Direcciones partidarias interminables

Los electores deberían reclamarle a los líderes políticos, la observación en la dirección de sus partidos, de una conducta que esté acorde con los principios democráticos que proclaman defender durante las campañas electorales, como condición para favorecerlos con el voto. De esa manera se podría vencer el comportamiento dictatorial que practican en sus casas políticas, donde muchas veces no guardan el menor respeto hacia sus militantes, a quienes tratan como sus vasallos. Probablemente entonces se convertirían en auténticos demócratas que contribuirían con la construcción de una verdadera democracia de partidos. Muchos dirigentes son falsos demócratas, con tendencia autocrática, que si pudieran aplicarían el voto censitario del siglo XVIII a lo interno de sus partidos, en lugar de elecciones primarias, para de esa manera eternizarse en sus puestos dirigenciales y controlar las candidaturas a los cargos de elección popular. Entre ellos están también aquellos que dicen aborrecer la reelección, pero emplean las más antidemocráticas maniobras para perpetuarse en los cargos de dirección de sus partidos. Esos son los demócratas de televisión, radio, prensa y actos públicos, dignos integrantes de las oligarquías partidarias. Para comprobar el comportamiento contradictorio de muchos líderes en cuanto a la democratización de los partidos y la democracia, basta con los siguientes ejemplos: 1) mientras los líderes reclaman más democracia, principalmente cuando están en la oposición, la reducen en sus partidos; 2) todos exigen respetar el Estado de derecho, pero no respetan los derechos de los afiliados que se encuentran consagrados en los estatutos partidarios y en la Constitución, y, 3) algunos llamarían a la insurrección si los gobernantes se extendieran sus períodos en violación del artículo 274 de la Constitución Política, pero ellos se extienden indefinidamente los mandatos en sus organizaciones y actúan contra los que reclaman el cumplimiento de los estatutos. La mayoría de los partidos políticos se rigen por estatutos con alto contenido de democracia interna, pero éstos solo se aplican en la medida de la conveniencia de sus élites. Ni la Junta Central Electoral ni el Tribunal Superior Electoral los hacen respetar, especialmente en lo que concierne a los mandatos de sus directivos. Tal es el caso de la sentencia TSE-008-2013, que sobre un contencioso del Partido Revolucionario Independiente, dictó el Tribunal Superior Electoral, en el sentido de que aunque el período para el que fueron electas las autoridades del partido había culminado, sus funciones no quedaban cesantes o suspendidas, y por lo tanto, se mantenían en sus cargos de dirección. En la referida sentencia, el TSE a pesar de reconocer la cesación de los directivos, y por lo tanto, la violación de los estatutos, en lugar de fijarle un plazo al PRI para convocar al organismo correspondiente y escoger la nueva directiva, bajo la supervisión y fiscalización de la JCE, prefirió abandonarlo a su suerte, ordenándole simplemente a las partes, celebrar una convención conforme a los estatutos. La ineficacia de la sentencia es tal que, doce meses después de haber sido evacuada, ese partido se encuentra sumido en la misma crisis. Sin lugar a dudas, se trató de un desafortunado precedente que legalizó la eternización de las directivas vencidas de los partidos, cuando sus presidentes tienen el control de los organismos facultados para convocar los eventos eleccionarios. ej.olivares@hotmail.com

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