Entre el ser y el aparentar
El crear fama y echarse a dormir es, sin dudas que sobren, una de las mejores estrategias de gente que busca proyección sobre la base de frecuentes declaraciones. Expertos en sacar partido a temas en el tapete, antes incluso de que los periodistas los aborden, se ponen a la orden para hablar y fijar posiciones, pero siempre cuidadosos de estar bien con Dios y con el otro. Por eso muchas veces sostienen en público cosas distintas a las que sueltan off record, porque necesitan mantener las apariencias y no quieren ser blanco de ningún dardo. Es gente que se autoproclama liberal y tiene sus propias reglas para definir a los que consideran que no los son, a los conservadores. Han dividido la sociedad entre ellos y los que ellos llaman conservadores, que son todos los que no están de acuerdo con sus teorías. Pasan la vida en proclamas sobre justicia social, equidad y la insistencia a las buenas obras, pero no son capaces del más mínimo gesto de bondad, de compasión con el próximo, con el que tienen al lado. Al contrario, son capaces de las peores bajezas por defender sus intereses. En lugar de practicar con el ejemplo, usan el activismo para proyectarse, para convertirse en “figuras” y empañan la labor de los que sí abrazan causas porque en ellas creen. Defienden a los pobres, pero nunca han ido a su hábitat, para no ensuciar sus caros zapatos. Critican el continuismo, pero se eternizan en organizaciones sin fines de lucro, pagadas con el erario. Exigen transparencia estatal, pero no rinden cuentas sobre el manejo de los fondos que reciben de los contribuyentes. Todavía una gran parte de la población, yo incluida, no entiende por qué los gobiernos deben entregarles el dinero del Estado, de la gente, para que hagan lo que los gobernantes están obligados a hacer.