El cardenal Jiménez de Cisneros y el poder
El franciscano Francisco Jiménez de Cisneros, más conocido como cardenal Cisneros, tuvo un inmenso poder, especialmente a partir del año 1492 cuando fue escogido como confesor de la reina Isabel I de Castilla.
Nació un día del año 1436 en Torrelaguna, un pequeño poblado ubicado entre montañas y el río Jarama, a unas decenas de kilómetros de la ciudad de Madrid.
Su muerte se produjo el 8 de noviembre del 1517 en la población de Roa del Duero, en el territorio que hoy forma la provincia de Burgos, en Castilla-León, España.
Las crónicas de aquella época lo describen como un hombre que vivía con humildad, alejado del boato y la opulencia, y dotado de una gran reciedumbre moral.
Fue arzobispo de Toledo desde el 20 de febrero de 1495 hasta su fallecimiento en la fecha arriba indicada. Desde esa poltrona eclesiástica incidía en muchos asuntos de gobierno, por su gran experiencia en el tejemaneje de la política.
Pero también hay que decir que su influencia en el interior de la iglesia católica en España y allende sus fronteras fue importante.
En la densa hoja de servicios del cardenal Jiménez de Cisneros se comprueba que él propició sustanciales reformas a las órdenes de los franciscanos, los agustinos y los predicadores, estos últimos también llamados dominicos.
Constantemente se apoyaba en los conceptos del teólogo cristiano y filósofo neerlandés Erasmo de Rotterdam, que no pocas veces chocó con un amplio segmento del alto clero europeo que defendía el inmovilismo y se oponía a la libertad de pensamiento.
Cisneros, en su faceta religiosa, puso mucho énfasis en vigorizar temas espirituales como la oración; además de que propició el pulimento cultural de los sacerdotes. Fue en esa dinámica que en el año 1499 creó la Universidad de Alcalá de Henares.
Exceptuando al sumo pontífice de turno, sólo por asunto de jerarquía, debo señalar que el cardenal Cisneros fue el prelado de mayor esplendor en la Europa de su tiempo.
Sus iniciativas permitieron que en la primera etapa del siglo XVI España se convirtiera en el centro del cristianismo en una gran parte de Europa y otros lugares del mundo.
El historiador y diplomático mexicano Fernando Benítez escribió sobre él lo siguiente:
“El cardenal Francisco Jiménez de Cisneros era la gran figura del Renacimiento español. Simbolizaba en su persona las dos virtudes más encarecidas por Erasmo de Rotterdam: la humildad y la caridad.” (1992 ¿Qué celebramos, Qué lamentamos? Editora Taller, Sto. Dgo., 1992.Pp79 y 80. Fernando Benítez).
Cuando la reina Isabel la Católica falleció en el 1504 se produce un largo proceso de inestabilidad en España, aflorando las ambiciones de diferentes sectores, especialmente grupos de la nobleza cuya influencia había venido a menos en los diversos reinos españoles.
A partir de ese momento el papel de Jiménez de Cisneros, gracias a su condición de estadista, su elevada cultura y su talante de hombre resuelto a enfrentar y vencer dificultades, fue de un enorme impacto para evitar el rompimiento de la organización del poder que representaba la realeza.
El cardenal Jiménez de Cisneros fue designado regente del reinado de Castilla, con motivo de la muerte del rey Felipe I, apodado el Hermoso (nacido en la ciudad portuaria de Brujas, en Bélgica), ocurrida el 25 de septiembre de 1506, en la ciudad de Burgos, en el norte de España. Esa decisión se tomó ante el problema de índole emocional que tenía la viuda, Juana I de Castilla, también conocida con el alias de Juana La Loca.
En el 1507 Jiménez de Cisneros convenció al rey de Aragón Fernando el Católico (padre de la referida Juana) para que volviera a gobernar en Castilla, lo cual hizo.
Las gestiones que para tales fines realizó el cardenal Jiménez de Cisneros fueron determinantes para frenar una situación caótica que vivía en ese momento España, la cual ha sido definida por conocedores del tema así:
“La muerte de Felipe el Hermoso desencadenó una anarquía que estuvo a punto de convertirse en guerra civil.” (Historia de España. Editorial Espasa Calpe, 2006, Madrid. Julio Valdeón, Joseph Pérez y Santos Juliá).
