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Como para ir al infierno
De la misma manera en la que está prohibido que los usuarios escuchen música sin auriculares en el Metro de Santo Domingo, de esa misma forma deben estar prohibidas las prédicas a viva voz con las que los religiosos pretenden ganar adeptos.
Imponer a un colectivo las preferencias individuales, sean del tipo que sean, es una desconsideración hasta a la libertad de pensamiento.
Este es un tema controversial. Estoy consciente, porque el fanatismo lleva a esos predicadores a los insultos y a las amenazas con castigos eternos.
Son las mismas armas que usan para amedrentar a los que no comulgan con sus doctrinas y las que provocan pesadillas a los niños cuyo comportamiento es definido pecaminoso.
El asunto no es restringido a ese medio de transporte. No. Las calles, igual son tomadas por fieles con megáfonos, que las recorren para anunciar que el fin del mundo ya está muy cerca.
Otros lo hacen de un modo más cómodo, en vehículos con altoparlantes, y si la cantidad de seguidores es proporcional al ruido que provocan, entonces sus iglesias (en las que suele haber mucha bulla, para mal de los vecinos) estarán repletas.
Por suerte, no todos son así. Cristianos de distintas denominaciones y miembros de otras religiones dan fe.
En las estaciones del mismo Metro, jóvenes y adultos atienden escaparates con revistas para que los que deseen tomen un ejemplar o apostada en cualquier acera, gente muy amable entrega tratados a los transeúntes.
En alguna calle de la Ciudad Colonial es probable encontrar una tarde de domingo a budistas que luego de danzar reparten dulces y continúan su marcha sin detenerse a responder los improperios que el predicador les grita lo más alto que puede, porque son de Satanás.
jpm
