El Tapao de la Basílica Menor

Estamos en el año de nuestro señor de 1600 en la cuidad primada de Indias, donde se siembra la semilla de nuestra historia. Esta comunidad está compuesta por unas pocas calles que convergen en la Plaza Mayor o Plaza de la Catedral,  parque central donde se unen las edificaciones principales y se reúnen los colonos para cualquier cosa. A su lado la Catedral.

 

El ambiente es decadente en esta sociedad cerrada y chismosa. Hay hambre. El hedor impregna las paredes. Una sociedad oscura y dejada de la mano de Dios.  ¿Realmente Dios ha abandonado la colonia? Desde luego, porque hace tiempo ni los navíos anclan en el puerto, siguen ruta hacia el continente. Se siente el aislamiento.

 

Los colonos viven una vida sencilla, el mobiliario de las casas es escaso y en su mayoría relacionado con la vida religiosa: crucifijos, cuadros y estatuillas de santos… las mujeres visten faldas negras anchas, descoloridas, hasta el tobillo, usan mantillas.

 

Asediada constantemente por corsarios y piratas. Es habitada por blancos y negros. Los negros son esclavos. Los mulatos libres  son pocos.

 

Los tainos antiguos pobladores de la isla, muchos convertidos al cristianismo, se han extinguido debido al maltrato y a las enfermedades físicas y mentales de los españoles, no les valió ni el Dios cristiano ni el Padre de las Casas… ¡No queda ninguno!

 

Los colonos son católicos. Muchos esclavos también lo son, otros hacen un híbrido con sus viejas creencias, algunos se atreven a practicar el vudú africano.

 

La iglesia católica es un elemento central en la vida de la colonia. Es poderosa. Hay que tomarla en cuenta. Por un acuerdo con el Papa las autoridades eclesiásticas son nombradas por el Santo Rey. Funcionarios y eclesiásticos son el poder.

 

El obispo, una de las principales autoridades eclesiásticas, camina con paso acelerado como siempre, desde la Plaza Mayor a una puerta lateral de estilo gótico. Tras llamar con los nudillos, entra.

 

El  salón es espacioso, las paredes están corroídas, había sido saqueada hacía poco más de una década por el pirata Francis Drake, no obstante se pueden apreciar los vistosos vitrales, el efecto general es imponente. Está en la Catedral, su casa.  En el púlpito un sacerdote lee un libro encuadernado en cuero, con algunos feligreses de auditorio. Sigue caminando, sale por otra puerta lateral hacia el sector del claustro y las celdas de los canónicos, entra en su habitación donde hay un pequeño y elegante escritorio, al otro lado está la cama, más allá un armario.

 

El obispo es un hombre de estatura promedio, pero para la época es más bien alto, las personas son bastante pequeñas. De cuerpo fibroso, de unos cincuenta y tantos años. Había sido soldado en España, hacía tiempo. Había matado. También había sido testigo de atrocidades peores que esa. Se refugió en la santa iglesia.

 

Llegaba de la gobernación donde había estado toda la tarde junto al arzobispo Dávila y Padilla en una reunión con el gobernador Diego Osorio, quien les informó sobre un desembarco de tropas holandesas en la costa norte, cuyo capitán estaba prometiendo, en nombre del Príncipe Mauricio de Holanda, protección a todo habitante de la isla que abjurara del catolicismo y se acogiera  a la religión protestante. El gobernador, expresó preocupado, que no podían proteger esa parte de la colonia. La corona española desde hacía un tiempo quería mudar los colonos del norte de la isla hacia el este, para evitar el contrabando, pues no tenían control sobre esa zona. Pero no se decidía. El arzobispo no estaba tan seguro de los resultados de esas medidas. El obispo hizo mutis.

 

Está cansado. Pero tiene que oficiar la misa de las 6 PM. Ya en el altar, el obispo comienza a oficiar el santo sacrificio de la misa, en latín y de espaldas al pueblo, que apenas oye susurros como dominus vobiscum, que el acólito contesta en voz más baja aun: et cum spiritu tuo. Así son las cosas y nadie se extraña de ello, las cosas de Dios son misteriosas de por sí. Menos el diezmo, que está muy claro que todos deben dar, sin importar la situación paupérrima en que viven.

 

En el público, pero no confundido con este, en una esquina muy discreta, con una gran silla y un acolchado reclinatorio está El Tapao, único nombre por el que se conoce a un español que solo sale con la cara cubierta. Habita una mansión que esta al oeste de la Catedral. Asiste  puntualmente a esta misa de las 6 PM.

 

La máscara esconde no solo su rostro, sino sus expresiones, nadie sabe su ánimo, si triste o feliz.

 

Los rumores en la colonia dicen que le mutilaron la cara, que se quemó, que una enfermedad lo desfiguró. Además aseguran que desde su vivienda salen túneles hacia distintos lugares que visita durante el día.

