Colombia en su ordalía de polarización

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El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo

El atentado criminal contra el joven precandidato presidencial colombiano Miguel Uribe Turbay, prometedor dirigente del partido Centro Democrático (derecha radical uribista), es un hórrido recordatorio de que, a despecho de la sensación de civilidad que produce la estabilidad democrática, la sinrazón derivada de la polarización política todavía puede asumir caracteres barbáricos.

Al momento en que se escriben estas glosas no se conocen las motivaciones del deleznable hecho de sangre (ejecutado por un sicario adolescente de 14 años con perfil de sociópata que al ser capturado dijo que lo hizo “por plata” a solicitud de alguien del microtráfico de drogas, y se ofreció a dar “los números”), pero aún en el caso de que se comprobase que sus impulsos fuesen meramente personales queda patente una realidad de fondo: en la hermana tierra sudamericana hay una peligrosa crispación política que, acunada en una polarización social delirante, pudiese causar serios trastornos al ordenamiento democrático.

(Colombia es uno de los países de América en los que la confrontación entre liberales -en general, populistas, reformistas y laicos- y conservadores -en general, jerárquicos, tradicionalistas y cristianos militantes- tuvo históricamente mayor definición ideológica y más radicalismo, acaso por su abismal diversidad geográfica, sus grandes desigualdades sociales y su profunda religiosidad, y pese que los partidos históricamente representativos de esas corrientes carecen actualmente de fortaleza, las matrices de sus discursos y programas todavía dominan buena parte del debate político).

El fenómeno de la victimización homicida de figuras políticas, por desgracia, no es nuevo en Colombia: recuérdese, solo como ejemplos al respecto, el asesinato en 1948 de Jorge Eliezer Gaitán, precandidato presidencial del liberalismo de izquierda y tenaz crítico de la oligarquía, que dio origen al “bogotazo”; o el de Luis Carlos Galán en 1989, candidato presidencial del liberalismo centrista y reformador, y enemigo acérrimo de los carteles del narcotráfico.

Si bien entre esos dos asesinatos hubo diferencias de circunstancias (pues uno tuvo causales francamente político-partidarias y el otro fue ejecutado por sicarios al servicio de los narcotraficantes que temían ser extraditados a Estados Unidos ), en el fondo subyace una situación que es repetitiva en la historia colombiana: la tendencia a la división virulenta, cortante y casi irracional de los ciudadanos en dos bandos, una división que muchas veces ha sido política o facciosa, y en otras por temas nodales colocados momentáneamente en la palestra.

El joven senador Uribe Turbay, como ya se ha hecho público, es hijo de Diana Turbay, la abogada y periodista (hija del expresidente liberal de derecha Julio César Turbay Ayala) secuestrada y posteriormente asesinada por narcotraficantes al servicio de Pablo Escobar durante la época de la guerra abierta de estos -a través de la banda patibularia denominada “Los extraditables”- contra el Estado colombiano (1986-1993), y cuyas incidencias reseñó Gabriel García Márquez en su libro “Noticia de un secuestro”.

Uribe Turbay, con raíces familiares en el Partido Liberal y luego de haber militado tanto en éste como en diversas agrupaciones de signo derechista, desde 2021 es parte de la poderosa agrupación del expresidente Álvaro Uribe (una falange neoconservadora beligerante y militarista, de “línea dura”, que es respaldada calurosamente por el alto empresariado y los cristianos fundamentalistas), una situación de itinerancia muy común en Colombia sobre todo a resultas de las cicatrices emocionales que ha dejado la naturaleza tajante y abrumadora de las divisiones políticas o temáticas entre los ciudadanos, y también por las “deudas” de sangre que desgraciadamente pululan en todos los estratos de su sociedad.

(No es ocioso subrayar, haciendo un paréntesis en tal sentido, que la militancia conservadora de los hijos de los liberales es ya casi un lugar común en América Latina: el cambio de las realidades y los paradigmas -incluyendo las comodidades existenciales en que se han desarrollado- los ha conducido a insertarse en el mundo de los intereses económicos y han creado lo suyos, que coliden en aspectos básicos con las ideas y las filiaciones históricas de sus progenitores.

No hay espacio ahora para profundizar en el asunto, pero sí para recordar que antes era al revés: muchos jóvenes de familias acaudaladas, a caballo de ciertos instintos de justicia social o ganados por las prédicas revolucionarias entonces prestigiosas ante la conciencia sensible, terminaban renunciando a su vida privilegiada y se sumaban a los cuestionadores del sistema o del orden social y a las entidades que promovían su transformación en beneficio de los desheredados de la fortuna).

Uribe Turbay se ha caracterizado por ser un opositor frontal del gobierno del presidente Gustavo Petro, y aunque hasta ahora no es un precandidato presidencial con grandes posibilidades de ser seleccionado por su partido, representa un importante sector de las nuevas generaciones de conservadores que nacieron y se formaron tras la ruptura del bipartidismo y postulan una línea de “tierra arrasada” contra los remanentes de las guerrillas y una confrontación sin condicionamientos con las ideas y las apuestas políticas de la izquierda y los moderados de centro.

Uribe Turbay es, pues, valga la insistencia, una joven promesa de la política colombiana con formación de las universidades de Los Andes y Harvard, y está profundamente consustanciado con la derecha “institucional”, es crítico de los acuerdos de paz con los guerrilleros, es defensor de la racionalidad castrense desde la perspectiva de la democracia “fuerte”, y es un adversario abierto y sistemático del presidente Petro y sus políticas populistas de reivindicación social.

Como ya se ha dicho, hasta el momento Uribe Turbay no es un precandidato presidencial importante, pero ahora, tras el atentado en su contra y si sobrevive a las graves heridas que éste la causó, se podría convertir en el nuevo líder y candidato de las fuerzas políticas que adversan al frente progresista que ha servido de soporte al presidente Petro, que hace días andan en busca de una figura fresca y aglutinante en un cáusticos escenario de polarización socio-política.

Por de pronto, desde luego, lo que ahora importa es repudiar enérgicamente el atentado (sin caer en la ridiculez de la derecha decimonónica del continente que ya intenta culpar a Petro, ni tampoco en la de cierta paleoizquierda que ha optado por el silencio indicando indiferencia casi cómplice), desearle pronta y total recuperación al joven legislador, e insistir en que es una aberración antidemocrática y criminosa tratar de dirimir las diferencias de opinión o de militancia política con la fuerza bruta, la irracionalidad salvaje o la violencia delincuencial.

(*) El autor es abogado y politólogo. Reside en Santo Domingo.

lrdecampsr@hotmail.com

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Sofie Blac
Sofie Blac
25 dias hace

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Manuel
Manuel
25 dias hace

Luis, muy buen artículo, con pequeños desvíos de la realidad actual y con un final quizás inoportuno cuando habla de ridiculez de la derecha culpar a Petro del atentado a Miguel Uribe, pues, liberarlo de culpa sin una investigación seria también cae en la ridiculez. Ignorar o negar que Colombia está en manos del Hampa, es una mega-ridiculez.