Abel Martínez: las mujeres también existen
En el 2008 publiqué esta columna que luego fue recogida en el libro “Las Hijas de Nadie”. Siete años después la vida de la mujeres sigue a la espera de que el Congreso se entere de que las mujeres también existen.
Nueve meses entretejiendo sueños.
La doctora de Isaura no entiende el por qué de tantas preguntas sobre su embarazo. Parece un disco rayado. “Doctora, pero mi hijo está bien?” Ya te he dicho, la sonografía salió muy bien. No tienes porque preocuparte. Isaura respira y con su exhalación se va el temor, al menos por unas horas.
La cara de angustia de Antonio, su compañero del trabajo no se la puede quietar de la cabeza. Hace ocho meses su hijo murió al nacer. Marisol, su esposa está desconsolada, no se repone de la pérdida. Todavía la encuentra llorando a su hijo. Fueron nueve meses de mucha ilusión, entretejiendo sueños.
Marisol tuvo un feliz embarazo, sin complicaciones. Con todo el sacrificio que implica para una pareja joven y pobre prepararle una habitación a su primogénito. Cuando dio a luz su bebé murió. Había nacido sin las paredes del estomago, y no podía respirar. Cuando Antonio coincidía con Isaura le preguntaba por el embarazo, y le insistía: “ No te lleves de los médicos, pregunta, pregunta cómo está tu bebé”.
Le apuntó el problema con que nació su hijo, Agenesia Diafragmática bilateral severa. Isaura le lleva el nombre a su doctora y esta le explica: “ Es una alteración embriológica. La ausencia de la cúpula del diafragma, trae como consecuencia que las vísceras abdominales asciendan comprimiendo los pulmones y el corazón”. “¿ Y no se dieron cuanta antes?, Ojalá a mi bebé no le pase”.
Respaldando aquella frase de que La ignorancia es temeraria, afirmó: “si me pasa a mi, mejor perderlo antes, y no esperan que nazca para que muera”. Aunque se hubiesen dado cuenta antes, por ley tienes que continuar con el embarazo hasta que llegue a su término. No puedes desembarazarte antes. En ninguna clínica, ni hospital te van a ayudar a no tenerlo.
Isaura no entendía. “!Es imposible!”, gritaba, con la fuerza de la impotencia. “!Yo me lo saco!” La doctora miró por la ventana. Se perdió entre los flamboyanes, buscaba las palabras que mejor expresaran sus ideas.
Es un problema de las mujeres pobres, las que tiene dinero lo resuelven. Nuestro sistema de salud no puede hacer nada, quisiera ayudarlas, pero nos tienen con las manos atadas. El Congreso no se ha dignado en mirar a las mujeres.
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