 

Permanece gran parte del día en la Catedral, orando y siguiendo la rutina de los demás sacerdotes que lo ven como uno de ellos. Sabe algunas cosas de la iglesia. Otras no se las enseñan. Aparte, están los secretos. Estas son las monótonas pautas que rigen el día de El Tapao, sabe de entrada, qué hacen y dónde están todos.

 

En la noche es diferente, en ocasiones sale a las  calles deshabitadas como si buscara algo que ha perdido, algo que le perturba la mente. Vaga las tenebrosas calles.

 

Una tarde como muchas otras, el obispo  sale a caminar por la Plaza de la Catedral, como prefiere llamarle. Hace mucho calor. Ve la plaza muy concurrida, algunos juegan a las cañas, otros leen romances españoles. Echa una que otra ojeada a los transeúntes sin mucho interés. Al pasar junto a un grupo de damas se detiene. Las damas están ataviadas como siempre, de negro, casi al unísono exclamaron:

 

-¡Dios lo salve!

 

-Amén- dice en un tono tranquilo el obispo, pero dejando claro su jerarquía.

 

A seguidas, queriendo hablar todas juntas, se miran, y luego una de las damas dice, en un tono solemne, que una mujer muy devota vio a El Tapao con una hostia a la que había apuñalado…  solo ella lo vio, pero desde hace días la historia había cobrado magnitud alentada por los rumores. De la hostia había brotado sangre. Temen que sea un judío, un  hereje.

 

El obispo le riposta que la gente suele tener visiones, que con frecuencia reciben crédito, pero en este caso, no es verdad, conoce bien a El Tapao, su fe y procedencia. Descartando de plano cualquier sospecha.

 

Buscando herejes, buscando la Santa Inquisición… ¡pobre de El Tapao! Mientras el renacimiento con sus ideas del humanismo sigue desarrollándose en  Europa, la colonia sigue en la edad media, las ideas las controla la santa iglesia.

 

Rápidamente otra de las damas expone que hace unas noches  El Tapao pasó media hora merodeando por la zona donde vive. Primero se detuvo en la parte alta de la calle. Un lugar oscuro, observando las viviendas contiguas. A continuación, se colocó al pie de una ventana mirando el interior de una habitación…

 

El obispo la interrumpe advirtiéndole:

 

-En la noche quedaos en casa, no salgáis, aunque oigáis algo, sea lo que sea, no abráis la puerta ni las ventanas. Al amanecer oiréis las campanas, entonces podréis salir.

 

-Que Dios se apiade de vosotras- dijo despidiéndose.

 

Con sus gestos y caminando con garbo, minimizó a las damas que quedaban atrás.

 

Otro caso que iba de boca en boca, era el contado por un esclavo que por instrucciones de sus amos, había seguido a El Tapao. Una noche lo vio delante de su magnífica residencia, pareció husmear el aire; como era normal en las calles de la colonia, aspiro olor a orina y estiércol.  Momentos después al percatarse que la calle estaba vacía, caminó un rato, continuando por una subida dejó atrás su residencia. Se detuvo frente a una casa, vio a una señora en la ventana, que el esclavo percibió lo esperaba.  Deslizó la mirada por la calle. A unos pocos metros, entró a un angosto cañón que conforma la casa con una pared, vio una de las puertas abiertas. Se dirigió hacia ella y entró. El esclavo reconoció la señora, pero decidió olvidarlo, no lo diría. Esa señora era prohibida hasta para el obispo, pensó.

 

En otro de los recorridos de El Tapao, el esclavo lo vio por una de las calles, lo identificó por la máscara ¡inconfundible! Se veía nervioso, miraba para todos lados ¿lo habría visto? Se alejó despacio y, procurando alejarse de aquella inquietante mirada enmascarada, se situó detrás de un montón de basura, desde donde sin ser visto podría observar hacia donde se dirigía, al poco caminaban uno detrás del otro a una distancia  bastante lejana, pero podía verlo bien. Tomó la calle rumbo al norte, al final se encontró con un soldado en la muralla, se saludaron y siguió. El esclavo no pudo seguir, no lo dejarían salir de la ciudad a esa hora.

 

Al día siguiente hablando con otros esclavos, se enteró que eran frecuentes esas salidas. Al otro lado de la muralla lo esperaba siempre un coche con caballos, y dos o tres esclavos de su propiedad, que lo protegerían de cualquier cimarrón que apareciera en el camino. Se encaminaban a un poblado de ex esclavos, a una hora de camino. Había como diez chozas y algunos cercados para caballos y vacas.

 

El Tapao entraba a una de las chozas, siempre la misma, donde lo recibía un houngans. Luego de quince minutos este salía y entraba una mujer, a veces dos. También entraban niños.

 

Estaba dos horas y se iba.

 

Las otras salidas de El Tapao se limitaban a recorrer las oscuras calles de la ciudad, como alma en pena, sin detenerse en ningún lugar, al rato retornaba a su casa.

 

Nunca se sabe que hará este hombre- pensaba el esclavo.

