El Papa Francisco y la estrategia anti dominicana de la Iglesia Católica

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LA AUTORA es periodista. reside en Santo Domingo.

 

 

 

Lo primero que debería hacer un Papa que quiera revolucionar al mundo, es eliminar las estrategias injerencistas del Vaticano, investigar las denuncias de operaciones fraudulentas del Banco Ambrosiano y sus inversiones en la industria belicista, y sobre todo, predicar con el ejemplo: aplicar las medidas que el Sumo Pontífice propone a los demás estados, en todos los ámbitos.

Si Francisco quiere que haya una política mundial de apertura incondicional y radical hacia los migrantes ilegales, debería comenzar con semejante receta en sus propios predios: que derribe las murallas de esa ciudad-estado. Sin medidas encaminadas a forjar una situación de transparencia en el seno de la iglesia Católica, en tanto que jerarquía y Estado, es muy poca la bondad que la “novedosa” gestión de este Pontífice, o de cualquier otro Papa, pueden aportar al mundo.

Esta reflexión viene a cuento porque en el complicado caso de la migración haitiana hacia Santo Domingo, él no ha escatimado ocasión para impulsar las políticas que favorecen al pueblo vecino en tierra dominicana, sin tomar en cuenta que la magnitud del desplazamiento de esa población, aunada a las estrategias internacionales de romper nuestras leyes, ponen en serio peligro la soberanía y los derechos de la nación dominicana y sus ciudadanos.

Que me perdonen los admiradores del Papa Francisco, pero él a mí nunca logró convencerme, si bien estoy consciente de su gran carisma y facilidad de palabra, dirigida a vender una imagen de apertura que no me parece muy acorde con la “realidad real”. Digamos que en poco tiempo le cogí la seña, porque algunas de sus actitudes me lo pintaron como un demagogo.

Él -a mi modo de ver y salvando las distancias- es a los Papas anteriores lo que el PRD y el PLD al Partido Reformista: ¡una supuesta alternativa de aspecto revolucionario, que una vez llegada al poder lo hizo peor, porque fuera de hacerse los graciosos y administrar un poco más de libertades públicas, lo único que lograron fue empeorar la economía y envilecer aún más el sistema socio político!

Como punto culminante de las políticas injerencistas de la iglesia Católica en la República Dominicana, en favor del pueblo haitiano y su diluido y disoluto estado, el Sumo Pontífice sustituye al Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez como cabeza visible de la Iglesia dominicana, y pone al frente del Arzobispado de esta importante diócesis a una no menos importante pieza de la estrategia haitianizante manejada por ese poder fáctico: el obispo Francisco Ozoria Acosta, muy conocido por su trayectoria en la Pastoral haitiana, su trabajo en los bateyes, y sobre todo, por sus declaraciones en favor del derribamiento de las fronteras y a favor de que se otorgue la nacionalidad dominicana a contrapelo de nuestras leyes.

La feligresía y el pueblo dominicano en general esperaban un arzobispo no sólo con las luces intelectuales que posee López Rodríguez, sino con cierta conciencia de la premura que tenemos de preservar nuestra soberanía. Era indispensable que se nombrara en esa delicada posición a alguien con un poco de respeto por la nación dominicana, para crear el necesario equilibrio en el seno de la iglesia Católica, que en el tema haitiano ha permitido a varias de sus órdenes -principalmente a la jesuita- trabajar abiertamente en contra de los intereses de nuestro país.

Las acciones emprendidas por la Iglesia en contra de la soberanía dominicana no pueden ser explicadas bajo ningún principio cristiano, ni bajo el pretexto de la defensa de los derechos humanos de extranjeros que arrinconan y suplantan a los nacionales en nuestro propio suelo. Eso, aunque quieran negarlo los adalides del pro haitianismo es manipulación política e injerencia y, además, conspiración, motivada no sólo por una oscura búsqueda de ampliar el poder, sino por dinero.

Es harto conocido el apoyo económico que reciben los jesuitas de la embajada de los EEUU, puesto que muchos de los fondos que manejan importantes ONG de dicha orden “religiosa” provienen de la USAID. Y estos vínculos económicos son públicos. Los nombres de dichas entidades figuran en los presupuestos de la agencia estadounidense.

Por otro lado, cabe recordar que a pesar del tradicional y sincero amor e identificación del pueblo dominicano con la fe católica, la historia nos demuestra que a la jerarquía eclesiástica no le importa sacrificar al pueblo y a la nación dominicanos, cuando de beneficiar sus propios intereses se trata. Basta con recordar el apoyo que dio el arzobispo Portes a las acciones anexionistas de Pedro Santana, que lo llevaron a excomulgar a los trinitarios y a cualquier dominicano creyente en la soberanía nacional, incluido a nuestro ejemplar Patricio Juan Pablo Duarte.

Esto, como católicos que somos en una gran porción del pueblo dominicano, nos obliga a plantearnos la necesidad de revisar nuestras relaciones con la iglesia Católica en tanto que poder fáctico, lo que no implica romper con la doctrina católica, portadora de la luz espiritual que ha iluminado a este esforzado, combativo y combatido pueblo.

Esa revisión, en un momento determinado, debería implicar un cisma que separe a los sacerdotes y dignatarios que respetan y apoyan al pueblo dominicano de los que, abusando de su condición sacerdotal y de muchos siglos de poder acumulado, intentan vender nuestra vida, libertad y soberanía al mejor postor. Y esto, para mí como católica, es una herida que se me antoja no sólo injustificable, sino imperdonable.

JPM

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