El pueblo y la inyección del ‘estate quieto’
Hay muchas razones para que en nuestro país surja la versión tropical de la “Primavera Árabe”. Podría llamarse algo así como “Democracia calurosa” o “Despertar Veraniego” o “Refundación Dominicana”, para estar más acorde con nuestra realidad geográfica. Y es que en nuestras calles, campos y ciudades bulle la inconformidad social, los niños no tienen pan, la juventud no ve su futuro en el país sino en otras tierras allende a los mares, muy lejos de donde acunaron sus sueños de progreso y bienestar. Es decir, están dadas todas las condiciones objetivas y subjetivas, como decían los marxistas, para que aquí prospere un masivo movimiento cuestionador que por lo menos crispe los nervios de los que quieren que todo siga igual para que sus privilegios no sean afectados. Pero nada de eso sucede. En su lugar vemos que personajes que definitivamente debieran de estar condenados al destierro político y la repulsa colectiva todavía ocupan lugares de preeminencia en el favor popular, como quedó revelado en la última encuesta Gallup-Hoy. ¿Por qué si ya acumulamos cientos de años de hastío histórico y descontento social nuestra ‘piel política’ no reacciona a los aguijonazos de los chupasangre? ¿Será que su veneno inyectado nos ha paralizado hasta los ánimos y la conciencia? ¿Cómo explicar nuestro masoquismo ante quienes lo único que reparten bien es la distribución del látigo de la injusticia social? ¿Por qué no replicamos aquí ninguna de esas primaveras liberadoras? Otras interrogantes que ameritan responderse son: ¿Por qué nos reaccionamos con la rigurosidad de los golpes que recibimos, haciendo pagar el precio político del apaleamiento sistemático? ¿Por qué nos resistimos a arrojar en el zafacón de la historia a quienes nos lanzaron en el zafacón de la pobreza? ¿Por qué el tanto tropezar con la misma piedra no nos hace levantar la cabeza? Quizás la lucha por la sobrevivencia a la que nos han condenado es tan dura, alienante y absolvente que apenas deja tiempo para pensar en quienes son los culpables políticos de la situación que padecemos. Quizá esos mismos afanes consumen toda nuestra energía dejándonos solo el cansancio de la jornada, y sin tiempo ni fuerza para sacudirnos. Probablemente nuestra aceptación pasiva de todos los rigores de la vida se deba a que hemos desarrollado una especie de síndrome de Estocolmo. Este síndrome es definido por la Federal Bureau of Investigation (FBI) como “una reacción psicológica en la cual la víctima de un secuestro, violación o retenida contra su voluntad, desarrolla una relación de complicidad y de un fuerte vínculo afectivo con quien la ha secuestrado. Se debe, principalmente, a que malinterpretan la ausencia de violencia contra su persona como un acto de humanidad por parte del secuestrador.” La esperanza nacional lleva tanto tiempo secuestrada que tal parece que las masas pobres se han identificado con los que inventan su miseria para darles unas funditas o unos sobrecitos, mientras les fuetean 4 años de torturas, de asfixia social, económica y moral. Solo eso anima y explica a quienes amenazan con reeditar la hora fatal en que llegaron al poder para seguir satisfaciendo su voraz e insaciable apetito de acumulación de riqueza. Tal vez nuestra inacción se deba a que quedan pocos espacios como este para rebatir a los propagadores de verdades mentirosas, a quienes tienen la influencia para colocar en los mejores planos de la prensa los titulares más complacientes con el poder. O podría ser que a través de aquellos medios y otras vías nos inyectaron con la jeringuilla del 'estate quieto',con la cual han logrado neutralizar las actitudes cuestionadoras y reclamantes de cambios en la conducción pública. Tal vez también contribuya a nuestro resignado sometimiento el hecho de que muchos sectores populares están sedados por la propaganda oficialista que pinta un paraíso donde solo hay un infierno. Incluso, hay líderes que parecen afectados por ese mismo letargo político, pues no asumen su papel opositor. A lo mejor venga un genetista y nos diga que llevamos el gen interno de Guacanagarix y no el de Caonabo, y por eso preferimos acomodarnos a una situación que perpetúa nuestros males tradicionales.