Estadistas y demócratas

Pocos mandatarios en el mundo gozan del prestigio de Winston Churchill (Inglaterra 1874-1965). Dotado de una personalidad resplandeciente como el brillante tono de su oratoria o el peso de plomo de sus palabras hermosamente escritas. No en vano fue galardonado en 1953 con el Premio Nobel de Literatura. “Churchill es conocido por su liderazgo de Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Es considerado uno de los grandes líderes en tiempos de guerra y fue Primer Ministro de su país en dos períodos (1940-45 y 1951-55)”. Preguntado sobre ¿qué es un estadista? respondió con una frase que ha quedado como testimonio de su profunda cultura democrática: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Su memoria es un libro buscado con ansiedad por quienes ven en la historia el mejor espejo para impedir la repetición innecesaria de errores que perjudican a los pueblos. En el prólogo de esa obra memorable señala: “Creo firmemente que el examen de los tiempos pasados puede servir de guía para el porvenir, poniendo a una nueva generación en condiciones de enmendar algunos de los errores cometidos en años sucedidos y lograr así, que la pavorosa ciencia naciente del futuro esté al servicio de las necesidades y de la gloria de la humanidad”. Los dominicanos no debemos seguir repitiendo los mismos errores de aquellos mandatarios que han hecho de sus proyectos reeleccionistas el templo de su existencia, para mantener entusiasmados a sus fanáticos, en el sentido de que como dijo el mismo Churchill, “Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. Es evidente que el fanatismo se maneja con publicidad que no enseña a pensar y mucho menos a razonar. Balaguer consumió 22 años de poder reeleccionista con un ridículo mesianismo y no fue capaz de proyectar un solo continuador. El caudillo sepultó toda aspiración que no fuese exclusivamente la suya. Justificó cantidad de actos de corrupción y nada más argumentaba que esta se detenía en “la puerta de su despacho”. El doctor Leonel Fernández ha tomado el mismo librito y solo piensa en el “volver volver”, sin tener la altura de expresar cuántos períodos más aspirará, como lo haría un sincero demócrata o estadista en la visión de Winston Churchill. Los estadistas logran transformaciones profundas en los hábitos de los pueblos, hacen levantar su orgullo, su espíritu de progreso. Las naciones influenciadas por el prestigio y el ejemplo personal de los efectivos estadistas imitan sus maneras humildes de ser y se sienten crecer junto a esos líderes que le conducen a sitiales nunca antes alcanzados de educación y cultura. Cuando gobierna un estadista se produce una revolución en las estructuras sociales y se estima que la labor del liderazgo político deja profundas y renovadoras enseñanzas. De esa manera las naciones terminan enalteciéndose espiritualmente y la dignidad de sus hombres adquiere el valor más empinado. No hay vergüenza en la nación porque no se regalan ni se negocian con vileza los recursos y riquezas del pueblo. Para el estadista el patrimonio nacional se defiende con firmeza y sin temor frente a quien sea, no importando su poder. Los estadistas valoran la patria más que como una palabra hueca, para ellos la patria es un accionar cotidiano sin menoscabo de ningún tipo. Independiente de la pésima imagen que algunos dirigentes proyectan, la política no es una vulgar diatriba, tampoco una actividad de bajeza huérfana de toda ética y sumida en la más miserable abyección. Digo que los valores de la democracia traspasan lo político, son principios de moral personal. Un demócrata no es un ser egoísta porque el egoísmo es una degradación de sí mismo al poner el mundo a girar en torno al yo. El egoísmo es ceguera de la razón. Una cerradura puesta al entendimiento para que solo valgan mis argumentos. Esa tullidez del sentido común pone en silla de rueda la lógica del pensamiento y nada logra caminar si no es empujado por el yo, por el mí y por cualquier pronombre que implique primera persona del singular, jamás del plural. Queda prohibido decir tú, él, nosotros, vosotros y ellos. El demócrata es maestro, deja discípulos, trilla camino para facilitar el paso a los de atrás. El demócrata no se refugia en su liderazgo para poner barreras en el sendero. Usa su poder para facilitar el alcance de nuevos peldaños. Mira la cima y no mete miedo por el abismo. Si dicen crisis, él expresa lucha. Ve el porvenir no asusta hablando del futuro sin él. Por eso no se puede ser un estadista sin ser un demócrata de corazón, porque el Estado es un sublime espacio para servir a los demás sin el egoísmo de pensar que el poder es una maniobra para mantener súbditos de nuestros caprichos individuales. Los eternos reeleccionistas son símbolos del egoísmo que conduce a la dictadura moderna, que no usa ni látigo ni rejas pero encarcela la razón que es la peor prisión. La dictadura de la impunidad que no castiga el robo descarado del erario público. La dictadura del despilfarro del dinero de todos. Esta moderna dictadura es la peor de la historia porque se justifica en comentarios pagados del sector del Cuarto Poder, que no es más que el poder de los cuartos mal habidos.

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