregó sin méritos para merecerlo… [los puntos suspensivos son de EC].»

A un escritor como Efraim, miembro importante de la generación del 60 y autor de las novelas «Currículo. El Síndrome de la vida» y «Guerrilla nuestra de cada día», no se le puede dejar desatendido, por lo que respondí de inmediato: «Muy de acuerdo contigo, Efraim Castillo. Para darse cuenta de lo que dices sólo hay que leer de Gratereaux «La feria de las ideas», un libro de ensayo que marcó mi manera de pensar cuando lo leí en mi época de estudiante universitario, en los años ochenta.»

No conforme, Efraim siente la necesidad de abundar: «José Carvajal, la bibliografía de Federico es extensa, juiciosa, rica en contenido y comprensión de lo que hemos sido como nación y lo que, de seguro, podríamos ser en el futuro. Federico, además, es un profundo y erudito narrador de historias y un estudioso minucioso de los movimientos filosóficos. Él es una prueba viviente de la importancia de leer, leer y hacer una buena digestión de lo leído… [los suspensivos siguen siendo de EC]».

A lo anterior se suma la tímida intervención del narrador Máximo Vega: «Don Federico es un maestro. Es uno de los mejores ensayistas dominicanos, una notabilidad. El problema siempre era que su obra es escasa, pero don Federico es mi maestro y no creo que en muchos años se entregue otro Premio Nacional más merecido que ese.»

El narrador y poeta Ramón Gil lanza una granada de fragmentación: «En mi caso, me inclino ante su talento. No tengo comentario porque he visto premiar a poetas de los que nadie, ni siquiera lectores avezados, es capaz de citar un verso y a narradores que no saben narrar con las limitaciones típicas del lector que comenzó tarde a leer. Al menos con Gratereaux todas las causas de oposición a su premio son extraliterarias.»

Toda expresión de reconocimiento a Federico Henríquez Gratereaux es indudablemente merecida y digna de su persona en el sentido intelectual. Pero mi observación no señala ni cuestiona la obra «cum laude» del admirado ensayista dominicano que de acuerdo con Efraim Castillo pertenece al linaje de los Henríquez Ureña, sino un posible conflicto de intereses, y de la ética, que ya parece no importarle nadie. Esto último queda evidenciado en el comentario de la agente inmobiliaria Arys Franco: «Mi humilde opinión, don Federico Henríquez Gratereaux, se lo merece… [todos los suspensivos son de AF] a pesar de la Ética… no esperemos honrar o premiar a las personas cuando ya no puedan celebrar sus éxitos a plenitud; repito, mi muy humilde opinión.»

Lamentablemente, pienso que las luces de Federico Henríquez Gratereaux por el Premio Nacional de Literatura 2017 quedan opacadas por el cargo que desempeña en el Ministerio de Cultura, entidad que organiza y coordina el galardón. No se corresponde con el autor capaz de provocar que saltemos de la emoción al leer lo que escribió en su libro «Un ciclón en una botella», y que cito: «El destino del intelectual, que puede frustrarse, es muy otro. El camino apropiado a su excepcional magistratura es mantener su libertad de opinión quedándose fuera del gobierno.»

Creo que este es un caso de «posverdad» y que algo anda mal con Federico Henríquez Gratereaux y con todo el que pasa por alto la ética. Cuando ganó el Premio Nacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña 1979, por su celebrado libro «La feria de las ideas», también desempeñaba un cargo público: Director de Relaciones Públicas de la Presidencia de la República (1978-1982). 

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