El discurso de Abinader
Este sábado 27 de febrero, como manda la Constitución de la República, el presidente Luis Abinader compareció ante la Asamblea Nacional (formada por la totalidad de los senadores y diputados) y el discurso que pronunció parece el de un candidato en campaña y no el de un presidente en legítimo ejercicio del poder.
Carente de sustentaciones lógicas, distante de la realidad nacional y abundante en promesas, lo dicho por el jefe del Estado está totalmente divorciado de la verdad, sobre todo cuando se han disparado los precios de los artículos de la canasta básica y cada viernes se apuñala al pueblo con las más drásticas alzas en los precios de los combustibles de los últimos años.
Desde el gobierno se siguen atribuyendo falsos logros, procedimientos, pues los reales en lo que va de gobierno pueden contarse con una mano y sobran dedos. Habría que buscar con linterna y a plena luz del día un artículo de primera necesidad que no haya experimentado alzas abusivas en los últimos seis meses.
En cambio, son frecuentes y cada vez mayores los desaciertos. Abinader pinta un país que, según insiste, se ha vuelto un paraíso desde que él asumió la presidencia, pero sigue a ciegas prolongando el estado de emergencia conjugado con el festival de préstamos que le ha caracterizado y desde el ministerio de Educación lucen desesperados por reiniciar la docencia presencial.
Todos sabemos que un reinicio de docencia en estas condiciones sería un suicidio, por no decir una masacre, cuyas fatales consecuencias provocarían más dolor en la familia dominicana. Y pienso que si no fuera por las presiones de los sectores más pensantes del país hubiese estado abierto todo el comercio provocando la misma irresponsable aglomeración que hay incluso en oficinas públicas, en los mercados y en el transporte, así como en los colmadones de los barrios donde de manera olímpica los irresponsables enfrentan a las autoridades con palos, piedras, botellas y machetes.
La naturaleza del Estado es solemne y cada día se alejan más de las normas que lo sustentan. El poder que se ejerce con fanatismo deviene en tragedia, manifestada en el desorden y descomposición social para los pueblos. En el amor cuentan los sentimientos, pero en materia política y n el ejercicio de la presidencia de un país implica una aguda responsabilidad social. No se puede vivir pintando pajaritos, sino actuando con lucidez e inteligencia como reclama la sociedad. Ya lo dijo uno de los suyos; la mejor rendición de cuentas es decir la verdad. Verdad que no se ha dicho, digo ahora yo.
Si es cierto que se ha recuperado la economía y ha disminuido el número de desempleados crecidos a raíz de la pandemia (que ya son varias), y si ha sido tan efectiva la política aplicada para evitar que siga creciendo el número de contagios, y la pandemia está controlada y reducida a la mínima expresión, entonces por qué renovar siempre el estado de emergencia si no es debido a las ventajas que implica esa situación.
Si ha logrado reponer más de ochocientos mil empleos, como se ufana; si la economía ha sido saneada con tantos ahorros provenientes de la supresión de gastos con la eliminación de algunas entidades gubernamentales que fueron entes de corrupción, entonces por qué mantener al país en un estado de emergencia.
Lo que sí ha sido demostrado es que muchas de las bocinas del pasado gobierno están siendo favorecidas mediante pagos disfrazados de publicidad y contratos altamente elevados. Pagan decenas de millones de pesos, revestidos de publicidad o asesoría, socavando la economía de un país donde falta construir y reparar tantas escuelas, clínicas y hospitales, electrificar parajes, reparar y construir carreteras mediante las cuales disminuirían los precios de productos agrícolas, et., et.
Pero nada, la política se nutre de realidades. Anda por ahí un cara de loco vociferando que la economía está primero y por encima del ser humano. Que Dios perdone tanta ignorancia y tanta codicia porque otra cosa no puedo decir, por el momento.
Si aquellos polvos formaron estos lodos tan compactos, entonces estos y los seguros próximos desaciertos (por no llamarlos de otra manera) son los vientos que traerán amargas tempestades.
ese insignificante se ofreció a trabajar gratis en el departamento de prensa del palacio nacional y lo rechazaron por farsante e imbecil. ahora está respirando por la herida.