Contra muertos y vivos: Realidad de los cementerios en RD (Opinión)
Por PEDRO JOAQUIN AGUIAR
“Que descanse en paz” es una expresión universalmente conocida. Aparece en lápidas de casi todos los cementerios del mundo, sin importar la cultura o el idioma. La razón resulta más que obvia, ¿qué otra frase podría encerrar un significado más apropiado para un ser querido que ha muerto? La paz es un anhelo que la mayoría de los vivos tienen, pero que los muertos sin duda merecen. Porque no hay nada más que hacer con un fallecido que disponer de sus restos con dignidad y decoro. Es lo que demandan los códigos morales del mundo y las sociedades a las que representan.
Sin embargo, todo lo contrario a lo expresado anteriormente es lo que se constituye en la triste y espeluznante realidad de los cementerios públicos dominicanos. Abandono, vandalismo y desidia son tres de las palabras que mejor podrían describir el estado actual de los camposantos públicos. En algunos de estos cementerios hasta el 90 % de las tumbas ya han sido profanadas; muchas de ellas hasta docenas de veces. Estos saqueos suelen incluir despojar a los muertos de sus ataúdes, para dejar sus restos tirados en el suelo. En muchos otros casos los panteones son vilmente destruidos para robar las varillas y otros metales que luego han de ser vendidos por precios miserables. Otros macabros propósitos suelen ser el robo de puertas y manubrios de los panteones, así como floreros, velones o cualquier otra forma de tributo que los seres queridos hacen a sus muertos.
Y como si esto no fuera ya demasiado, los cementerios públicos también suelen ser de los escenarios preferidos de los delincuentes y desaprensivos para desmantelar vehículos robados, traficar y vender drogas, prostituirse y todo tipo de prácticas deleznables que no sólo mancillan la memoria de los difuntos que allí reposan, sino que también se constituyen en una muestra fehaciente de la descomposición social que nos arrastra al borde de la barbarie.
Una vez alguien dijo que las sociedades que no respetan a sus muertos menos lo hacen con sus vivos. Y es que quienes son capaces de deshonrar a los que no pueden defenderse o quejarse, como los difuntos, no pueden tener respeto por ningún tipo de ley o norma social.
Por eso, aunque parezca paradójico, algunas entidades que realizan estudios para medir la calidad de vida en los países, incluyen la forma en que son tratados los fenecidos como un indicador de importancia. Y esto porque los servicios de cementerios forman parte importante de la vida de los sobrevivientes que sepultan a sus seres queridos.
Para entenderlo sólo hay que imaginar la incertidumbre que vive una persona al no poder visitar con tranquilidad a su ser querido en un cementerio por miedo a ser asaltado en ese lugar que se supone debe ser sinónimo de paz y sosiego. O el caso de quien se angustia por no poder dejar una ofrenda floral o unos velones, por estar convencido de que serán robados al poco tiempo de que deje el cementerio. O aún peor, el caso de quienes cuando vuelven a visitar a su ser querido se encuentran con la desgarradora escena de que su tumba ha sido profanada y objeto del vandalism.
Estos temores y angustias han llevado a los parientes que tienen que sepultar a sus seres queridos a tomar medidas extremas que rayan con lo inaudito. Aún recuerdo con dolor la escena de un niño que trataba de evitar, desesperado, que siguieran martillando el féretro de su abuelo. Su mente infantil no podía entender cómo un acto violento de esa naturaleza era llevado a cabo con la intención de evitar que los restos de su querido abuelo fueran indignamente vejados por delincuentes insensibles y desalmados.
En algunos casos, como en aquellos en que los féretros son de metal, ni aún la práctica de los martillazos evita que los carroñeros delincuentes profanen las tumbas para despojar al fenecido de su ataúd, y luego vender el metal por libras en una acción que bien parece sacada de una película de horror.
Todos aquellos que hemos perdido a un ser querido sabemos el dolor, sufrimiento y consternación que acompañan a dicha pérdida. A veces los amargos efectos del duelo se extienden por meses o años. Es injusto e inhumano sumarle a esta aflicción la angustia por el temor, que en este caso es casi certeza, de que los restos de tu ser querido serán infamemente profanados.
La desgarradora situación de los cementerios públicos dominicanos no ha cambiado a pesar de las múltiples denuncias, publicaciones y reportajes que describen su dantesca y deplorable condición.
No es para nada exagerado el asegurar que la impotencia y angustia que se siente al tener que depender de estos cementerios públicos es un verdadero tormento para los muertos y vivos.