 

De nuevo en la Catedral, el obispo puso su mirada en el confesionario donde está El Tapao junto  a un sacerdote que anda encorvado, su tonsura delata su condición de eclesiástico. Acaba de confesarse y, como le ocurría siempre después de la absolución, sentía una sensación de frescura, como si acabara de estrenar el mundo.

 

 

 

El  Tapao se queja ante el obispo de como  un pueblo que no tiene para  comer ni vestir, anda con la lujuria y la vanidad en su mente ajeno a la vida de Dios. No busca hacer algo mejor que aquello, algo más sagrado, buscar una llama de luz y de amor que ilumine la terrible oscuridad del mundo.  Él la busca en el seno de esta santa iglesia.

 

Habla tan bajo que el obispo tiene que acercarse para tratar de oír lo que dice.

 

Dad gracias al Señor, que os ha concedido la gracia de ser miembro de la verdadera iglesia, -contesta el obispo.

 

El obispo y por supuesto el arzobispo, lo aceptan muy complacidos dentro de la santa iglesia. Sus contribuciones económicas  son cuantiosas. El obispo se ocupa de algunos de sus asuntos, con el gobernador obtuvo un permiso para que  pudiera circular libremente por la ciudad en las noches, incluso cruzar la muralla hacia el campo. También mantiene en buen estado un túnel construido entre su residencia  y la Catedral. Por éste se  desplaza El Tapao sin ser visto, en horas del día.

 

La noche esta lluviosa. El Tapao sale hasta el frente de su casa, se persigna maquinalmente,  se puede atisbar un olor a lodo. No obstante, al comprobar la ausencia de vecinos, se pone en marcha rumbo al norte, hace el mismo recorrido descrito por los esclavos, hasta llegar al pequeño poblado.

 

Había sido arduo el recorrido, debido al lodo. Pero ya se encontraba caminando hacia la choza acompañado del mismo houngans que siempre lo recibe.

 

El hougans está nervioso, recordó como El Tapao había violado y realizado todo tipo de aberraciones sexuales con la mayoría de las mujeres, incluyendo a la hija del jefe de la tribu. Se vestía con hábito de monja recogido a los muslos para someterlas, le gustaba que se resistieran, las inmovilizaba, les introducía tusas de maíz y otros objetos por el sexo y por el ano, las obligaba a arrastrarse, les pegaba…las humillaba. Incluía niños en estas orgias. Se oían los gritos en todo el poblado y más allá.

 

Amenazaba con traer los soldados y matarlos a todos, si se oponían.

 

Ahora conocería el poder del vudú en su forma más tenebrosa. Había llegado demasiado lejos. Era hora de la venganza.

 

El Tapao siempre bebe un jugo de frutas al llegar, ahora tenía además una combinación de drogas y un veneno neurotóxico que extraen del pez globo, entra en la inconsciencia rápidamente, en un estado cataléptico. Esta sin máscara, siempre se la quita.

 

A pocos metros de la choza está un brokor, con poco tiempo en la colonia, viene del territorio Yoruba del África, hace tiempo lo esperan.  Emplea la magia negra.

 

Entra a la choza. Trae consigo una vieja y espeluznante estatua de unos dos pies con caracteres indescifrables. Desde su entrada se sintió un extraño ambiente de pavor. Representa al Dios Zander, que convierte a la gente en serpientes, vampiros o zombis. El bokor entra en trance, entona un horrible cántico que empieza a recitar, en voz clara y firme. De sus manos deja caer un misterioso polvo que cubre todo el cuerpo de El Tapao, que está acostado en una muy rústica cama. Se siente la magia negra entrando y saliendo del cuerpo.

 

Cuando, exhausto, terminó el ritual, hace un agujero en el centro del poblado y allí, entierra la horrible estatua. El conjuro ya está en marcha. El alma y la voluntad de El Tapao quedan con la estatua, en posesión del jefe de la tribu.

 

El Tapao es un zombi.

 

El Tapao cruza la muralla. Se dirige a su casa. La lluvia había cesado. Está muy oscuro, más que nunca. A lo lejos un perro aúlla, después más nada. Silencio. Puertas y ventanas  cerradas. Camina con dificultad.  Al llegar abre la puerta, está en penumbra, camina lento, sale al patio, toma una lámpara de aceite que ilumina la entrada del túnel, penetra en este y se dirige a la Catedral. Al llegar camina en dirección a la habitación del obispo, abre la puerta. No hay nadie. Se quita la máscara, la esconde en el armario. Se cambia de ropa y se dirige con pasos lentos y torpes a una de las capillas. Ahí está El Tapao de rodillas.

 

El obispo se le acerca. Lo santigua dándole la absolución. La penitencia estaba cumplida. Podía irse.

 

tommymejiapou@hotmail.com

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8 Años hace

salio de su imaginación o lo copio de algún lado? y si si, de donde? de todas maneras interesante, curioso y hasta «suspenful».