En mayo del ante referido año 1507 el Papa Julio II nombró a Cisneros con la elevada categoría de Cardenal.
Es pertinente decir que ese Fernando el Católico fue el creador de la tristemente célebre Inquisición. En el 1507 nombró a Cisneros inquisidor en todo el territorio de Castilla, misión que este ejercicio hasta el 1516.
Siendo inquisidor el cardenal Cisneros organizó una expedición militar para combatir a los musulmanes en el exterior. La misma estaba integrada por miles de soldados, más de cien embarcaciones (naos, carabelas, galeones, bergantines, etc.), cientos de caballos y decenas de piezas de artillería.
Con ese cuerpo de ejército salió de España el 16 de mayo de 1509 hacia el norte de África (específicamente a la parte llamada el Magreb) con el objetivo de someter a los islamitas, a quienes venció en la gran ciudad portuaria de Orán, situada en el noroeste de Argelia, frente al mar Mediterráneo.
Cuando murió el rey Fernando II de Aragón y V de Castilla, en el pueblo de Madrigalejo, en la región de Extremadura, el cardenal Jiménez de Cisneros volvió a tener el control pleno y abierto del poder español, desde el 23 de enero de 1516 hasta noviembre del 1517.
Antes del viaje de Cisneros a África los musulmanes controlaban gran parte del sur de España, entre finales de la Edad Media y principio de la Edad Moderna.
Eso fue de gran preocupación para la Corona. Los reyes consideraban que la prédica del islam afectaba en términos sociales, políticos y económicos las estructuras de la sociedad española.
Contrario a lo que después hizo el cardenal Cisneros, el arzobispo fray Hernando de Talavera, que fue confesor de la reina Isabel la Católica, buscaba convertir a los moriscos al cristianismo mediante un suave proceso de “evangelización, difusión de catecismo y predicamentos”, con modales persuasivos.
Ante el fracaso del referido prelado los reyes Fernando e Isabel decidieron nombrar al mando de esa delicada tarea al arzobispo de Toledo.
La Historia señala que la actitud firme y sin paliativos de Cisneros en esa cuestión provocó alzamientos de los moriscos en Granada y La Alpujarra, abarcando las poblaciones que existían en las sierras de Lújar y Nevada, en un amplio territorio meridional de España.
Lo anterior al margen de que el 25 de noviembre de 1491 el célebre Boabdil, uno de los jefes moriscos, firmó un acuerdo con los monarcas que luego incumplió, cuando llegado el momento se negó a abdicar como rey de Granada.
La autora de una biografía novelada sobre la reina Isabel la Católica narra el papel del famoso prelado en aquellos acontecimientos así:
“Apremiado por la falta de resultados, don Francisco Jiménez de Cisneros viró su rumbo y mostró su talante más represor y absolutista que, lejos de disuadir, añadió más proyectil…Había querido acelerar la conversión con intolerables medidas de presión: quemó libros sagrados del islam, persiguió sus teólogos…Las protestas no se hicieron esperar…” (Isabel la Católica. Impresora GraphyCems, Madrid, 2007.P.427. Cristina Hernando Polo).
Es válido señalar que el cardenal Cisneros en su segunda regencia del reino de España recibió, acompañado de juristas, canonistas y teólogos, al que luego sería el primer obispo de Chiapas, México, Bartolomé de las Casas, tal y como este relata en su obra Historia de Indias.
Como motivo de los señalamientos que le hizo de las Casas sobre los martirios a que era sometida la población indígena por los encomenderos y autoridades coloniales, especialmente en el Caribe insular, Cisneros en su calidad de máxima autoridad de la Corona, envió para acá a varios padres jerónimos con la misión de liberar a los nativos de sus penurias.
En ese caso la decisión del famoso cardenal no resultó como pudo ser su intención pues dichos curas (“los jerónimos eran sobre todo hombres de negocios”) se dedicaron a otras actividades, muy alejadas de la defensa de las víctimas de las crueles encomiendas.
jpm-am