Esclavitud del XXl

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La contradicción, madre del desarrollo, nos ha llevado a la humanidad, a la frontera del absurdo, donde lo que se aprecia como progreso resulta la más recalcitrante marginación a la que nos hayamos sometido. Hemos mutilado al paisaje, creado a un humano robot que se comporta a igual y semejanza de su invento, lo cual no justifica la mutilación de nuestro entorno. Después de haber destruido al planeta, a la vuelta de un segundo cósmico, nos encontramos en una encrucijada. ¿Dónde nos refugiaremos ante la inevitable catástrofe que se avecina, quiénes serán los escogidos que se enrolarán en el Arca de Noé Cibernética que diseñamos? El robot nos ha desplazado al páramo del ocio, al desempleo. No existe diferencia entre una calle y otra, un comportamiento u otro, la imagen de un rostro o su parecido. El desempleo, provocado por la sobrepoblación, la tecnología, la pésima distribución de los bienes del estado en manos de pésimos administradores, la presencia del robot en las fábricas, nos ha convertido en seres sin individualidad. Cierto que no todos podemos convertirnos en empresarios, la riqueza material nos sonreiría a todos, desaparecerían las fábricas, los subalternos, las momias del trabajo esclavo. La práctica del arte, el trabajo por cuenta propia es lo único que nos puede salvar de la visión miope a que nos someten nuestros programadores. El desarrollo nos ha convertido en piezas de museo, pertenecemos al reinado del fósil, la hambruna nos ha envilecido, le hemos convertido en un negocio donde gobierna la depredación, las malas intenciones. ¿Por qué tanto fatalismo? No se confunda la queja con la crítica, la queja implora, la crítica amenaza. En vez de tomar los atajos, nos dirigimos por la senda de los escarabajos atómicos, la depredación del paisaje, la robotización. Somos seres indidividuales, así lo dicta nuestra ADN, no somos materia prima del corral cibernético, experimentos alienados, muñecos de plomo teledirigidos. Somos, los humanos, una obra de arte, producto del hurto y del plagio, sin restauradores ni vigilantes que nos encontramos en las fronteras donde gobierna la desesperación y la incertidumbre.

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