En torno a la novela ¡Ay de los vencidos! (2 de 2)
«Cuando se piensa en los dolores sufridos por esta tierra durante los primeros días de la ocupación militar, no hay palabras para poder traducir los sinsabores de los dominicanos…».
Rafael Damirón (*)
En otra misiva escribe el para entonces llamado “gavillero “(**), Leonardo Silva, lo siguiente:
«Yo sé que si caigo en manos de las tropas americanas me harán como a Fidel Ferrer: me atarán a un poste del camino, me dejarán morir de hambre, me acercarán el agua a los labios sin dejármela beber, me escupirán el rostro, y cuando ya no encuentren otras crueldades con que martirizarme, me cortarán las manos, me quemarán y me ahorcarán, dejándome podrir colgado de un árbol a la vista de los espantados caminantes…» (p.101).
La barbarie o inhumanas prácticas de los militares interventores, entre cuyos representantes desempeñó un papel protagónico el temible capitán Taylor, aparece igualmente plasmada en el descriptivo párrafo que a continuación se transcribe:
«Cuando los soldados de Merkle y de Taylor se bifurcaban por aquellos campos (del este), el alma de las cosas se sobrecogía de terror, las bestias abandonaban sus pastos, los pájaros sus nidos, el movimiento de las hojas parecía paralizarse y hasta la luz del sol llena de ira, enrojecía las sendas de los hunos que pasaba. Allá disparaban con sus ramas y dejaban con el corazón partido a una mujer que huía a su presencia, temerosa de ser violada por la impudicia incontenible de los bárbaros; aquí dejaban colgando del ramo de algún árbol del camino, a un pobre hombre que no quiso mentir denunciando la presencia de los rebeldes; más adelante prendían fuego en el hogar que abandonara una familia ocultándose a su paso entre los montes más cercanos; quedaban, era seguro, sin cruz, sin oración, sin lágrimas, niños, ancianos y mujeres que después de ser profanadas con los más despreciables actos de lujuria, eran arrastradas a la luz del sol para que, como lo vieran ojos humanos, las jaurías ambulantes destrozaran sus senos y comieran sus entrañas…» (págs.. 76/77)
Y también en el relato que narra la forma como se ejecutó el crimen perpetrado en contra de un anciano, preso y acusado de proteger a los dominicanos que enfrentaron a las tropas interventoras:
«El anciano Juan Rincón era acusado de proteger a los rebeldes, y amarrado fuertemente por ambas manos debía sufrir las terribles interrogaciones de Taylor. Un cadáver infundía menos pena que el rostro de aquel hombre lleno de espanto y de terror. Cuando Taylor fue avisado de lo ocurrido, dejó su copa, agarró la botella de whisky que le servía de constante compañera …» (p.77). Y luego de formularle un par de preguntas,“lo levantó del suelo por los cabellos, y rompiéndole la frente la botella que llenó de sangre la barba encanecida de la víctima … y tirando de la cuerda las manos del anciano, la unió a la cola de un caballo, hizo dos disparos al aire, y la bestia asustada partió a escape arrastrando por las calles el cuerpo de la víctima. Detrás, riendo, gozosos de su infamia, corrían Taylor y los suyos, mientras la bestia espantada ganaba a todo galope la distancia» (p.78)
Las fuerzas de Leonardo Silva, que por allí merodeaban «se dieron a socorrer a la víctima, y bajo las balas que disparaban los soldados de Taylor, detuvieron la bestia y recogieron muerto y destrozado al pobre anciano». Tan bestial como esto, fue violar a una adolescente de catorce años y luego sacarle los ojos.
A todo lo escrito hasta aquí, debemos agregar dos formas de torturas no menos espantosas e infernales aplicadas por los soldados gringos a los rebeldes dominicanos, sometidos a prisión: a las mujeres le introducían “bigañuelos” o pequeños ratoncitos en sus vaginas, en tanto que a los hombres los llevaban a una zona abejera y frente a un sol ardiente los colocaban en medio de una balsa de arena, dejándoles al descubierto solo sus cabezas completamente cubiertas de miel.
Queda demostrado, pues, que los casos de torturas y humillaciones denunciados al mundo en el año 2004 por prisioneros de guerra iraquíes no es más que la reiteración de una vieja práctica llevada por el ejército estadounidense en todas las naciones cuya soberanía resulta vulnerada o pisoteada por sus botas mansilladoras.
Notas :
(*) – Además de ¡Ay de los vencidos! (1925), otras novelas escritas por Rafael Damirón, nativo de Barahona, fueron: Revolución (1940), Monólogo de la locura (1944), La cacica (1944), ¡Hello, Jimmy! (1945) y Del cesarismo (1909).
(**) – Gavillero fue el término referido al campesino dominicano alzado contra la ocupación norteamericana (1916/1924)
El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura. Reside en Santiago de los Caballeros.
jpm
ENHORABUENA…!!!