Dios quiera que no

A pesar de continuos fracasos de gobiernos que aplican crasas recetas neoliberales basadas en el imposible de  enseñar al burro a no comer o de imponer la máxima de que quien no pueda estar vivo debe morirse, las convulsionadas  crisis políticas, económicas y sociales se  expanden y se agravan  como una gran pandemia en América Latina.

No termina de contarse la trágica historia de una nación del continente sumida en crisis de gobernanza e institucionalidad, cuando otra comienza a convulsionar y una tercera presenta  síntomas inequívocos de  contagio, como si todo esto  formara parte de alguna maldición divina.

La economía del continente ha colapsado, al caer  los indicadores  de Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Colombia, Venezuela, Perú y Centroamérica, con Republica Dominicana, Panamá y algunas  islas del Caribe como excepción de la regla que signa el desastre.

Durante decenios se promovió a Chile como el paradigma de crecimiento económico, estabilidad política y desarrollo  social en  la región, pero también  como la niña bonita que exhibía las bondades del más ortodoxo modelo neoliberal, historia que llegó a su fin hace más de 40 días cuando los chilenos confrontaron al monstruo de la inequidad.

Brasil llegó a encabezar la lista de economías emergentes o países con un rápido crecimiento económico, proceso de industrialización e internacionalización, aunque renta per cápita baja, pero un presidente neoliberal está más interesado en  que se apruebe una ley que exima al ejercito de responsabilidad penal para ejercer la fuerza contra las protestas populares manifestaciones.

En Colombia, un presidente de extrema derecha malogro el proceso de dialogo con la guerrilla de las Farc, que habría puesto fin a más de  cincuenta años de guerra irregular. Hoy manifestaciones en todo  el país lo obligan a impulsar una mentada conversación nacional.

Venezuela padece un crecimiento negativo  de un 40%,  por lo que  los  ciudadanos de una nación rica,  con la reserva  petrolera más  grande del mundo, sufren tanto como  los de  algún país  de África o Medio Oriente sumidos en  guerra civil o tribal.

Las agencias internacionales de noticias no refieren que las crisis políticas en Ecuador y Bolivia  han estado matizadas por  rebrotes de  discriminación contra  comunidades indígenas, que  fueron incorporados a la  civilidad por  gobiernos progresistas.

No se exagera  si se dice y se repite que, después de los resultados electorales en Uruguay, Republica Dominicana constituye el último bastión en América regido por un gobierno progresista inmune a la de la peste del neoliberalismo y de la extrema derecha política.

Aun así, prevalece el temor de que por múltiples razones coyunturales, incluido la división del PLD, aquí se intente, con la manipulación de las  elecciones  del 2020, un brusco viraje a la derecha y a la instalación de un tipo de capitalismo salvaje como lo describió el fenecido papa Juan Pablo Segundo. Dios quiera que no.

sp-am

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