Cuando el miedo manda

El miedo es  un animal perverso. Se instala en las venas y hace perder hasta la condición humana. 

Tragamos nuestras réplicas por temor  a alejar simpatías, amigos,  empleo, la oportunidad de obtener un favor o incluso, un servicio en una dependencia estatal que está obligada a proporcionarlo.

Ante  la nefasta posibilidad de reprobar  materias, de no lograr un propósito que está al alcance de la mano, aguantamos estoicos, silentes, todo tipo de injusticias, de maltrato de gente a la que no hemos dado motivo. 

Nos enajenamos aun cuando sabemos que tenemos razón.

No se nos ocurre pensar en los  derechos inalienables como el respeto a la dignidad. 

Por ese desconocimiento o ese pavor que nos atrofia  evitamos acudir a instancias obligadas a escuchar nuestra voz.  Amilanados aceptamos los atropellos como buenos  y  válidos, con excusas que no nos convencen.

Por complacencia callamos aunque no estemos de acuerdo con  imposiciones que creemos absurdas.

 Por temor a caer en listas negras de iglesias y  organizaciones de la sociedad civil guardamos silencio o peor,  nuestros planteamientos en privados son distintos a los públicos.

Por no parecer desfasados o libertinos aceptamos situaciones con las que no estamos de acuerdo y dejamos que se imponga en nuestras vidas un sistema de cosas que no nos convence y en cambio, sí nos angustia.

Por no querer o no poder decir no o sí en momentos decisivos, renunciamos a oportunidades vitales y al honor de ser útiles a causas que nos motivan.

Cuánta gente vive amargada, anclada a lo que pudo haber sido y por miedo no fue. Arrepentida más por las cosas que no tuvo el valor  de hacer que por las que hizo.

El miedo es esa fina capa de sellante que nos mantiene pegados a un empleo que nos denigra, a una relación que nos marca de manera atroz, a decisiones forzadas, a profesores que se regodean en el maltrato a sus estudiantes y pasan de generación en generación como los temibles de esta pesadilla recurrente.

Es esa pesada cadena, ese grillete enorme que nos inmoviliza y forma secuencias de alienados que en idéntico ritmo pasa y a veces solo ve pasar por una vida opaca, insípida. Si es que esa caja de angustias es vida.

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