Dos fuerzas que dinamizan las relaciones humanas
POR HUGO R. GIL
Muchas personas conciben la vida y el mundo como una realidad de carácter binario. Esto quiere decir que para entender la realidad hay que mirarla como el resultado de una interacción dinámica entre dos fuerzas opuestas o contradictorias; algunos creen que estas dos fuerzas sí existen, pero más que opuestas, son fuerzas complementarias. Según esta manera de mirar el mundo, ambas fuerzas se necesitan mutuamente y no puede existir una sin que exista también la otra.
Estas dos fuerzas complementarias o contradictorias se manifiestan en todos los ámbitos de la existencia. Pueden identificarse, no importa si se trata del mundo material o físico, social, emocional o espiritual. La naturaleza de las fuerzas dependerá de ámbito que nos enfoquemos, pero el dinamismo interactivo entre ellas operará siempre de la misma manera.
Los filósofos griegos denominaron la interrelación entre estas fuerzas como la dialéctica o lucha de contrarios. Según ellos, a toda fuerza que actúa para generar un cambio se le opone otra fuerza equivalente para resistir o impedir ese cambio. Es basado en esto que podemos explicar la coexistencia de la luz y la oscuridad, el bien y el mal, la guerra y la paz, el frío y el calor, y así por el estilo. Carlos Marx, por ejemplo, basó su ideología comunista en la aplicación de este concepto al ámbito social, interpretándolo como la lucha de clases. Esto es, la mutua oposición entre la burguesía y el proletariado.
Eso que Carlos Marx aplicó con mucho asiento a su teoría de la dinámica social, nosotros podemos aplicarlo a cualquier ámbito de nuestra vida, incluyendo las relaciones humanas de cualquier naturaleza que sea. Creo firmemente que la vida se nos haría más llevadera, seríamos más eficientes y manejaríamos más efectivamente nuestros conflictos relacionales si estuviéramos conscientes del dinamismo que motoriza nuestras relaciones humanas.
Debemos entender que el que está del otro lado no necesariamente es mi enemigo. Por el contrario, puede convertirse en mi mayor colaborador, aunque piense diferente y le gusten las cosas deferentes a las que a mí me gustan. Si pensáramos y sintiéramos de la misma manera en todos los aspectos de la vida, sería poco en lo que pudiésemos ayudarnos el uno al otro. Cuando pensamos diferente en determinados aspectos de la vida, estamos en las mejores condiciones de poder ser de ayuda el uno al otro. Cuando exigimos que los demás sean como yo, estamos castrando el recurso más valioso que existe para producir avances en nuestra vida.
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