Embajador, no se exceda

He echado de menos una nota diplomática de la Cancillería de la República, que advierta al embajador de los Estados Unidos de América, James W Brewster, que nuestra admiración, respeto y agradecimiento por el país que él representa no nos obliga a aceptar que se nos irrespete; que su misión está regulada por la Convención de Viena de 1964, que debería conocer y aplicar aunque no sea embajador de carrera.

Que promueva la agenda de su país nadie se lo puede reprochar, que puede incluir tópicos de política, economía, comercio, cultura, turismo, tratados, acuerdos, velar por la seguridad y bienestar de los ciudadanos estadounidenses en territorio dominicano, y por el respeto a las normas de libre mercado para las empresas y productos de la nación que representa, todo eso bien, pero consciente de que en los países que no son colonias funciona una cancillería que es el puente de comunicación de una embajada con  las instituciones del Estado.

En su conferencia en la Cámara Americana de Comercio cuantificó el monto de las ayudas que su país ha brindado para equipar los cuerpos armados dominicanos, pero no tuvo una sola palabra de agradecimiento para toda la colaboración que brinda RD en materia de lucha contra el narcotráfico y el tráfico de indocumentados, ni reconoció que en  la política exterior y de comercio, el país siempre ha sido cercano a los intereses de los Estados Unidos.

Hay un encono que él debería administrar y que influyó mucho en la redacción de su ríspido discurso, que las autoridades dominicanas hasta el momento no han acogido una sugerencia similar a la que se aplicó en la administración de Hipólito Mejía, la integración de una fuerza especial de mil soldados para la guerra contra un fantasma que se denomina Estado Islámico.

El que ese anuncio no estuviera incluido, como esperaban, en la comparecencia del presidente Danilo Medina en la última asamblea de la ONU, ha levantado malquerencias.

Ese es un punto, pero el embajador Brewster anda empoderado de otros dos: el chantaje de las ONGS washingtonianas que no quieren aceptar que las constituciones dominicanas han definido a quienes les corresponde la nacionalidad dominicana, y pese a que el país no les faltan más esfuerzos para permitir que personas que estaban en su territorio  en forma irregular corrigiesen su status, quieren seguir presionando a la Junta Central Electoral dominicana para hacer lo que a ellos se les antoje; y  como si esas cargas no fueran suficientes también arrastra a cuestas la agenda LGBT: imponer contra cualquier costumbre o creencia religiosa, el orgullo gay.

Que el embajador de Estados Unidos sea homosexual y que esté casado con otro hombre, es asunto que no interferiría con su condición de jefe de una misión diplomática si  tuviera la prudencia de comprender que se mueve en un medio en el que su exhibicionismo levanta malestar.

Su papel es fortalecer los lazos de amistad, el intercambio comercial y la cooperación entre los dos países, no deteriorarlos, por lo que la agenda LGTB  debe manejarla sin que se constituya en factor de perturbación.

No es verdad que ni en Estados Unidos ni en ningún país que con desarrollo institucional se permite que el jefe de una misión extranjera opine sobre cualquier tema sin importarle si interfiere o no con la política de ese Estado, esa ha sido una mala costumbre que se ha tolerado a embajadores norteamericanos, que debe descontinuarse.

 

 

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