Crítica de cine: «Suspiria»

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Imagino que soy de los pocos cinéfilos que consideran a «Suspiria», la película de terror giallo de Dario Argento, una cinta sin muchas luces. O mejor dicho mediocre. Cuando la vi, por primera y única vez, no sentí casi nada viendo a Jessica Harper arrinconada en un manicomio de brujas disfrazado de colegio de ballet. Notaba irregularidad en los artificios. La narrativa era frágil. Con frecuencia bostezaba. Pero reconocía al instante esa estética vistosa en la que los intensos colores y planos atrevidos adornaban el itinerario infernal de la protagonista. Hoy en día la he olvidado. Pero como la historia se repite, me ha tocado ver una nueva versión de «Suspiria» que dirige el director italiano Luca Guadagnino («I Am Love», «A Bigger Splash«, «Call Me By Your Name«). Este señor, que para algunos ha cometido una osadía al rehacer el clásico italiano (a mí me da igual), a mi modo de verlo, erige algo muy diferente al filme de Argento de 1977.

Guadagnino me muestra una película que se ve muy atmosférica cuando aprieta las teclas más oscuras del terror psicológico, con identidad estilística, muy alejada del ligero clásico de Argento. Ofrece un profundo discurso sobre los sacrificios de la maternidad y la emancipación de la mujer que va más allá de cualquier bifurcación ideológica. Posee un misterio que comienza a despertar mi morbo con el argumento de estas mujeres que danzan al ritmo de unas institutrices muy siniestras. Veo cosas espantosas como bailes que quebrantan los huesos de algunas bailarinas ingenuas, también deseos sexuales reprimidos, erotismo, frustraciones, manipulación y un elaborado culto de lo macabro en el que la sangre sobra para llenar un río en los tiempos de sequía. No obstante, me quedo con una cara de piedra cuando soy testigo ocular de su narración. Y permanezco impávido con las acciones de las protagonistas que son atormentadas por el horror, hasta que el clímax me suscita moderadas emociones.

La historia de la película nos traslada al Berlín Occidental en el año 1977 para conocer a una bailarina de nombre Susie Bannion (Dakota Johnson). Susie es una joven estadounidense que ha viajado a Alemania con el fin de cursar los estudios de danza en una escuela para chicas que es muy prestigiosa. Logra entrar, a pesar de no tener entrenamiento previo. Allí conoce a la institutriz principal, Madame Blanc (Tilda Swinton), una profesora que demanda lo mejor de las alumnas y que reconoce al instante el talento natural que tiene Susie. Pero Susie desconoce que se ha metido, lentamente, en el hoyo del diablo. El mismo día que ingresa a la academia una antigua estudiante, Patricia Hingle (Chloe Grace Moretz), es asesinada. El incidente despierta las dudas de algunas discípulas que sospechan que algo aterrador sucede en el recinto, incluyendo la posibilidad de aquelarres horrendos, matronas con poderes sobrenaturales que buscan imponer su autoridad ante cualquiera que desobedezca y brujas que por vanidad desean hechizar a las jóvenes para rejuvenecerse.

Guadagnino deja claro, desde el principio, que el universo de la película está habitado por mujeres. Relega el rol del hombre a un segundo plano para agudizar lecturas discursivas que tienen un carácter feminista. Empleando metáforas sobre las tres edades de la mujer (joven, adulta y anciana), revela que la mujer contemporánea se ha independizado de todas las artimañas de la política de género patriarcal y de los estereotipos más conservadores. El arte de la danza es el medio que la libera de esas ataduras políticas (representada por la división interna entre Madre Markos y Madame Blanc), de los tabúes de la sexualidad y de la compleja naturaleza del cuerpo femenino. Están encerradas en su propio mundo (la academia) que es, a la vez, un simbolismo muy articulado de la propia lucha interna de la mujer dentro de su organismo, lugar donde reside su máximo poder, que es el de engendrar la vida. De las entrañas de este “vientre” ensangrentado por el ritual de la danza del nacimiento, es engendrada la nueva Susie como la madre compasiva, que es, prácticamente, su destino: abandonar el estado embrionario de la juventud para madurar y asumir de nuevo las circunstancias del “matriarcado”. El color rojizo representa la sangre de su sacrificio. La catarsis es su liberación. El arte y el poder de la mujer se hallan en su vientre. Toda la travesía de Susie se convierte en una síntesis muy alegórica sobre el significado de la maternidad.

El desacierto de la película, sin embargo, radica en la manera tan trillada en que Guadagnino presenta las marañas narrativas de las protagonistas y en una estética gótica que me aburre. Las secuencias de baile me dejan indiferente. No me sirve de nada su tesis sobre la compasión, la feminidad y la puericultura. Solo me emociona la secuencia climática en la que Susie, acompañada de su amada Madame Blanc y de muchas mujeres desnudas, se ofrece en carne y alma para destronar a la Madre Markos y dejar ver su verdadera identidad como Madre Suspiriorum, consolidando todo a su estado natural de ecuanimidad. La violencia es sumamente realista. Distingo cierta plasticidad en las imágenes, pero también poca sustancia y un metraje demasiado extenso. Por lo menos, la brillante banda sonora de Thom Yorke me ayuda a olvidar el resultado.

Ficha técnica

Año: 2018

Duración: 2 hr 32 min

País: Italia

Director: Luca Guadagnino

Guion: Dave Kajganich

Música: Thom Yorke

Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom

Reparto: Dakota Johnson,  Tilda Swinton,  Chloë Grace Moretz,  Mia Goth,  Jessica Harper

Calificación: 6/10

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