Conflicto que sacude al mundo
POR LUIS M. GUZMAN
El conflicto entre Israel e Irán ha escalado dentro de una mezcla explosiva de ideología, religión e intereses geopolíticos. Israel justifica sus acciones como defensa anticipada ante amenazas existenciales, mientras Irán defiende su soberanía y denuncia provocaciones.
Ambos países han tejido narrativas fuertes que buscan legitimar sus actos ante el mundo. La comunidad internacional observa, muchas veces impotente, cómo el equilibrio se desestabiliza cada vez más.
China ha condenado los ataques israelíes, llamándolos violaciones del derecho internacional. Ha reafirmado su respaldo diplomático a Irán y ofrecido mediación.
Estados Unidos ha mostrado una postura ambigua, apoya militar y diplomáticamente a Israel, mientras llama a la contención. Ese doble estándar ha generado críticas internacionales, que ven en Washington un aliado parcial más que un mediador confiable.
El uso político de la religión agrava el conflicto. Sectores del sionismo religioso consideran que recuperar toda la ‘tierra prometida’ es clave para la venida del Mesías.
La situación humanitaria es alarmante. Gaza, Líbano y Siria han sufrido bombardeos constantes. Miles de civiles, en su mayoría niños y mujeres, han muerto.
Si Estados Unidos entra…
Una guerra total cambiaría todo. Si Estados Unidos entra en el conflicto, Irán y sus aliados responderán en múltiples frentes. Las bases norteamericanas en Medio Oriente serían blanco inmediato. Israel quedaría rodeado por milicias armadas.
IMPACTO
El impacto económico sería catastrófico. El estrecho de Ormuz, crucial para el transporte de petróleo, podría cerrarse. Esto dispararía los precios globales de la energía y provocaría inflación severa.
Las economías en desarrollo serían las más afectadas, aunque ni Europa ni Estados Unidos escaparían del impacto. La estabilidad de mercados y cadenas de suministro quedaría comprometida.
Un conflicto prolongado podría provocar una recesión global, con consecuencias impredecibles incluso para potencias ajenas al conflicto armado.
La ONU se ha mostrado débil. Resoluciones sin peso, vetos cruzados y falta de acción han dejado a la diplomacia en un segundo plano. La legalidad internacional parece desvanecerse ante la ley del más fuerte.
El sistema multilateral, forjado tras la Segunda Guerra Mundial, está en crisis profunda. Si fracasa en impedir esta guerra, quedará demostrado que ha perdido toda capacidad de contener conflictos. Eso abriría la puerta a una era de guerras preventivas, sin reglas claras ni mediación efectiva.
La opinión pública global comienza a despertar. En Europa, América y Asia, miles marchan por la paz y la justicia. No se niega el derecho de Israel a existir, pero se exige que respete los derechos de otros pueblos.
Cada vez más voces claman por equidad, por el fin de los abusos y el respeto al derecho internacional. Esta presión social podría transformar la política si logra romper la apatía de los líderes. Es el momento de que las conciencias actúen donde las diplomacias fallan. La moral internacional debe ser restaurada.
El aspecto espiritual es ineludible. Si Dios está en el centro de estos relatos, entonces no puede ser usado para justificar genocidios. La Biblia llama a la justicia, no a la destrucción.
Manipular la fe para hacer guerra es traicionar el mensaje sagrado. El pueblo de Dios debe ser testimonio de amor, no de exterminio. Si las Escrituras inspiran violencia, entonces se están interpretando mal. La espiritualidad auténtica es incompatible con la opresión y la colonización. Es hora de recuperar su verdadera esencia.
Los hechos desmontan la narrativa dominante. Irán no ha atacado a ningún país en las últimas décadas. Israel ha intervenido militarmente más de 200 veces. Irán permite inspecciones nucleares, Israel las niega y ni siquiera reconoce su arsenal.
Esta doble moral expone una verdad incómoda: el poder no está vinculado a la justicia. Occidente exige transparencia a unos y protege el secretismo de otros. Esa hipocresía mina el derecho internacional y justifica represalias que podrían haberse evitado con imparcialidad y coherencia diplomática.
El futuro está en juego. Si se impone la fuerza, el mundo vivirá una nueva era de guerras interminables. Si prevalece la diplomacia, aún hay esperanza.
La humanidad debe elegir entre el miedo o la razón, entre la destrucción o la reconstrucción. El mundo no necesita más Mesías armados, sino líderes sabios.
La paz no es utopía, es urgencia. Y la fe, si es verdadera, debe guiar hacia la vida, no hacia la muerte. Todavía podemos evitar la catástrofe, pero para eso debemos despertar antes de que el apocalipsis deje de ser simbólico y se vuelva real.
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