Bolivia y Paraguay enfrentados en El Chaco (2 de 3)

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santo Domingo.

La Guerra del Chaco Boreal empezó, dicho antes, el día 9 de septiembre de 1932. Oficialmente fue declarada el 10 de mayo de 1933 por el Congreso de Paraguay. Las armas cesaron de rugir el 12 de junio de 1935.

Las estadísticas más confiables sobre esa contienda armada registran que en ella murieron más de 70 mil bolivianos y alrededor de 40 mil paraguayos, así como una gran cantidad de heridos de ambas nacionalidades. La sangría comenzó desde la primera batalla entre esos países vecinos, que tuvo como escenario un lugar conocido como Boquerón, en la cual triunfaron los paraguayos.

Allí el general José Félix Estigarribia demostró por primera vez su talante de comandante militar de prestigio superior.  Durante la guerra y después fue muy ensalzado por haber contribuido a elevar el espíritu colectivo del pueblo de Paraguay.

Un detalle a señalar aquí es que el parque militar con que contaban los soldados en ese conflicto armado incluía escopetas con munición de posta, que usaban principalmente los indígenas guaraníes improvisados como combatientes.

Aunque se ha escrito que la discordia de entonces entre Bolivia y Paraguay fue por cuestiones de límites fronterizos, el baremo para saber qué fue lo que en el fondo provocó dicha guerra nunca se ha podido fijar, aunque desde que la misma terminó se han realizado múltiples conversaciones, protocolos sobre colocación de postes de piedra para delimitación geográfica, acuerdos de amistad, tratados de paz, etc.

El 21 de julio de 1938, hace ahora 86 años, se firmó en la capital de Argentina un acuerdo de respeto mutuo entre los países beligerantes. Se decidió que las tres cuartas partes del Chaco Boreal eran de Paraguay y la otra cuarta parte de Bolivia.

Los puntos esenciales del aludido pacto se convirtieron en un mecanismo legal con categoría de Doctrina de alcance internacional con el nombre de su principal gestor, el a la sazón canciller argentino y eminente jurista Carlos Saavedra Lamas.

“La guerra del Chaco ha sido uno de los más tristes episodios de enfrentamientos entre países hermanos en el siglo XX. La historia particular de Bolivia y Paraguay hace que la guerra en cuestión adquiera una dimensión trágica sin ejemplo”.

Así explicó ese hecho sangriento del pasado sudamericano, en la introducción de un ensayo titulado La Guerra del Chaco, un catedrático de Derecho Internacional en la Universidad de la Rioja, Argentina. (In Iure. Revista Científica Semestral. Pp 82-104.Volumen I, 2018. Luis Francisco Asís Dasmaco).

El fracaso de los jefes militares bolivianos 

Todos los altos oficiales militares que dirigieron las tropas bolivianas en los combates de la guerra de El Chaco fracasaron. Los primeros fueron los generales Filiberto Osorio y Carlos Quintanilla y el coronel David Toro, quienes apenas soportaron meses.

A ellos les siguió el general José Leonardo Lanza, cuya dirección operativa de las unidades bélicas se desvaneció en unos sesenta días. Fue sustituido por un curtido militar alemán, nacionalizado boliviano y veterano de la primera guerra mundial, de nombre Hans Anton Kundt, quien más de una vez estuvo al frente del Ejército de ese país del altiplano andino.

A pesar de su fama de entrenador de soldados el general Kundt tuvo una accidentada y desastrosa dirección en el año (entre diciembre de 1932 y ese mismo mes del año siguiente) que estuvo al frente de las tropas bolivianas en la referida conflagración de El Chaco. Hundió las expectativas que sobre sus ejecutorias tenía el presidente Daniel Domingo Salamanca.

Finalmente, durante 18 meses, el general Enrique Peñaranda encabezó a los combatientes bolivianos. A él le tocó hacer la rendición ante Paraguay. Con esa etiqueta de perdedor final está su nombre registrado en la historia de Bolivia.

De Peñaranda se ha escrito que tenía una extraña dualidad: Practicaba lo que se denominó “camaradería de rancho” cuando estaba sosegado, aceptando sugerencias de subalternos y allegados; pero si se hallaba bajo la ira actuaba con “intolerancia cuartelaría”. También se le definió como un hombre “sin carácter ni iniciativa propia” al decir, entre otros, del historiador boliviano Roberto Querejazu Calvo.

jpm/am

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