El malapaga y su dignidad herida
¿Habrá algo más indignado que un malapaga cuando le cobran?
Lo primero que hace es proclamar que no es ladrón, no obstante, recurre a todas las artimañas comunes e inventadas por su siempre activo ingenio para escabullirse de su compromiso y violar sus propios plazos.
Sus métodos para ablandar corazones y vaciar bolsillos son tan heterogéneos que van desde que no han pagado la casa hasta fingir una enfermedad propia e incluso de sus padres y de sus hijos.
Su radio de acción suele ser amplio, sus cuentos los echa a la mayor cantidad de personas posibles y ¡ay! de los que caigan en sus redes, y a sigún el maco la pedrá. Estudia a su futuro acreedor, una palabra pesada que para ese ciudadano es pluma.
Sabe a ciencia cierta quién puede prestarle un monto pequeño y a quien lanzársele por uno elevado y esto no está siempre vinculado al poder adquisitivo de la víctima, sino en mayor grado, a su nivel de pendejería.
Así, gente de altos ingresos a veces es menos propensa a caer con sumas altas que los de medios o bajos. Dependerá, igual del grado de confianza e inclusive del estado de ánimo del prestamista sin réditos o sea, del pendejo y su debilidad emocional transitoria o perenne.
Es un personaje capaz de camuflarse, de hacer que le cojan pena y tal como aparece en esas antiguas imágenes colocadas en negocios, para pedir prestado ruega, implora pero pagar ¡ayyy!, para saldar ¿Quién lo jalla y quién soporta su boca en rebeldía?
En tantas y tantas ocasiones, su comportamiento es una burla y un desafío, quizás porque como conoce a su prestador, sabe de qué es capaz y por eso anda por sus fueros muy campante y hasta ríe de su hazaña.
JPM