Crítica de cine: «The Favourite»

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El cine de Yorgos Lanthimos es uno que, en los últimos años, se ha convertido en la panacea de los festivales internacionales de cine, ganándose una manada de seguidores que ya lo consideran como el nuevo profeta de la vanguardia cinematográfica. Se caracteriza por estampar, con temas perversos y un humor negro, la posición actual del hombre en una sociedad posmoderna que le ha arrebatado la naturaleza. Suele estar habitado por personajes raros e inexpresivos que solo tienen tiempo para lo retorcido, lo rupturista, lo deshumanizante, en películas que poseen cierta originalidad, pero que también son cuantiosamente plúmbeos por la abundancia de exposición calculada. Y me importa muy poco. Casi nunca me identificaba con su estilo. Encuentro terriblemente soporíferas películas como «Kynodontas», «Alpeis», «The Lobster«, «The Killing of a Sacred Deer», hasta al punto de que había perdido el interés por su excéntrico universo.

No obstante, la cosa ha cambiado con «The Favourite», la más reciente película de este director que me ha devuelto la esperanza por su cine, trabajo que marca la tercera vez que atraviesa los terrenos de producción anglosajones. El guion lo ha escrito Deborah Davis y Tony McNamara, quienes reemplazan al coguionista habitual de Lanthimos, Efthymis Filippou. Y el resultado es grandioso. Tiene un arranque prometedor que siempre conserva el ritmo. Me ha dejado anonadado con el barroquismo visual que atestiguo en su puesta en escena y en unas actuaciones magistrales de Rachel Weisz, Emma Stone y, muy especialmente, Olivia Colman como la reina Ana. Hay celos, traición, intimismo. Las situaciones de las protagonistas son provocativas, el juego de obsesión y poder es retorcido, el retrato de las tres edades de la mujer es sofisticado cuando recurre al humor más absurdo para dibujar las idiosincrasias de unos aristócratas que han olvidado su condición humana.

La película está ambientada en Inglaterra en el siglo XVIII y relata la historia de la reina Ana (Olivia Colman) y una mujer que es como su mano derecha, Lady Sarah (Rachel Weisz), la duquesa de Marlborough. O sea, la favorita. Y para la reina Ana es un momento difícil. A pesar de su estado de salud delicado, Ana debe lidiar con los asuntos políticos para liderar a su país en medio de la guerra contra Francia. Pero la realidad es que Ana no hace nada. Las decisiones estatales las toma Lady Marlborough, quien aprovecha el carácter inestable de la monarca y su estrecha relación con ella para hacer lo que se le antoje. Las circunstancias se complican cuando llega al palacio la nueva sirvienta y prima de Lady Marlborough, Abigaíl (Emma Stone), que trata de desestabilizar el vínculo íntimo entre Lady Marlborough y la reina Ana para convertirse en la nueva favorita y así lograr salir de la miseria.

Estas tres mujeres simbolizan la inconformidad, la manipulación y la venganza, amplificado por el choque de personalidades que prevalece entre la reina y sus cortesanas. La reina Ana, interpretada por una brillante Olivia Colman, representa la efigie de una mujer insegura, ciclotímica y petulante que siente una necesidad de afecto para cubrir las pérdidas del pasado (sus hijos son figurados como conejos) y escapar de las presiones políticas del presente, refugio que consigue al mantener una relación sexual y de amistad con la posesiva Lady Marlborough y que, asimismo, sirve para ocultar las garras de una autoridad invisible que la mantiene al tanto de todo. Igual sucede con la dominante Lady Marlborough (una inmensa Rachel Weisz) cuando descarga su verborrea manipulativa con la reina, o cuando manifiesta envidia y una rabia soterrada hacia su rival Abigail en un declive emocional que agrieta su frialdad y su desesperación. La habilidosa Abigail, que pasa de ser una vulnerable sirvienta a una villana de tiempo completo, es la malcriada que utiliza el engaño para salvarse una marginación segura, desequilibrar la unión entre la reina Ana y Lady Marlborough y garantizar su regreso a la aristocracia, aunque se da cuenta, casi en el clímax, de que su influencia pertenece a un círculo de sumisión del que no puede desertar.

Lanthimos encuadra la vida cotidiana desde la perspectiva de unas damas que emplean el patetismo para disputarse por las diversas variantes del poder. Y su discurso me cautiva. En su diatriba moral sobre la feminidad y la codicia, cincela a los hombres como unos inútiles para robustecer a tres mujeres fuertes que pueden afrontar las decisiones laminadas en la política de un país sanguinolento. Ilustra que Ana, Sarah y Abigail, al igual que muchas mujeres poderosas a lo largo de la historia (también en la contemporaneidad), pueden ser tan crueles, avariciosas y esperpénticas como los hombres y no necesitan de la presencia masculina para emanciparse de las etiquetas sociales, de un sacrificio ocasionado por las contrariedades de las esferas sociales más elevadas y de una vorágine pasional que va más allá de las libertades sexuales y el objeto del deseo. Detrás de la crueldad satirizada también se hallan mujeres atormentadas por la pérdida de los hijos y la vacuidad desatada por las banalidades palaciegas, las que venden la dignidad para evadir el fango y la pobreza, las que compiten a toda costa por un interés desmedido y estatus social, tal y como hacen Sarah y Abigail para encajar en el círculo más cercano de la reina.

La película construye un mosaico majestuoso que honra la cotidianidad de la realeza en un período particular de la historia británica, rodado con un precioso estilo barroco que enamora mis retinas y me produce una sensación de catarsis cuando Lanthimos, con el primer plano, el contrapicado y la recurrencia del gran plano general, a veces encuadrados con las lentes ojos de pez, destaca la atmósfera claustrofóbica que describe las intensas emociones de las protagonistas. Me pasea por aposentos enormes en los que los personajes visten del vestuario sublime de Sandy Powell (casi siempre blanco y negro) para adornar los claroscuros de lo que piensan, iluminados de día por una luz natural que entra por las ventanas y de noche a merced de unos candelabros que crean una intimidad cercana a los lienzos de De La Tour o a la belleza de «Barry Lyndon« (1975), de Kubrick. La música también suscita clasicismo para mis oídos. Es un drama de época de prodigiosa envergadura formal, la cinta más imponente de la filmografía del director griego.

Ficha técnica

Año: 2018

Duración: 1 hr 59 min

País: Reino Unido, Estados Unidos

Director: Yorgos Lanthimos

Guion: Deborah Davis, Tony McNamara

Fotografía: Robbie Ryan

Reparto: Olivia Colman,  Emma Stone,  Rachel Weisz,  Nicholas Hoult,  Joe Alwyn,

Calificación: 8/10

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