De la «cuestión judía» a la «cuestión palestina» 

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El autor es comunicador. Reside en Nueva York

POR LUIS M. GUZMAN

El concepto de «cuestión judía» surgió en el siglo XIX en Europa, usado para describir la dificultad de integrar a las comunidades judías. En el Tercer Reich, este término adquirió una connotación genocida, culminando en la ‘Solución Final’, el exterminio sistemático de seis millones de judíos.

«La cuestión palestina» aparece en la narrativa israelí para describir el problema de coexistencia con los árabes palestinos tras 1948. Desde entonces, Israel ha adoptado políticas que, según la ONU (Resolución 242, 1967), violan principios básicos del derecho internacional.

Ambas cuestiones parten de una lógica similar, definir al otro como amenaza existencial. Para los nazis, los judíos eran el «enemigo interno»; para sectores israelíes, los palestinos representan una «bomba demográfica» que compromete el carácter judío del Estado.

Estas percepciones han justificado políticas que van más allá de la autodefensa, transformándose en mecanismos sistemáticos de exclusión. En la Alemania nazi, las Leyes de Núremberg (1935) eliminaron derechos ciudadanos y confinaron a los judíos en guetos.

En Cisjordania, Israel impone un sistema dual, ley civil para colonos y ley militar para palestinos, documentado por Human Rights Watch (2021) como apartheid.

Estos esquemas legales no son meras coincidencias, sino reflejos de una estructura diseñada para despojar a un grupo de derechos fundamentales. El Holocausto industrializó el exterminio, mientras que Israel no aplica un genocidio masivo planificado, pero mantiene políticas calificadas por la ONU y la CPI como «posible limpieza étnica» desplazamientos forzados, demoliciones y expansión de asentamientos ilegales (Resolución ONU 2334, 2016).

Ambos modelos muestran cómo las narrativas oficiales pueden legitimar la violencia estructural y el desplazamiento masivo.

Catástrofes

En la actualidad, la situación en Gaza ha alcanzado proporciones catastróficas. Los constantes bombardeos han provocado la muerte de decenas de miles de civiles, muchos de ellos mujeres y niños. La infraestructura ha sido devastada: los 46 hospitales que operaban en la Franja han sido destruidos total o parcialmente, y cientos de escuelas, refugios y centros de distribución de ayuda humanitaria también han sido blanco de ataques.

A esto se suma el bloqueo total de alimentos, agua potable, medicinas y combustible, causando una crisis humanitaria sin precedentes, donde la hambruna y la sed se convierten en armas silenciosas de guerra.

Testimonios y evidencias documentan ataques directos contra civiles que hacían fila por comida o huían en campos de refugiados, incluyendo niños. Esta tragedia, denunciada por múltiples organismos internacionales como crimen de guerra, constituye uno de los elementos más brutales de una política de exclusión que perpetúa el sufrimiento palestino como parte de una estrategia sistemática de desposesión.

Gaza, bajo bloqueo desde 2007, es descrita por la ONU como «el mayor campo de prisioneros a cielo abierto». Esto evoca los guetos europeos, donde el aislamiento económico y la falta de movilidad eran mecanismos de control total.

La vida cotidiana se reduce a la supervivencia, una estrategia que busca quebrar la cohesión social palestina y perpetuar la dependencia. El discurso mediático en ambos casos refuerza la deshumanización.

La propaganda nazi presentaba a los judíos como «parásitos», mientras que líderes israelíes han calificado a Gaza como «nido de serpientes», justificando ataques indiscriminados que Amnistía Internacional considera desproporcionados. Este tipo de lenguaje crea una mentalidad que normaliza la violencia contra civiles.

El paralelismo se extiende al uso del derecho como herramienta opresiva. Los nazis legalizaron la exclusión; Israel institucionaliza la desigualdad mediante permisos restrictivos, zonificación y el muro de separación declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia (2004).

En ambos contextos, la ley se convierte en instrumento para legitimar el apartheid y consolidar la fragmentación territorial. La «Solución Final» buscó exterminio total; Israel busca control territorial y expulsión gradual.

Sin embargo, ambos modelos comparten la lógica de excluir y segregar a un grupo considerado incompatible con el proyecto nacional.

Esta comparación invita a reflexionar sobre los riesgos de naturalizar estas políticas bajo el pretexto de la seguridad nacional. Académicos Iraelitas como Ilan Pappé señalan que la Nakba de 1948 fue un acto fundacional de limpieza étnica, mientras que Norman Finkelstein advierte sobre el uso del Holocausto para silenciar críticas legítimas contra las políticas israelíes.

El debate académico subraya la urgencia de mirar estos patrones históricos con honestidad crítica y sin tabúes políticos.

El impacto internacional también muestra similitudes. La inacción global frente a las primeras señales del Holocausto encuentra eco en la tibieza actual ante crímenes denunciados en Palestina, donde más de 40 vetos estadounidenses han bloqueado resoluciones del Consejo de Seguridad.

Esto plantea una pregunta inquietante: ¿ha aprendido realmente la humanidad las lecciones del siglo XX? No estamos ante un Holocausto como tal, pero la estructura de exclusión hacia los palestinos reproduce patrones históricos de discriminación sistemática. Ignorar los paralelismos es cerrar los ojos a los mecanismos que, en el pasado, condujeron al horror.

La historia no se repite de forma idéntica, pero rima, y hoy sus ecos resuenan con fuerza en el corazón del conflicto palestino-israelí. Una Infografía Comparativa en Línea de Tiempo Histórica, muestra que Israel ha sido objeto de un número considerable de condenas y resoluciones por parte de Naciones Unidas, muchas de las cuales han sido infringidas o incumplidas sistemáticamente desde la creación del Estado israelí en 1948.

Cuántas resoluciones de la ONU ha violado o ignorado Israel? Hasta 2013, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU (UNHRC) adoptó unas 45 resoluciones críticas contra Israel.

Entre 2006 y 2024, el UNHRC adoptó 108 resoluciones, mientras que la Asamblea General (UNGA) emitió 154 resoluciones sobre Israel, en comparación con 71 dirigidas al resto del mundo en ese período.

Según análisis de 2002, Israel había evadido el cumplimiento de más de 90 resoluciones del Consejo de Seguridad (UNSC), especialmente relacionadas con la ocupación tras 1967. Incluso en tiempos recientes, Israel ha ignorado más de dos docenas de resoluciones relativas a los territorios ocupados desde 1967, particularmente aquellas que rechazan la expansión de colonias ilegales.

La Asamblea General de la ONU también ha emitido una cantidad récord de condenas específicas contra Israel, especialmente entre 2012 y 2016, cuando más del 85 % de las resoluciones dirigidas a un país se centraron en Israel.

Más de 90 resoluciones del Consejo de Seguridad y del Consejo de Derechos Humanos fueron incumplidas. Más de 150 resoluciones de la Asamblea General también fueron ignoradas o desestimadas.

Organismos como la Corte Internacional de Justicia, Amnistía Internacional y Human Rights Watch han calificado muchas de estas políticas como violaciones del derecho internacional humanitario.

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Adolfo Dom
Adolfo Dom
4 meses hace

Su es un genocidio brutal perfectamente planeado que incluya la desaparición de la cultura Palestina. Y con el.apyo de las potenciad occidentales. Cómplices.

Miguel Esp
Miguel Esp
4 meses hace

Es simple. Esto es un genocidio…