Bolivia y Paraguay enfrentados en el chaco (1 de 3)
Varios han sido los conflictos armados entre países de América Latina, desde el lado del Río Bravo que arranca en los territorios mexicanos de Chihuahua, Coahuila, Nuevo México y Tamaulipas hasta Tierra del Fuego en Argentina, así como los diversos archipiélagos de esta parte del mundo.
Una de esas guerras entre pueblos vecinos fue la del Chaco, la cual se extendió por casi tres años (del 9-sept-1932 al 12 de junio de 1935), librada entre Bolivia y Paraguay.
Se hizo lastimosamente echando de lado una de las ideas centrales (un mito más) de Simón Bolívar sobre la importancia de la unidad latinoamericana. Tal vez concebida en una de las hamacas donde descansaba y dormía cuando se lo permitía el batallar de su gloriosa vida.
Ambas naciones han estado a través del tiempo atadas al lastre de una historia de sobresaltos; cada una de ellas con similitudes al pasado de la República Dominicana, incluso antes de ser proclamada como tal, y que fue definida por un acucioso historiador así: “cautiva en los grillos del personalismo”. (Compendio de la historia de Santo Domingo, José Gabriel García).
Tanto Bolivia como Paraguay se disputaban el territorio que se conoce como Chaco Boreal, con una extensión superior en trece veces el tamaño de nuestro país. Esa gran masa de tierra ha sido definida por los expertos como dotada de un sistema climático caracterizado por “veranos lluviosos e inviernos secos”.
Tal vez por eso abundan todavía allí una miríada de insectos vectores de varias enfermedades, culebras con un gran potencial letal y cursos de aguas contaminadas que causaron en la guerra descrita tantas bajas entre los contrincantes como las balas segadoras de vidas.
El referido Chaco Boreal es un fragmento de lo que se conoce como el Gran Chaco, una parte del cual antes de esa guerra también la pretendió Argentina cuando en el 1879 gestionó de manera fallida un arbitraje del entonces presidente de los Estados Unidos de Norteamérica Rutherford Birchard Hayes, un gobernante que en su país realizó esfuerzos para conciliar los bandos que se habían enfrentado en la cruenta Guerra Civil.
Vale puntualizar que específicamente el Chaco Boreal es un territorio aparentemente sin gran valor desde el punto de vista económico, y con una vegetación formada principalmente por árboles de guayacán, espinillo y los que en esa parte de Sudamérica llaman quebracho, lapacho, algarrobo y palo borracho; todos adaptados a la característica árida de ese lugar.
Quizá por ello un autor boliviano con sentido práctico al referirse al Chaco Boreal lo definió en términos nada complacientes: “…es el absurdo materializado en árboles…Sus árboles no son árboles…en cuya corteza rumian su miseria fisiológica espinas y parásitos…tierra estéril e infecunda…”
La disputa comenzó en el tercer trimestre de 1932. Bolivia puso bajo el pabellón de las armas 250 mil soldados y Paraguay 150 mil. El resultado fue una tragedia. A parte del caudillismo que imperaba, hay otras versiones sobre los motivos de esa guerra. Unos señalan que fue la necesidad de Bolivia de acceder al Océano Atlántico a través del río Paraná. Otros dicen que fue la confusión de los límites fronterizos.
Sin embargo, el presidente boliviano de entonces, Daniel Domingo Salamanca Urey, sostenía entre sus allegados, ante lo que él entendía era la inevitabilidad de dicha guerra, que “…los errores de política interna y externa deben someterse a la prueba del fuego, que en nuestro caso no puede ser otra que el conflicto con Paraguay”.
Dicho gobernante, en notas publicadas después de su muerte, dejó constancia de que Bolivia participó en ese conflicto, entre otros motivos, para “…asegurar sus territorios del sudeste, constantemente usurpados, como para abrirse una salida al Río de la Plata”. (La Guerra del Chaco-Análisis y crítica sobre la conducción militar. Edición 1979.P.68 Jorge Antezana Villagrán).
El historiador boliviano Roberto Querejazu Calvo describe a Salamanca como uno de los provocadores de la referida disputa. Al tocar el tema de la exaltación de las masas (palabra que, valga la digresión, fue muy bien definida por Gustave Le Bon, un agudo sociólogo francés), reconoció que:
“En momentos de crisis y de angustia institucional, cuando todo parecía naufragar y hundirse, se volvían los ojos a él (a Salamanca) como al solo punto de salvación”. (Aclaraciones históricas sobre la guerra del Chaco. Editorial Juventud, 1995. Roberto Querejazu Calvo).
Creo que como detonante de la susodicha guerra de un lado y otro de los mencionados países pudo haber ocurrido, antes de comenzar las hostilidades, algo parecido al deslumbramiento que tuvo Marlow, el personaje principal de la novela titulada El corazón de las tinieblas, del escritor polaco Joseph Conrad, cuando observó los límites geográficos de algunos países africanos en un mapa imperial. (Historia del mundo en 12 mapas.P.413.Inpresora Egedsa, Barcelona, 2014. Jerry Brotton).
jpm-am