Adiós a mi padre…
El pasado lunes, mi
padre, Emilio Cruz, dejó este mundo y pasó a otro más espiritual, más cercano a
Dios. Murió a los 101 años, y más que llorarlo, lo celebro, porque tuvo larga
vida; pero además, porque fue el mejor padre del mundo al educarme en valores y
principios. En demasía en dos: trabajo y honestidad.
No nos dejó riquezas
materiales, pues nunca las tuvo; pero nos dejó –a mí y a mis hermanos/as- lo
más preciado para vivir con decor dignidad que siempre prodigó.
En cambio, y en
agradecimiento a su responsabilidad y abnegación, de mi parte, nunca recibió ni
una queja; solo satisfacciones, respeto y amor infinito. Por ello, ante su
muerte, estoy tranquilo, y aunque triste, en paz.
Creo he sido fiel y
digno de su legado (trabajo y honestidad), de sus sacrificios y desvelos. Jamás
le reclamé nada, aún en los momentos más difíciles y precarios…, ya niño, ya
adolescente; y siempre fue mi héroe: el padre más responsable y bienhechor.
¡Que venturoso fui!
Gracias viejo –te las
di en vida-, y ahora, en tu ausencia
física y a la distancia, te las repit ¡gracias!
Y aunque mi Padre
siempre fue un fiel y empedernido amante de la música y el cine mexicano, en
especial de dos de sus ídolos-leyendas: Miguel Aceves Mejía y Antonio Aguilar,
hay en el cancionero popular una canción-himno
(“Homenaje a mi Padre”) que en la voz del cantantazo José Manuel López
Balaguer lo retrata en su reciedumbre. Porque mi Padre era así: una
mezcla-retrato de esa canción-homenaje.
Por ello, para
remembrarlo, he vuelto, en estas horas, a escuchar esa canción y al tararear
sus versos, lo he divisado en su grandeza,
fe inquebrantable y sentido del humor.
Mi Padre, -y como dice
la canción-…: “era un hombre noble…, hoy lo recuerdo y distingo…aunque no le
comprendieron…, su templo era su mundo y su mundo era la tierra, el campo, el
río, las flores, el aire, el sol, los colores…”
¡Que Dios te bendiga,
Papá! ¡Te llevaré siempre conmigo! ¡Descansa en paz!
¡Bendiciones y hasta siempre…!