El peligro de una democracia minada

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EL AUTOR es comunicador. Reside en Cotuí.

Los Estados Unidos de América, en todo sentido, donde el hombre, bajo la órbita d la democracia, puede lograr con absoluta libertad los más altos ideales.

El tumor por la infiltración de los antidemocráticos no es una cuestión nueva con el triunfo de Donald Trump en la Unión Americana. Ahora los entendidos se dan cuenta de que muchos personeros que se quedan en Estados Unidos de América van con sus agenda ocultas. No son demócratas.

Y la democracia en su versión original es tan hermosa que un librero norteamericano, que tenía una de las ventas más fabuloso de Estados Unidos, me decía: «En este país un actor de cine puede ser presidente».

En España, el siglo pasado, la mujer de teatro, la que trabaja en el teatro, cargaba con una mala fama creada por la envidia. Yo tengo un amigo que quería casarse con una excelentísima muchacha que trabajaba en el teatro, y los padres le decían: «El hombre que se enamora de una mujer de teatro es como el que tiene tos y toma bicarbonato». Y esto pasaba en toda Europa.

Qué cosa más horrible y qué mentira tan pavorosa, ¿verdad? «Pero en la Unión Americana –me repetía el librero norteamericano—es diferente. Todo el mundo puede llegar a lo máximo. La democracia lo vence todo».

Y es verdad. Cuando uno lee a Jefferson, por ejemplo, creo que es el hombre que mejor ha explicado lo que es la democracia, se da cuenta de ello y por qué en la Unión Americana existe con esa libertad. De la existencia de una libertad con una fiesta de vitalidad extraordinaria.

El país que es la potencia tecnológica y democrática más grande que ha producido la historia: los Estados Unidos de América, no puede ser vencido en una guerra, porque puede aplastar al enemigo en segundos.

Ese país no puede ser vencido con una agresión, ni por un ataque de los fundamentalistas islámicos. Los que odian a  ese país se han dado cuenta de que «hay que minarlo por dentro» –como dijo Osama Bin Laden después del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York.

Y con los gloriosos Barack Obama y una tal Hilaria minaron el país por dentro y, aparentemente, les ha dado resultado. La llamada Contracultura, los aliados de Rusia, los trokistas, que según un artículo del ingles Caraun, subsisten y fueron los que dirigieron la Contracultura en tiempos de la Guerra de Vietnam, que es –entre otras cosas—la llamada (¡qué horror!) «Cultura de la droga», cuando se organizaban festivales en que el sexo y la droga eran la mayor atracción para la juventud. En Carolina del Norte se daban unos pavorosos, que se logró anularlos por los altos valores morales del estado.

La Contracultura es la búsqueda de la destrucción de los valores en su totalidad. Fue la crisis de los 60-70. Por eso, Henry S. Ruth, al retirarse como el último fiscal especial en el «Caso Watergate», afirmó: «Me aterra el cinismo actual del pueblo norteamericano, con respeto a su gobierno y a sus políticos. Se puede ser escéptico, pero un cinismo que aparte  al pueblo totalmente de su gobierno es lo que crea Watergate». Esto se encuentra en un libro de Antonio Bonini titulado «La agonía de los Estados Unidos».

Esto no corresponde a la realidad, porque el pueblo americano distingue muy bien entre gobierno y democracia, pero pon de manifiesto el vigor con que e ah atacado, tomando para hacerlo, cualquier rábano por las hojas.

Esta Contracultura de que hablo ha estado, como se ve, sometido siempre, y a la deformación de la realidad desde los sesenta. Para los 70 ya Hilaria viajaba Cuba a cortar caña voluntariamente y tenía sus relaciones lésbicas con compañeras estudiantes y con los años la Yoko Ono, ex de John Lennon,  en una revista afirmaba que la famosa Hilaria había sido su amante. Por el otro lado Barack no se quedaba atrás, sedaba sus pitazos de mariguana y estaba abrazado a la Contracultura de la Unión.

Cuando el afroamericano sufría crisis tremenda en la familia y en otras aéreas, en vez de ayudarlo a resolverla, los que se aprovechaban de ella introducían un islamismo radical en ese país, cuyo punto de referencia fue la muerte, en un atentado, de Malcon X y la pérdida de brújula de un pueblo tan religioso como el que forma al hombre negro americano, pastores de la misma raza, buscando pingues ganancias tomaban la salvajada de la esclavitud para dar sermones en que buscaban levantar un odio colectivo contra las generaciones de hoy, todas antiesclavistas, y que han propiciado lo que afirmaba Martí: «Hombre es más que negro, más que blanco, más que mulato. Dígase sólo hombre».

Y se caía en el comunismo, para hacerlo avanzar, de la Teología de la liberación. Y se sigue usando, desgraciadamente. Por ahí andan los Jesse Jackson y otros reputísimos reverendos que tienen acusaciones serias de evasión de impuestos de acosar sexualmente a jovencitas, porque vienen de esa cultura de la Contracultura.

Hay que oír los sermones de los verdaderos pastores afroamericanos y ver el fervor por el cristianismo de los «Cantos espirituales» para entender el hondo sentir del hombre de color por el Cristianismo. Pero, desgraciadamente, los que siembran el odio, los hombres de la falsa teoría de la Liberación, se llevan el pato al agua.

El mundo que nos rodea brotó de esta filosofia existencialista de Jean Paul Sartre, que no ofrecía nada al hombre sino nausea, angustia. Que lo condenó a ellas. Que suprimió la comunicación con Dios, porque Dios no existe para la filosofia de Sartre, y con el pretexto de una falsa libertad sumió al hombre en un libertinaje que ha perneado, que ha dinamitado al Mundo Occidental.

Ya Los Barack y las Hilarias habían suprimido la oración de los lugares públicos; de predicar la Palabra de Dios al aire libre y para el colmo de los colmillos fueron los que propusieron que los baños públicos los podían usar hombres y mujeres al mismo tiempo como los baños de las escuelas, porque la Contracultura es eso: Borrar del mapa la verdadera cultura en la que se ha cimentado los Estados Unidos de América.

Un «supuesto» loco llamado Donald Trump tuvo que surgir del sector privado a ver si pone la casa en orden.

JPM

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