El alcalde: modelo de la crisis social

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Las tareas a que están llamados a enfrentar los alcaldes de un municipio son diversas, apremiantes, sensibles y complicadas, ello así porque en toda labor donde el componente humano esté altamente presente siempre habrá disensiones por la variedad de temperamentos y pretensiones. Además, a estas dos causas se agrega el apremio psicológico que resulta de la pobreza, el desempleo, la insalubridad y la frustración de los munícipes al no poder resolver o satisfacer ningunos de esos estados relativos del alma. Hace tiempo que la característica o condicionante con la cual se identificaba un potencial alcalde o síndico de cualquier municipio ha cambiado y aspectos que se consideraban básicos para elegir a este funcionario público tales como prestancia social, su reconocida ética y solvencia moral han cambiado. Aquí entran en juego varios factores socio-antropológicos como son alteración en la composición o estructura de la población, modificación de los criterios para medir y valorar los aspectos morales y éticos, el nivel de educación de los candidatos a alcaldes y la propia crisis de los partidos políticos. La norma para elegir al futuro funcionario edilicio ha quedado exclusivamente en poder de los partidos políticos internamente, cuyo método de selección no pone distancia en si el elegido por el partido reúne o no las condiciones que deben ser exigibles para ocupar tan delicada representación social y política. Por tanto, el ciudadano elector queda inexcusablemente atrapado en una máscara de elección popular forzada en la que todos los candidatos propuestos presentan el mismo perfil moral, social y ético descreíble. La elección así lograda resulta finalmente mala o fallida, desde el punto de vista de poder llevar a cabo una propuesta de desarrollo municipal que sea creíble y sustentable. No he querido subrayar en la anterior opinión, ni sugerir, de ninguna manera, un ensalzamiento o privilegiar una clase social en menoscabo de otra clase. Empero. si retrocedemos la mirada a tiempos pasados nos daremos cuenta que ser concejal o aun sindico de un municipio era tenido como un alto honor y solo ascendían a esos puestos públicos personas de prestancia social y de respeto en las circunscripciones. Ni siquiera a los seleccionados de aquella época se le requería poseer bienes de riqueza conocida, solo su integridad moral y su refinamiento social era suficiente para merecer tan altas y delicadas funciones edilicias. Me aventuro en decir que el pueblo dominicano ha perdido su sensibilidad o el gusto de saber elegir correctamente. Sin embargo, la mayoría de los candidatos a alcalde en los municipios basan sus campañas fundamentándose en una supuesta o real «moral» y en que van a cumplir cabalmente con la propuesta de campaña, hipótesis que en boca del pueblo pierde fuerza hasta descender al río desbordante de la burla popular a lo que se le adicionan fotografías del sujeto con un maquillaje que lo transforma de humano a simios embellecidos, similar a aquella figura desconocida que aparece en Cuadernos de cine, revista francesa fundada por André Bazin y Joseph-Marie Lo Duca, de la obra denominada «L’Inconnu du lac» o en español, «El desconocido del lago». El ascenso de candidatos a alcalde con esas imperfecciones y falseamientos de representación ha sido posible debido a que los individuos pertenecientes a las clases sociales media alta y alta tradicionales, moralmente potables, y cuya reputación es reconocible por los habitantes de los municipios son los llamados a evitar retrocesos y vicios en las administraciones edilicias, pero resulta que estos le han dejado ese terreno a los partidos políticos y no se han querido involucrar en actividades políticas partidistas aparentemente para no ligarse a personas cínicas. Un gran dilema que hoy enfrentan los municipios para la elección de sus alcaldes así como de los concejales es que los viejos troncos de familia y su seriedad cívica conocida no ha podido ser traspasada a su prole y peor aún en ciertos ayuntamientos aparecen regidores que se consideran personajes o corredores de bolsas de valores. Hubiese sido política y socialmente saludable para los intereses municipales de los ciudadanos si la elección de los alcaldes y de los concejales hubiere recaído en poder de titulares mejores intencionados y de comportamientos menos impúdicos, pues los proyectos de desarrollo de esas corporaciones hubiesen tenido mejores venturas. De la misma manera los territorios de los municipios estarían hoy más organizados para llevar a cabo labores de ornato más efectivas y, por consiguiente, la paz municipal hubiese sido posible para felicidad de los habitantes y de los propios administradores de los cabildos. Desafortunadamente en los alcaldes en la República Dominicana, fundamentalmente, al provenir de segmentos económica y socialmente deprimidos, existe en la mayoría de ellos la cultura rapaz del aprovechamiento de los bienes del municipio para formar fortunas en detrimento directo de los habitantes, quienes se ven asfixiados por montones de basuras que no pueden ser recogidas con la periodicidad requerida, la falta de higiene o de aseo público adecuado, la insuficiencia y precariedad de la seguridad ciudadana y otras deficiencias sanitarias y humanas. Esas faltas no sólo son graves y nocivas para los habitantes de los municipios, a las mismas se agregan las contrataciones tramposas con terceros para malversar importantes recursos de la corporación municipal. Mientras la sociedad se desmorona particularmente por el vicio de la corrupción de Estado y otros males mayores que les son accesorios, los municipios son afectados por grandes poblaciones migratorias que han perdido la esperanza en otra parte del país y se ven obligadas a asentarse en ciudades periféricas donde ellos creen que tienen la esperanza de hallar mejores posibilidades de subsistir. Nada de lo anterior es totalmente cierto y será siempre una idea quimérica o utópica mientras esos alcaldes provengan de las podredumbres de los partidos políticos tradicionales. Los hábitos de vida, la incultura y la enorme carga de fracaso que traen estas poblaciones de emigrantes se convierte en un fardo social y económico gravoso para los municipios que tienen que bregar con los estados de desilusión de los nuevos pobladores. Fenómenos tales como hacinamiento, desempleo, confusionismo psicológico, falta de adaptación al nuevo núcleo social, crímenes por desconcierto ambiental y personal, etc. son actos que cambian el estilo de vida en los municipios y, al mismo tiempo, agotan recursos económicos y esfuerzos para combatir esos males sociales. Si las elecciones de los alcaldes y concejales en los municipios se hiciera en función de la calidad moral y ética y no por amiguismo o por solidaridad partidaria el producto elegido en las administraciones municipales fuera de mejor calidad y, por tanto, los ciudadanos por observación directa del buen comportamiento del funcionario podrían asumir una actitud cívica más civilizada o sociable. Pero hasta ahora eso no es lo que se está observando en los municipios. Lo que sí se está viendo es una confrontación diaria entre munícipes y alcaldes por reclamos de obras municipales prometidas y no cumplidas en el tiempo. Los ciudadanos ven cada cierto tiempo alcaldes y concejales que entran a los puestos públicos con el envoltorio de un fracasado social en sus actividades privadas y luego salen de las alcaldías con cuentas bancarias voluminosas que niegan su realidad anterior en el barrio de su procedencia. Otro aspecto que podría influir negativamente en una gestión edilicia exitosa es cuando el funcionario municipal no es natural del pueblo donde ejerce sus actividades públicas. Por más esfuerzos que éste trate de hacer siempre estará en la mente de los ciudadanos su falta de vínculo emocional con las necesidades de la comunidad. Pero el hecho anterior no es tan relevante. Lo que si es azaroso para los municipios es que dentro de poco veremos nuevos candidatos a alcalde muchos de los cuales no llenan ni siquiera mínimamente las condiciones intrínsecas, tales com ética, normas morales, firmes propósitos y la capacidad requeridas para llevar a feliz término la administración de los intereses del cabildo y poder llenar asi las expectativas de los habitantes de la circunscripción.

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